El brillo solar amaneciendo estos últimos días en Lima y las noticias de gente abarrotando las playas de Río de Janeiro, en Brasil, me hicieron pensar en cómo hará el Perú si no se resuelve en tres meses la pandemia. ¿Será buen momento para ir haciendo el plan Verano 2021 o ya lo tienen?
De niño, cuando llegábamos al malecón —a cuatro cuadras de casa— podíamos ver esa colonia de hormiguitas de colores que eran más bien miles de personas disfrutando del sol al borde del mar: Agua Dulce. Toda mi adolescencia —menos en el tiempo del Cólera—, con mis hermanos y mis compinches de barrio, pudimos gozarla casi diariamente por tres meses. Luego me alejé, no lo sé, me aburrí. Por decirlo de una manera.
Pero estos últimos veranos he aprendido a disfrutar de los atardeceres: en cada bocanada puedo sentir la calma del Agua Dulce al liberarse del peso de la gente y la fiesta de las gaviotas por el improvisado basural. Quiero ser optimista y pensar que, con más de 735 mil casos positivos de COVID-19 y 30 mil fallecidos —solo hasta hoy—, el próximo verano la ciudadanía no asistirá eufórica a las playas. Luego recuerdo que estamos en el Perú y se me pasa.
No quiero ser pinchaglobos, pero sin una vacuna a la vista o una que se levante entre todas sin que cada semana anuncien nuevo alargue para encontrar la que sería la definitiva, no me atrevería a desempolvar sombrillas y toallas en diciembre. ¿Han escuchado la frase esa que habla de la puerta del horno? Creo que algunos hemos resistido con esfuerzo estos meses: la fiesta más importante, la del Perú, la hemos celebrado en casa —por ejemplo— y se espera que la situación vaya mejorando de a pocos. Las gaviotas tendrán que extrañarnos el 2021.
Uno se preguntaría por qué en Brasil, que tiene más de 4 millones de contagiados y que ya sobrepasó las 125 mil muertes a causa del bicho rey de estos meses, se sumergen en las playas como si estas fueran a desaparecer el 2022. Tienen un promedio de 820 muertes diarias, pero no parece preocupar a veraneantes brasileños que andan por ahí sin mascarillas y sin distanciamiento necesario entre ellos. ¿Puede más la alegría de volver a pisar la arena? Quizá tengan una buena justificación, pero esa será solo de ellos y para ellos. No es necesario repetir esos escenarios en nuestro litoral.
No me imagino comiendo un cebiche en el muelle chorrillano solo porque los números de contagios y muertes han bajado ligeramente. Hay que recordar que en países europeos —con un sistema de salud más avanzado que el nuestro— los rebrotes son amenazadores: Alemania ha presentado más de 1700 nuevos casos en un solo día, como cuando estaba en el pico de la pandemia; España tuvo más 6700 contagiados en 24 horas; Francia más de 3500, aumento que no sucedía desde mayo; Israel ha declarado una cuarentena de tres semanas que empezará el viernes 18 de septiembre. Y así.
Se supone que todavía el país está inmerso en lo que han denominado una guerra, y lo mejor que puedo hacer es estar en modo defensivo: cauteloso, pensando en un virus agazapado. ¿Con miedo? Un poco, pero por no terminar como en “Gaviota” de Silvio Rodríguez: Corrían los días de a fines de guerra / Pasó una gaviota volando / Y el que anduvo intacto rodó por la tierra / Huérfano, desnudo, herido, sangrando. Eso por ahora.