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VERANO NEGRO: TRES AÑOS DEL DERRAME DE PETRÓLEO Y NO HAY REMEDIACIÓN

Bastaron nueve minutos de fuga incontrolable de petróleo, desde el buque Mare Doricum, para que el pescador Luis Garrido vea a su inmenso mar vestido de luto.

Luis nació en Ancón, este año deberá cumplir 70 años y pesca desde que tenía 10. Su padre le enseñó los primeros trucos para sacar lo mejor del mar.

— Yo nací en la huevera de un bonito.

Dice entre risas que esconden preocupaciones. Tres años han pasado de aquel derrame causado por la empresa Repsol, aún hay contaminación en el ecosistema y los planes de rehabilitación presentados han sido rechazados por notables deficiencias en su contenido. Unos planes que no poseen una solución real, unos planes que se reducen a monitoreos.

— ¿Tan complicada es la situación actual?

— Estamos viviendo las secuelas del derrame. No hay peces porque el mar sigue contaminado.

Responde al saber que el verano es la temporada donde su distrito le saca provecho al circuito comercial: restaurantes, turismo de playas, transporte. Todo fluye gracias a la pesca, pero este año también quedará descartado.

(Foto: AFP)

Ancón, según la RAE, significa ensenada, que no es otra cosa que una bahía pequeña; una entrada de agua de forma redondeada con una boca estrecha. Está ubicado a 43 kilómetros al norte del centro histórico de Lima, a poco más de una hora de recorrido si el tránsito lo permite.

Durante la etapa colonial era conocido con otro nombre: «Pueblo de pescadores de Lancón”. Así aparece en las Crónicas del padre Bartolomé Cobos, pero el origen de este distrito data de unos cuarenta siglos atrás, cuando llegó la civilización indígena conocida como Ancón-Supe, una de las más antiguas de la costa peruana, quienes se asentaron allí gracias a su desarrollada habilidad para pescar.

Como sucede cada cierto puñado de decenios, Ancón fue obligado a una transformación. La oligarquía peruana y la aristocracia de Lima del siglo pasado hicieron de él un balneario exclusivo —su balneario. Cautivados por su belleza, presidentes, políticos y empresarios construyeron sus casas de verano y centros recreativos.

Hoy, tras el derrame, Ancón no tiene esos recursos y atractivos naturales “tan puros” y ya no genera tanto interés en los poderes económicos y políticos.

(Foto: GLR)

El verano siempre ha sido la época en donde el pescador Luis Garrido lograba traer en su embarcación especies como pota, pericos, tiburones, merlines, y hasta peces espada. Todo eso era y es posible por el agua caliente, el hábitat de esos peces es el agua caliente, dice al mismo tiempo que intercambia saludos con vecinos que pasan mientras toma una gaseosa a las afueras del local de la asociación de pescadores artesanales de Ancón.

La catástrofe ambiental ocurrió en quincena de enero de 2022, algunos pescadores artesanales quedaron endeudados por préstamos que hicieron con la confianza que les daba la temporada de verano. Casos similares ocurrían en otras playas afectadas por el hidrocarburo.

Luego del derrame de petróleo en Ventanilla, no hubo programas inmediatos de ayuda ni de reconversión laboral de parte de Repsol ni del Estado. Se supo que hubo pequeños apoyos económicos, pero a un sector menor. Los demás, tuvieron que recurrir al apoyo solidario de la población.

Los pescadores, al no tener fuentes de ingreso, trabajaron recogiendo residuos por casi tres meses. Repsol les ofreció empleo de manera indirecta, a través de otra empresa, pero sin los equipos adecuados. La urgencia era llevar a su casa algún dinero en ese momento.

Por esos días, uno podía escuchar —quizá mordiéndose las uñas— la incertidumbre de los pescadores las primeras horas después del desastre. Eran, hasta ese instante, 21 playas que se volvieron de un momento a otro estériles y mortales.

Unos kilómetros hacia el norte, hay playas que no son para recreación. Por su difícil geografía, son consideradas por los pescadores el hogar de algunas especies marinas. Aucallama, en Huaral, es un ejemplo.

Alfredo Barroso, pescador huaralino, dijo que unos 70 pescadores de su localidad llegaron a esos lugares inhóspitos para quitar el petróleo de las rocas y las orillas.

— Hemos venido a limpiar estos residuos, pero nos dijeron que es tóxico y no podemos exponernos.

Dijo aquella vez en lo alto del cerro con vista al mar contaminado. Tampoco contaban con los equipos necesarios para no intoxicarse con el crudo pegado en las rocas.

Durante los primeros dos años, las playas que recibieron cerca de 12 mil barriles de petróleo eran vistas entre el temor y la nostalgia. Algunos hombres dedicados a la pesca artesanal tuvieron que hacer efectiva la palabrita aprendida en tiempos del Covid-19: reinventarse.

Miguel Ángel Núñez, de Ventanilla, descartó volver al mar. Dejó sus empolvadas redes de pesca y sus flippers (aletas de buceo) por un balde y alimento balanceado para cerdos.

— Ya no pesco ni para consumo, porque en la mente está metida la idea de que la playa está contaminada, las especies están contaminadas.

Decía mirando el vacío, sentado a la orilla de lo que consideraba su playa.

Las historias de los pescadores y sus familias, de los comerciantes o dueños de establecimientos estaban escritas a la orilla del mar. El día del derrame, fue como si una ola negra las hubiese borrado.

(Foto: Andina)

El 15 de enero de 2022, casi 12 mil barriles de crudo de petróleo se esparcieron en el mar de Ventanilla, a 12 km del puerto del Callao, a unos 20 km al norte de Lima. 62 playas de la zona, entre ellas dos reservas naturales, fueron afectadas: 15 mil hectáreas destruidas, unos 60 km de la línea costera y 1850 especímenes de fauna silvestre. Además, unas 10 mil familias afectadas. Más de 34 mil personas vieron un futuro pintado de negro.

Los números suelen ser fríos cuando hablar de salud se trata. Environmental Defense Fund (EDF) y ConCiencia Marina realizaron un estudio un año después de la tragedia ambiental y los resultados no eran alentadores como se anticipaban: 81 % de los pescadores artesanales presentan altos niveles de estrés; 72 % de los pescadores entrevistados manifiestan tener depresión; 73 % considera que sus relaciones familiares y amicales se han visto perjudicadas; 80 % de los pescadores menciona haber visto afectados sus hábitos de alimentación y descanso nocturno. Fueron los datos más destacados que se pudieron obtener.

Han pasado tres años y el tiempo parece haberse detenido en lo que respecta a recuperar la vida marina del lugar. Para lograrlo y que todo vuelva a ser lo más parecido a lo que era, será necesaria una espera larga de casi veinte años, dejando que el mar, la naturaleza, haga su trabajo. La empresa no implementa medidas de rehabilitación directas para que esta recuperación del ecosistema sea más rápida. La forma de vivir de cada pescador con sus familias le fue arrebatada y las medidas de compensación han sido insuficientes.

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