Gracias a su trabajo artístico, el mes pasado obtuvo un reconocimiento en el Congreso de la República por contribuir con la defensa y promoción de los derechos de los pueblos indígenas.
Joe Fernández Carrasco (31) es el artista plástico que deja algo más que colores en una pared, detrás de sus pinturas hay historias de gente real, de peruanos y peruanas que quieren decirnos algo.
Llegué por la noche a su estudio-taller ubicado en la avenida Alfonso Ugarte del centro de Lima, a unas tres cuadras de la conocida ‘Casa del pueblo’ —en donde en abril último se realizó el velorio de Alan García. En los primeros pasos dentro del local se respira la pintura. Ya se respira el arte.
Joe lleva por seudónimo Zelva Uno y dibujaba —a los quince años— a los personajes de Dragon Ball. “Mi colegio (en Huacho) era técnico-industrial y en quinto de secundaria, por una tarea que me dejaron, dibujé unas manos clavando: una mano con un martillo y la otra con un clavo, y me salió bien”, recuerda con cariño. Desde esa vez empezó a ilustrar sus cuadernos con todo lo que llamaba su atención.
El pasado 09 de agosto, en el Día Internacional de los Pueblos Indígenas, asistió al Congreso; era una ceremonia de reconocimiento para dieciocho artistas y personalidades que contribuyen con la defensa y promoción de los derechos de los pueblos indígenas. Allí lo conocí.
Las técnicas que Joe ha ido estudiando estos años están presentes en el street art o murales que ahora hace. No es un académico de las artes plásticas, es un autodidacta en constante desarrollo. El contenido de su arte tiene un mensaje directo. “Lo que hago es visibilizar a las personas que están luchando durante años, en su propio territorio, la defensa de su lengua, sus técnicas ancestrales, sus costumbres, su cultura. Mi pintura es un pequeñito aporte para que gente que —por ejemplo— no conoce a Dora Panduro, o Edwin Chota, pueda saber que son personas reales que están luchando para preservar su patrimonio en la Selva”.
En el Perú hay 55 pueblos indígenas u originarios; 51 ubicados en la Amazonía y 4 en los Andes. Son todos aquellos pueblos que existen desde antes de que el Perú se llame como tal, y han conservado —a través de los años— toda o gran parte de su cultura.
Amazonarte es el proyecto que Zelva Uno lidera. Es un festival de arte mural que sirve de oportunidad a diferentes muralistas; jóvenes que no son considerados en otros festivales: por edad, por género, porque ‘no tienen el portafolio’, entre otras cosas. Oportunidades que, hace algunos años, eran pocas para los artistas plásticos. Joe buscaba y se generaba esas posibilidades.
Mientras estudiaba administración en la universidad Joe seguía dibujando pero con nuevas herramientas —témperas, lápices de colores— y encontró, en redes sociales, a un grupo de artistas callejeros (pintores, dibujantes, ilustradores, fotógrafos). Les escribió y asistió a una reunión en el parque Neptuno, detrás del hotel Sheraton del centro.
— ¿Y qué pasó? —pregunté.
— Fue increíble. De ver a veinte alumnos simétricamente sentados frente a una pizarra con un viejo diciéndote cómo debes hacer las cosas, a ver veinte chicos desordenados, tirados en el grass, al aire libre, al lado de los árboles, dibujando y pintando, fue como que ¡Oh!
De esa experiencia hizo sus primeros cuadros, le pagaban por algunos retratos y a los pocos meses dejó la universidad para dedicarse de lleno a la pintura. El muralismo llegó casi sin percibirlo hace seis años. Inquieto, comenzó a viajar por el Perú en búsqueda de inspiración.
En su camino recrea algunas paredes de las calles provincianas visitadas; llenándolas no solo de color, también cuidando la identidad de la zona. Así, de viaje en viaje, es atrapado por nuestra Selva. “Comencé a llegar más seguido a la Selva, a San Martín y Ucayali, y allí me quedé durante mucho tiempo. Es allí que surge la atracción por la identidad amazónica”, dijo en otra entrevista.
Los que viven en Lima tienen una mirada —digamos— ‘especial’ para todo lo que sucede fuera de la capital. Esa forma de ver incluye irrenunciablemente a la Selva. Desde su poco campo de visión, al limeño le atrae el tan comercializado misticismo amazónico y la tan publicitada —hasta el hartazgo— comida exótica.
— ¿El limeño toma en serio a la cultura amazónica?
— En realidad, hay indiferencia no solo de la gente, es indiferencia del Estado porque les conviene que las cosas sigan así, mientras bajo las copas de los árboles sigue la explotación, el lavado de dinero, se sigue talando, prostituyendo a niñas. La entradita a la Selva es lo que se vende; lo bonito, lo mágico. Más allá pasan cosas terribles.
— ¿Cómo luchas contra eso desde tu arte?
— No soy un superhéroe, no intento salvar al mundo. No intento visibilizar a la Selva en términos macro porque la Selva ya existe. No soy el abanderado de la difusión de la Amazonía. Mi pintura sirve para reconocernos, que la gente —incluso los mismos amazónicos— se pregunte ¿quién es ese que está en el mural?, ¿por qué su tatuaje es así?, ¿es real? Eso.
Ver una obra de arte ocupando completamente una pared —como si fuese un gigantesco cuadro— genera sorpresa en los ciudadanos; quedamos atrapados por un momento en silencio, tratando de decodificar el mensaje que este lleva, lo que quiere decirnos. Es curioso porque sabemos —por historia— que, desde los principios de su existencia, el ser humano se ha expresado a través de la pintura mural, incluso antes de desarrollar la escritura. Era nuestra manera de comunicarnos. Las técnicas artísticas, evidentemente, se han ido sofisticando.
En las pinturas de Zelva Uno está presente la mujer peruana, pero ¿hay mujeres muralistas? “Claro, hay un montón de muralistas, ilustradoras, dibujantes”. Entonces, ¿por qué no las conocemos? “Es una dura realidad para las mujeres en casi todas las artes”.
El proyecto Amazonarte colabora con crear esos espacios de visibilidad para las muralistas. También hay gestoras que levantan sus propias plataformas artísticas, pero necesitan que las autoridades digan presente. “El tema es la igualdad de oportunidades tanto para hombres como para mujeres. Que sea igual desde arriba. No sé, ministerios, congresistas, para que en estas plataformas culturales se repita”.
Algunos podemos recordar aquel 13 de marzo del 2015, cuando Luis Castañeda Lossio, por esos días alcalde de Lima, anunciaba que iba a borrar todos los murales pintados en las calles del centro histórico. “Lima tiene que recuperar toda la calidad arquitectónica que tiene”, sentenció esa vez.
— Tuvo mucho de malo, pero había algo bueno —remarcó Zelva Uno.
— ¿Cómo así?
— A ver, borraron un par de murales míos, había uno en el jirón Cailloma. Fue una decisión fatal que una autoridad haga un atentado al arte. Pero, por otro lado, eso rompió un circuito, una burbuja de gente que tenía acceso a esos espacios; era un grupo de muralistas que manejaba el ingreso económico destinado para eso. O sea, creo que Castañeda lo hizo por una revancha política con Villarán, no para acabar con la argolla.
Quienes han pasado por algunas calles céntricas de varios distritos de Lima —avenidas principales, entradas de los malls— habrán podido notar dibujos hechos con tizas de colores en las varias veredas y al lado niños pidiendo ‘colaborar con el arte’. “Detrás de esto hay explotación infantil. Hay adultos que les dicen qué hacer y en dónde hacerlo. Hay policías o serenazgos que están muy cerca y lo permiten. Ese es el sentido paternalista del Estado. Esos niños deberían estar estudiando”, me remarcó el artista.
Debo despedirme de Joe, yo a mis labores periodísticas y él continuará pintando el cuadro a medio hacer que me distraía de rato en rato en esta entrevista.
Las paredes del estudio de Zelva Uno están llenas de sus cuadros; mientras los hacía prefería escuchar música instrumental porque las letras de las canciones le distraen. Cuando la inspiración o motivación pasan por un bajón, necesita apartarse de todo y viaja —de una semana a quince días— para volver mejor. Estas pinturas en su estudio no están a la venta, no tienen precio.
— No podría vender estos cuadros porque son mi vida, no podría dejarlos ir. Me autodestruiría.