Me apena realmente que gente que aprecio y estimo fuera convencida por el lanzamiento de este dirigible tipo Hindenburg que fue la pomposamente llamada Academia Peruana de Arte y Ciencia Cinematográfica (APACC), y saludo su carta donde reconocen que las cosas no se hicieron bien y piden disculpas a la comunidad cinematográfica, algo poco frecuente en el país.
Saludo, por otro lado, el pronunciamiento de asociaciones y gremios de cine desconociendo la legitimidad de la autonombrada APACC, a estas alturas solo reconocida, casi de inmediato, por la Dirección del Audiovisual, la Fonografía y los Nuevos Medios (DAFO) del Ministerio de Cultura.
¿Es esto casual? No, por supuesto. Todo el mundo sabe que el Ministerio se demora eternidades cuando no quiere atender un asunto, como el de la publicación del proyecto de Reglamento del Decreto de Urgencia N°022-2019, de promoción de la actividad cinematográfica, que se viene reclamando por la vía formal e informal desde hace un mes. Ahí está la crónica documentada de Francisco Adrianzén sobre su pedido, amparado en la Ley de transparencia y acceso a la información pública, para ver los vericuetos que se inventa la burocracia para evitarlo, y que harían sufrir hasta los personajes del mismísimo Kafka.
Sin embargo, oh milagro, a las 24 horas de conocerse públicamente la creación clandestina de la APACC, la DAFO ya la daba por reconocida y consagrada, sin que se sepa si se consultó al respecto con Asesoría Jurídica del Ministerio, así como con los demás gremios del sector. Y ahí está el problema de fondo, la política del secreteo y los hechos consumados impulsada desde un organismo público, y que no es la primera vez, solo que ahora les estalló el globo de helio en las manos.
Los pocos que hemos venido criticando desde hace un buen tiempo el manejo de estos temas, incluido la Ley, por parte de la DAFO y con la anuencia de los gremios, hemos sido más de una vez estigmatizados como boicoteadores del cine nacional, como si el hecho de criticar y plantear dudas con fundamentos sobre el manejo de una entidad pública fuera poco menos que un acto hereje ante un nuevo culto con su Vaticano de premios.
Advertimos, desde un principio, no dejar de lado la Cinemateca Nacional, pero no se nos quiso escuchar; de lograr una Cuota de Pantalla y Mínimo de Mantenimiento para garantizar el acceso a las películas peruanas a nuestras salas y circuitos, pero se dijo que no; de no retroceder sino más bien mantener e incluso avanzar en los derechos de los trabajadores artistas y técnicos peruanos, y otra vez fue letra muerta. No era capricho, era pensar una Ley de cine para todos, y no quedarnos en lo mismo, para unos cuantos.
Más adelante advertimos el tema de un artículo censor infiltrado en el debate, que parecía preocuparle a muy pocos, como si creyeran además que los puestos en el Estado son eternos, y que mañana no puede venir cualquiera que lo aplique, sea por presión externa o pura motivación interna. Por eso mismo eran extraordinariamente peligrosos los artículos que se introdujeron a última hora, y mantenidos en el DU, que le dan de forma explícita un poder de decisión sobre asignación de recursos casi absoluto al Director de Industrias Culturales. Pero se prefirió callar, como otras veces, porque muy pocos se atreven a cuestionar a quien maneja el dinero, que es de procedencia pública, por si no lo recuerdan, es decir, de todos los peruanos.
¿Cuál es el trasfondo del affaire Academia? Creo que es algo más importante y trascendente que la elección de los candidatos a los premios Óscar o Goya, es establecer un filtro para los “cineastas de verdad” (como decía un congresista fujimorista de ingrata recordación en el sector), ya que, a falta de una profesionalización e industria consolidada en el país, la APACC se convertiría en una especia de organismo deontológico similar al Colegio Médico o de Abogados, que establecen quienes pueden ejercer o no en la profesión. Y claro, se deja en la nebulosa, no por casualidad, quiénes podrían formar parte de la misma ¿solo aquellos que han estrenado en salas comerciales? ¿Qué pasa con los que, como muchos cineastas regionales y/o independientes, han trabajado con circuitos alternos? Eso, por supuesto, no solo incluye a los directores y productores, sino a técnicos y actores. Decir que los que no fueron convocados pueden hacerlo después es otra trampa, porque solo podrán hacerlo en los términos establecidos por los fundadores y creadores del Estatuto, hasta con directiva elegida de forma más secreto que los premios del Óscar.
¿Por qué lo avala la DAFO? Pudo tomar distancia, como lo hicieron en muchos otros casos, pero parece que, como sucedió con la Ley, apostaban a los hechos consumados y la inmunidad del rebaño. El problema es que, si estiras tanto la pita, al final siempre se rompe, aunque sea por lo menos esperado. De todas maneras, el aprendizaje en la función pública les ha enseñado que en momentos de crisis mejor es el repliegue, y si alguien se quema, que sean los académicos.
¿Eso quiere decir que no debe crearse una Academia de Cine? Al contrario, bienvenida sea, aunque nos falten muchas cosas de igual importancia (Cinemateca Nacional, Film Commisson, Escuela Pública de Cine), pero que sea el fruto de un proceso democrático e inclusivo de todas las áreas y especialidades de cine en el territorio del Perú, que no reemplace a los gremios existentes, que sean, de alguna manera, los veedores de su funcionamiento y desarrollo (y no la DAFO, porque le quita autonomía). Eso exige vocación de unidad y consenso, y apertura a todas las voces, incluida los que cuestionamos, en el trabajo del sector, porque cuando no se tiene pensamiento crítico con la autoridad, cualquiera sea ella, y se es complaciente con todo lo que dice y dispone, tampoco se puede pretender tener un cine crítico y libre, en fondo y forma.