Mano Alzada
Cultura, LGTBIQ+

La PUCP se metió en la caja de la censura

Iconografías religiosas del cristianismo hay al por mayor, sino veamos a Susy Díaz convertida en una santa. La mayoría de la población peruana toma a la imagen de Díaz con humor, como parte del imaginario nacional dado ya su carácter de símbolo popular de aquello que nos permite hacerle frente al voraz sistema capitalista: “Vivir la vida y no dejar que la vida nos viva”.

Frente a esta imagen, ningún alcalde, ningún congresista ni ningún cardenal ha salido a renegar de ella ni a querer eliminarla, entonces ¿por qué sí protestan cuando personas de la comunidad LGTBIQ+ lo hacen? ¿Qué hay en el núcleo de ese rechazo?

La respuesta es: homofobia.

La razón es sencilla, debido a la larga historia de intolerancia del cristianismo a las diversidades sexuales y de género, a su persecución, tortura y muerte encabezada por la Iglesia Católica, pero seguida por otras religiones, y a su tradicional rechazo a la homosexualidad, al juntar religión con diversidad, a muchos cristianos conservadores les explota la cabeza, pues no pueden aceptar que esto vaya junto, si, de forma “natural” e histórica, siempre han ido separadas.

Entonces, no se trata de, como señala el comunicado del Ministerio de Cultura, que parece escrito por Torquemada, “proteger una festividad religiosa” por “la imagen de un varón que reemplaza la figura de María de Nazareth”, se trata de impedir todo vínculo entre homosexualidad y religión, como si esta dañara de alguna forma el sentimiento religioso o, como han dado en llamar, “la Sagrada Tradición (?) de la Iglesia Católica, la Sagrada Escritura (?) y el propio Magisterio (?) de la Iglesia”. ¿No podían poner de la Iglesia y de la Biblia? ¿Los asesoró Rafael Rey?

No se trata tampoco de afectar sensibilidades y creencias, porque los maricones, las lesbianas, las y los trans tienen sensibilidades y creencias, tienen una religión, creen en Dios y en los santos, van a misa, se bautizan y algunos desearían poder casarse por la iglesia, aunque a otros eso nos parezca irrelevante, porque son decisiones propias y personales.

Para resumir, las personas LGTBIQ+ tienen creencias religiosas y se adscriben a múltiples religiones, entre ellas la Católica, por más que esta los rechace y les pida reprimir sus orientaciones sexuales e identidades de género. Las personas LGTBIQ+ han crecido dentro de familias que los han educado en esta religiosidad y algunos han optado por seguir creyendo en ella y otros por apartarse totalmente. Las personas LGTBIQ+ tienen todo el derecho a contar esta experiencia constitutiva de sus identidades, ya sea a través del testimonio o del arte, en el teatro o en el cine, en la literatura o en la música, o en donde mejor les plazca. Porque, ¿qué derecho tiene nadie a negar que estas experiencias sucedieron y a intentar acallarlas?

Menos aún un Ministerio de Cultura, que debe volar porque la cultura se exprese; una universidad, que debe velar por la libertad de expresión; y un centro cultural que debe velar por el arte.

Otros ejemplos de censura o rechazo a la diversidad

Lo mismo que esta ocurriendo con “María Maricón” pasó con la representación de “La última cena” en las Olimpiadas de Francia 2024. Si en lugar de personas LGTBIQ+ y un sátiro celeste, hubieran puesto a deportistas de élite, nunca habríamos escuchado una sola queja de los bots organizados que suelen activarse en situaciones como esta. La organización, lamentablemente, se disculpó con el fin de evitar algún tipo de ataque violento contra el evento.

El alcalde de Lima, Rafael López Aliaga, repitió el plato de la censura cuando se quejó del afiche oficial del Outfest Festival de Cine LGTBIQ+ de 2023. En esa ocasión no le funcionó su intento de boicot, pues la organización del festival es privada y se organizaba en un centro cultural que no dependía del gobierno peruano.

Un dato particular

Mucho se ha dicho sobre la película “Emilia Pérez”, que es colonial, que el director no investigó, que no representa la identidad mexicana, que no respeta un tema sensible como es el de los desaparecidos. ¿Les suenan parecidos los reclamos contra la película?

Se le exige a una ficción “respetar” los términos de la realidad, como si esta buscara ser un documental (que, por cierto, tampoco es lo real); se le exige respetar una “identidad” como si una película se debiera a una nacionalidad, un país, un color de piel, una población o un idioma; se le exige respetar un tema sensible como si, per se, tocarlo fuera ya faltarle el respeto.

Pero más allá de discutir los límites de la ficción, lo que más perturba, en el fondo de todo, en el núcleo de este abismo sin fondo que llega a ser la humanidad muchas veces, es que Manitas del Monte (ya de por sí este nombre nos debería dar una idea de que la identidad no es lo que está en juego en la película) no sea un hombre cisgénero y heterosexual que de pronto decide reparar todo el daño que ha hecho. Si Manitas del Monte se hubiera quedado con su identidad normativa, ningún ánimo de quemar la película se habría despertado, porque total, un hombre tiene el derecho a rehacer su vida y cambiar, ¿quién podría negar algo así?

Eso no sucede en “Emilia Pérez”. Acá hay un narco que nunca fue hombre, a él no le podrían dedicar ningún narcocorrido, no podrían convertirlo en ídolo de infancias precarizadas, no es un ejemplo a seguir, no por narco, sino por trans. El agujero negro de donde se alimenta el rechazo por esta película tiene su origen ahí. Su matriz de inteligibilidad está torcida, no podemos leerlo, somos incapaces de hacerlo, porque el director nos está diciendo que no hablemos la lengua hetero, nos está pidiendo actuar, mirar, sentir, escuchar en otro marco de pensamiento y, al parecer, somos incapaces de hacerlo.

La censura, en cualquiera de sus representaciones, intenta silenciar a las disidencias sexuales, porque rompen con el mandato religioso por excelencia: el contrato heterosexual, la base del patriarcado, lo que sostiene a otras formas de dominación (racistas, clasistas, etc.). Identificarlo y dar cuenta de ello es importante.

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