Mano Alzada
Editorial, Política

Lo rancio del Perú quiere seguir decidiendo la educación

Ya hemos visto cómo se han puesto tres representantes de lo peor de la derecha en el Perú luego de que el programa “Aprendo en casa” lanzara una verdad de perogrullo, que en nuestro país la discriminación es, obviamente, de arriba hacia abajo, de poderosos sobre subalternos, y de grupos económicos privilegiados sobre quienes no cuentan con acceso a recursos, y que ellos han mantenido esta situación desde la invasión española porque les resulta sumamente conveniente.

¿Cómo les conviene? Pues hacen creer a más de la mitad de la población que no tienen las capacidades suficientes para realizar trabajos intelectuales, que solo sirven para trabajos menores, evidentemente con menores sueldos, que no sirven para pensar y por ende para gobernar, que se merecen su situación porque les gusta ser pobres, llenarse de hijos, vivir en tugurios, comer mal y delinquir. Las teorías de la ausencia de alma y la bestialidad están a la orden del día revisitándose constantemente para seguir manteniendo la idea de que el color de la piel, la forma del habla, el lugar de origen y la madre que nos parió son inferiores a otras pieles, otras hablas, otros orígenes y otras madres.

¿Quién en su sano juicio puede hacerle caso a Phillip Butters, Jaime de Althaus o Raúl Diez Canseco? Ligados unos y defensores otros de la corrupción y el latrocinio en el Perú, no pueden ser la voz de ningún liderazgo más que del pasado que se niega a morir, y que puede seguir teniendo una larga agonía porque tiene los medios económicos para sustentarse, así sea solo para evitar ahogarse en su marasmo, en su ombliguismo y su insensatez.

Lo bueno de la polémica que ha generado el programa sobre la discriminación lingüística, en donde la sociolingüista Virginia Zavala explica claramente a qué se debe el racismo del lenguaje, es que permite educar a quienes ignoran por qué hablamos como hablamos, y creen que es normal discriminar a quien habla “diferente”. Una lengua es la suma de sus hablantes, no hay lenguas mejores ni peores, hay estilos (variaciones) más usados que otros, y esos estilos más usados se imponen sobre la base, claro está, de un poder hegemónico que señala que esa es la forma “correcta” de usar, no es que ellos hayan nacido hablando la “mejor” lengua, es que los que tienen el poder establecen sus normas, sus reglas, sus gramáticas, sus diccionarios y sus políticas, y esas políticas se extienden sobre todos generando diferencias y discriminación. El viejo sueño de rancios lingüistas era homogenizar, el sueño de los más modernos es respetar las diferencias porque enriquecen el vocabulario, la expresión del pensamiento y de las emociones, y nos hace mejores seres humanos.

El poder ha privilegiado una lengua y un estilo para colocarse en una posición superior y poner a todos los demás en la otra, la vida no es la misma para alguien que sabe inglés que para alguien que no lo sabe, no es lo mismo saber quechua que francés, no es lo mismo saber chino que español, nuestro aprendizaje de la lengua es político, por más que las lenguas tengan los mismos componentes, y es político reivindicar sus variaciones, claro que sí, eso no significa un enfrentamiento de clases, significa reacomodar las cosas como debieron estar siempre, y si para eso hay que visibilizar a quienes buscan mantener el poder sobre los otros, se tiene que hacer, el enfrentamiento es una consecuencia de una verdad y de una realidad.

El texto de “Aprendo en casa” (“Esta situación se debe a que los grupos que tienen el poder económico y político imponen sus ideas y costumbres; es decir, su cultura, como la única válida y legítima en la sociedad. De esta manera, las manifestaciones culturales que son diferentes a las de los grupos de poder son juzgadas negativamente”) no miente, expone. ¿Quiénes mienten? Butters con su inmensa ignorancia linguística; De Althaus, con su ridícula protesta de clase; Diez Canseco, con su ofensiva carta al Minedu, ofensiva por primariosa, ciega y ridícula. Y de los tres, el peor es el último, porque es el dueño de la universidad que lucra con el Estado para sacar los programas educativos. Es vergonzoso que un personaje así dirija una universidad, pero con plata en el Perú, se puede dirigir hasta el gobierno mismo, lo que sí se puede evitar es que la universidad empresa de este sujeto siga asociada a los programas, universidades que pueden hacer mejor ese trabajo sobran.

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