Escribe Mariana de Althaus

“Seducir” a una alumna es acoso. Peor aún “seducir intensamente” o elogiar su cuerpo, o preguntarle el color de su ropa interior. Es violencia y abuso de poder. Una alumna joven difícilmente va a hacerle el pare a un profesor, porque él está en una posición de autoridad, porque su rechazo podría influir en su calificación y hasta en su futuro profesional (si el profesor tiene influencia en el medio en que el quiere desempeñarse la alumna), etc. Además es difícil, cuando somos jóvenes, comprender que el profesor se está aprovechando de nosotras, sentimos miedo y hasta culpa.

El profesor acosador daña psicológicamente a su alumna, mina su confianza en el mundo. Pero además sus actos traducen un desprecio hacia las reglas docentes y a su labor de profesor. El acoso de un profesor a sus alumnas es quizá el peor de los acosos, porque traiciona una responsabilidad importantísima que la comunidad deposita en él. Lxs profesorxs no podemos abusar de nuestro poder. Nos han encomendado un trabajo maravilloso y digno: ayudar a nuestrxs alumnos en su crecimiento profesional y humano. Aprovechar nuestro poder para satisfacer nuestros apetitos o para desfogar nuestras frustraciones es indigno y cobarde. Esto no es moralina, es justicia.

Todxs tenemos derecho a guardar silencio, especialmente los amigos y familiares. Pero, aunque duela, tenemos que saber que nuestro silencio avala una conducta y un sistema injusto. Porque sabemos que la reacción de los núcleos cercanos al acusado y también de los grupos más conservadores que lo sostienen casi siempre es la misma: “¡Esto es una caza de brujas!”.

La caza de brujas, recordemos, fue algo muy distinto a lo que sucede hoy. La Iglesia quemaba a cientos de mujeres que estaban en el estatus más inferior de la sociedad y practicaban una sexualidad libre o producían la medicina tradicional, acusándolas de brujas. Estas “brujas” no violentaban a los hombres. Cuestionaban el sistema, sin ningún privilegio ni poder. Todo lo contrario a lo que hacen los supuestos “brujos” de hoy: desde un lugar de autoridad, quieren perpetuar el sistema patriarcal que permite que un hombre haga uso de su poder para violentar a las mujeres. Es decir, es todo lo contrario a la caza de brujas. No estamos viviendo una nueva caza de brujas. Estamos viviendo la resurrección de esas brujas, que ya no están dispuestas a seguir siendo violentadas.

Todo esto tiene que servir para que los centros de estudio revisen sus enfoques y mecanismos internos en relación al acoso y al abuso de docentes, y si estos ya funcionan, dejen de jugar un papel cómplice inventando razones para despedir a acosadores y permitir con ello que sigan haciendo daño en otros espacios de enseñanza. El Estado en este país impide a las víctimas acceder a una verdadera justicia legal, pero por lo menos deberíamos esperar que haya un impedimento para que estas personas sigan trabajando como profesores y continúen abusando a sus alumnas.

Lo que se les acusa a los docentes denunciados en Instagram en estos días es muy común. Es una práctica muy antigua, y ocurre en todos lados: en el cine, en teatro, en el periodismo, en las universidades, en los colegios, en los hospitales, en todas las profesiones. La metodología de los acosadores es muy parecida. Las víctimas suelen tener un estatus inferior al acosador, ya sea por raza, por condición económica, por edad o por jerarquía. Y solo es posible gracias a un entorno que lo permite, que minimiza las denuncias y que coloca la culpa en la víctima. Preguntémonos qué rol estamos teniendo en esta historia.

Mi admiración total a las chicas que denuncian, a las que las escuchan y a las que no se cansan de cuestionar los mandatos y las violencias de género, aunque la calle, las redes y el sistema judicial las sigan quemando simbólicamente.