Amanezco el día 3 de marzo leyendo textos en donde se menciona la muerte de Gladys Espinoza. ¿Quién era ella?, me pregunto. Al cabo de unos minutos recuerdo que fue detenida con el papá de mi amigo Rafael Salgado, él cuenta esa historia aquí: Ha muerto Gladys Espinoza.
La mujer en mención fue vejada, violentada, violada y torturada. Logró llevar su caso ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y “ganarlo”. Es decir, ganar simbólicamente, porque en el Perú no hay reparación que valga para las víctimas de tortura de parte del Estado. Los agresores de Gladys aún siguen impunes.
Así como dirían los filósofos un siglo atrás, lamento aceptar que este determinismo aún perdura: “la moral tiene criterios estéticos”. Y es que por más delitos que una persona haya podido cometer, en Perú, pasa de ser algo punible a un rampante atropello a los derechos humanos sin mayores consecuencias por tratarse de una exintegrante del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru, para medio Perú incapaz de reflexionar sobre las consecuencias del estigma, un demonio.
Para humanizar, para volver a amar, para no olvidar, les dejo este hermoso poema escrito por Milagros Chávez, compañera y amiga dentro y fuera de la reclusión.
Simplemente… Gladys
Puedo decir que conocí no solo de tus temores
sino de tus pánicos y tus fobias;
que te conocí ansiosa rumiando tus rabias por todo y por nada
tu intolerancia por lo inimaginable
tu sobrevaloración a lo insignificante
el estallido de tu sonrisa ametrallando mis oídos
tu palabra gruesa hiriendo susceptibilidades.
Tú, áspera
Yo, frontal
en cada choque y en cada verdad sin anestesia
nuestras miradas compitiendo
terminaban tomando un café de dos horas
y engriendo nuestros egos.
Cada quejido tuyo era un grito de combate
resistiendo una y más veces.
Conocí el camino de tus lágrimas por tu rostro recién maquillado
y pude cobijarte en mis brazos cuando tu cuerpo se hacía frágil.
No pretendo enarbolarte,
hacerte heroína, ni víctima, ni perfecta,
no pretendo repetir expedientes ni discursos;
tu nombre,
tu historia,
tu cárcel
ya están escritos.
Eras Gladys
mujer,
guerrera,
silencio sepulcral a veces
estruendosa otras.
Así de densa y compleja,
un personaje para mis creaciones.
Durante mucho tiempo fuimos tres:
la gorda, la negra y tú;
agua, aceite y vinagre
separadas a veces
agitadas para mezclarnos cuántas veces más;
posiciones,
personalidades,
cualquier observación era buena para enojarnos;
pero en cada contento especial
en cada tragedia,
cualquier represión
fuimos una sola
atadas a la misma historia;
después de todo así son las hermanas
y los enojos son parte del parentesco.
-pensaba-.
En un abril tocaba separarnos físicamente;
al dejarte, vi la sombra en la que te quedabas,
me convencí entonces
del significado que habías dado a mi presencia,
reconocí mis afectos por ti.
Un abrazo sin fin.
Y fue al siguiente abril
cuando entre la vertiginosidad y el smog
fui enseñándote a leer e interpretar las calles;
tú, insegura aprendiendo nuevamente
el abecedario de la libertad.
Descubrimos la extrañeza
de lo que habíamos aprehendido en la cárcel,
juntas habíamos abierto tantas puertas,
y esta vez
impotentes mirábamos los candados
que guardaban los pasos
de la gorda sin nosotras.
Éramos incompletas.
Hace cinco marzos, un día como hoy
yo colgaría el teléfono público de Chorrillos,
mi voz entrecortada anunciaría la partida de la Flaca
Tú y la gorda me acogerían en mi desconsuelo.
Hoy Gladys,
yo quería sentir el toc toc de tus tacones,
mi mejilla pintada con el labial de tu beso
y tu voz de soprano cantándome “Milonga del Fusilado”
o simplemente diciéndome ¡negraaaaa!
con un abrazo retenido recordando a la Flaca.
Me hubiera gustado sentir la tibieza
de tu tránsito hacia el nuevo viaje,
consolar a la gorda
quien desde el mismo teléfono público de Chorrillos
llorando tu partida
me pide me cuide
y que yo no me vaya
como lo hizo la Flaca
como lo haces tú.
Hoy Gladys
me atrevo a ser el puente otra vez
entre la gorda y tú
y a escribir de rosa
tu nombre en el infinito:
Gladys,
simplemente Gladys.