Desde el día en Eyvi Ágreda fuera quemada viva por su acosador, las mujeres sumamos un miedo más a nuestras vidas. Ahora, entre las tantas cosas que hacemos para protegernos, está sentarnos en la primera o en la última parte de un bus, cerca a la puerta, para escapar rápidamente de las personas que puedan intentar hacernos daños, o que nos dañen colateralmente por dañar a otra mujer. 

No existe un día desde pequeñas que no aprendamos cómo actuar frente al miedo, nuestras madres nos dan media docena de recomendaciones para ir a comprar pan a la esquina: camina rápido, no mires a nadie, no hables con nadie, vuelve rápido, no te quedes jugando, no aceptes nada de desconocidos (si nos hubieran dicho que de conocidos tampoco tal vez muchas vidas serían distintas), mira a un lado y a otro, no solo para que no te atropelle un auto sino para saber si alguien te está siguiendo, si alguien te molesta grita y corre, trae el pan y el vuelto completos.

Y ni así nos salvamos, estoy participando en una obra de teatro de donde cinco mujeres hablamos de nuestras experiencias sexuales, todas, por una no tan extraña coincidencia, fuimos abusadas de chicas, tres por un tío, una por una persona cercana, otra por un desconocido. Todas antes de cumplir 10 años. Todas tenemos ese recuerdo marcado en la piel, indeleble, del primer momento en que nos sentimos totalmente vulnerables y sin posibilidades de defensa más que nuestros más profundos deseos de que el agresor desaparezca, muera, se destruya automáticamente. 

Recuerdo que entre las tantas cosas por las que tenía que preocuparme: llegar temprano al colegio, estudiar, hacer mis tareas y bañarme, estaba el deseo profundo por encontrar una forma de que mi tío se muera. ¿Cómo podemos convivir las mujeres con estas situaciones desde tan pequeñas? Porque la violencia no es lo único que vivimos, pero sí es constitutiva de nuestras vidas, y puede dar paso a someternos más o a juntarnos y organizarnos. 

Una violencia tan extendida, tan cotidiana, tan sistemática en su forma de producirse, reproducirse y perpetuarse, y que constituye en la vida de las mujeres un modo de estar en el mundo, es alimentada continuamente por la negligencia de las autoridades y la indiferencia de la sociedad: la fórmula perfecta para que las mujeres sigan siendo violentadas y asesinadas. 

Esta violencia está tan naturalizada que nos resulta más fácil llamar a las mujeres que defienden a otras mujeres, “feminazis”, que considerarla como “terrorismo machista”, porque eso es lo que es condicionar a las mujeres a vivir el terror de ser golpeada, violada o morir todos los días solo por ser mujeres. Y no habrá ley que cambie esta situación ni suficientes CEM que acojan las denuncias de las mujeres golpeadas y violadas, mientras el gobierno no esté determinado a educar a niños y niñas en igualdad, pero parece que estamos lejos, muy lejos, de esa posibilidad. 

80 tentativas de feminicidio y 32 feminicidios de enero a marzo de este año deberían darnos luces sobre lo implacable de este terrorismo machista. Y en 9 años, desde el 2009 al 2018, 1035 mujeres han muerto gracias a este terrorismo, muchas de las cuales tenían hijos e hijas que han quedado huérfanos, y no solo han perdido a su madre y a su padre, que en el mejor de los casos está preso, sino que se enfrentan al abandono estatal y se convierten en una carga económica y emocional para su familia, no reciben asistencia psicológica ni acceso a educación o vivienda, no reciben nada más que dolor y silencio frente a lo que están viviendo. 

¿Pero saben qué es lo que da más miedo? Que no podamos voltear hacia nuestras autoridades y hacia nuestros Gobierno para que nos ayuden a parar tanta violencia, al fin y al cabo, no hacer nada más que recibir a las mujeres golpeadas y darles asesoría legal es reproducir y perpetuar el sentido común de que las mujeres siempre vivirán violencia, siempre serán golpeadas, pocas escaparán a la violación y muchas morirán.

Ese sentido común, reforzado por un gobierno ausente puede llamarse también terrorismo de Estado, ¿o creen que es fácil vivir cinco años acosada por alguien que te persigue, va a tu casa, te toma fotos, vive asediándote y amenazándote y el único recurso que tengas sea publicarlo en facebook? ¿o creen que es simple procesar judicialmente a tu violador cuando tienes 18 años, que te viola desde que tienes 10, y que los jueces archiven el caso por falta de pruebas? 

Un terrorista deshumaniza a la gente a la que va a atacar para no sentir ni pena ni lástima por ella. Eso es lo que hacen continuamente nuestros agresores y nuestro gobierno, nos deshumanizan para matarnos o para olvidarnos.