Por: Angélica Motta

Marta Lamas, antropóloga feminista mexicana de vasta trayectoria en la academia, ha desatado gran polémica en las filas del feminismo latinoamericano con su reciente libro “Acoso ¿Denuncia legítima o victimización?” (2018)[1]. En nuestro medio, Maruja Barrig, investigadora en género e importante feminista, retomando sus argumentos, ha empezado el debate con el artículo “#YoTambién” (La República, 23.04.19). Aquí algunas reflexiones.

Lamas coloca puntos rescatables, en particular la necesidad de tener más claridad como sociedad sobre qué califica como acoso. Efectivamente, necesitamos una discusión pública al respecto. Cuando una conducta depredadora ha estado normalizada por siglos cuesta verla. La implementación de una norma que la sancione no es suficiente para zanjar con el problema. Se requiere de un cambio cultural para el cual el debate es imprescindible. Aquello que nos parece (o no) parte aceptable de nuestra experiencia sexual, nunca podrá ser únicamente regulado por la ley. De ahí la importancia de cambiar sentidos comunes, patrones culturales y establecer nuevos estándares más allá de lo punitivo.

Sin embargo, los términos en que Lamas coloca el debate no son los mejores si consideramos la realidad regional, y en particular la peruana, de cara al momento histórico del patriarcado. La académica mexicana pone los reflectores en los “excesos” del #MeToo e iniciativas parecidas que representan la imparable ola de mujeres que están rompiendo el silencio al denunciar violencia y acoso sexual.

¿Pánico moral mujerista y victimista?

La autora sugiere que una creciente cantidad de denuncias equivocadas o mal intencionadas estarían generando “Cada día […] nuevos casos de injusticias: difamaciones, persecuciones mediáticas y despidos” (p. 19) contra hombres inocentes, debido a que el discurso hegemónico de las dominance feminists (feministas radicales) norteamericanas se habría impuesto. Tendencia que propone sin respaldo de evidencia estadística.

Con calificativos que poco ayudan a plantear un debate constructivo entre feministas, Lamas describe a este feminismo como un “mujerismo victimista” que al infantilizar y limitar a las mujeres al lugar de pobres víctimas con una sexualidad en constante peligro, acabaría encontrándose con la perspectiva paternalista y patriarcal de los sectores más conservadores de la sociedad. Siguiendo a Echevarría[2], Lamas infiere que este dominance feminism habría llegado a Latinoamérica vía la “americanización” de la vida social moderna a nivel global.   

Uno de los espacios a los que se refiere Lamas para ejemplificar su perspectiva es el de las universidades de los Estados Unidos en los años 80, cuando explota la ola de denuncias por acoso sexual. Nos dice la autora que en estos espacios la perspectiva victimista del dominance feminism se vuelve hegemónica imponiéndose un ambiente de “pánico sexual” donde los profesores ya ni se atrevían a mirar a los ojos a las alumnas, por un clima de exageración en denuncias y medidas disciplinarias.

Que lejos estamos en el Perú de que la perspectiva del feminismo, cualquier feminismo, sea hegemónica en contextos férreamente patriarcales como las universidades alrededor de los casos de acoso sexual. Aquí, recién desde 2018, la Superintendencia Nacional de Educación Superior Universitaria (Sunedu) intenta garantizar que todas las universidades tengan implementados procedimientos para enfrentar el tema. Las normativas en las que se basan dichos procedimientos son también recientes: Ley Universitaria (2014) y Lineamientos del Ministerio de Educación (2018). Es decir que la mayoría de situaciones de acoso sexual en las universidades peruanas ha estado históricamente normalizada y en la impunidad.

Al 2019, según datos de la mencionada entidad: “7 de cada 10 universidades no cuentan con un procedimiento específico de atención para denuncias por hostigamiento sexual” y “solo 2 de cada 10 realizan algún tipo de acción para prevenirlo”. Además, “existe poca celeridad y escasos niveles de monitoreo para resolución justa de casos”. De 125 procesos que se registran en la historia de las universidades de todo el país existen 31 sancionados (SUNEDU, 2019)[3]. ¿Tiene sentido hablar de un ambiente persecutorio y punitivista en este contexto? No lo creo. Así las cosas, hablar de “excesos feministas” sería en realidad lo exagerado y excesivo.

Con lo dicho no niego la posibilidad de denuncias falsas (ínfima minoría en temas de violencia sexual según la evidencia[4]) y la importancia de un debido proceso.

¿Son nuestros feminismos victimistas y puritanos?

Lamas propone, al menos para México, que debido a la americanización un sector importante sí lo sería, no se basa en ninguna investigación sobre los discursos sobre el acoso de las feministas mexicanas para proponerlo. Su análisis ha sido puesto en entredicho por la transfeminista mexicana Siobhan Guerrero[5] y concuerdo con ella para el caso del Perú. Tampoco parto desde una investigación, sino desde mi experiencia como activista y mis impresiones a partir de un contacto frecuente con grupos de jóvenes feministas a quienes veo profundamente comprometidas con la lucha contra la violencia de género y también con la reivindicación del placer y la sexualidad.

Si bien hay debates y posturas encontradas en torno a temas como la pornografía y la prostitución/comercio sexual, estas no agotan la diversidad de los feminismos como parece haber sido el caso en los 80 estadounidenses que Lamas describe y considera vigente también en tiempos del #MeToo. Aquí, sin intentar generalizar, puedo afirmar que en diversos espacios se levanta un reclamo contra el peligro de la violencia sexual y la reivindicación del placer. Sin duda, la crítica de Lamas es valiosa para pensar si el lugar del placer con respecto al peligro podría ser más preponderante, seguramente sí y ojalá las condiciones de violencia estructural que estamos bregando por transformar así lo permitan.

Un buen ejemplo de cómo las luchas en contra de la violencia y la reivindicación del placer no se excluyen es una manifestación reciente en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM), en la que un grupo de feministas y aliados hombres nos manifestamos en contra de un evento de conservadores fundamentalistas. Algunas consignas proferidas fueron: “ahora quieren vida cuando en la dictadura ligaban campesinas”, “por nuestras muertas ni un minuto de silencio”, “chucha con chucha esa es mi lucha”, “pene con pene que no te apene” y “saca tu rosario de mis ovarios, saca tu doctrina de mi vagina, saca tu estampita de mi conchita”. Interesante mix que nos muestra que el rechazo a la violencia de género (aquí en forma de esterilizaciones forzadas y feminicidios) y la reivindicación del placer y la autonomía sexual, ambos firmemente distanciados de posturas conservadoras fundamentalistas, no son para nada excluyentes.

De los acercamientos al conservadurismo fundamentalista

En estos tiempos de resurgir fundamentalista en América Latina, de lo que hay que tener cuidado es de algunos argumentos que cuestionan al feminismo poner el foco en la violencia de género y  los feminicidios cuando en términos cuantitativos los hombres mueren más, argumento levantado por Lamas (pp. 148-149), coincidiendo plenamente con fundamentalistas de la línea de “Con mis hijos no te metas”, quienes bajo este exacto argumento hacen negacionismo de la gravedad del feminicidio[6].

Lamas, al igual que los fundamentalistas, denuncia que los hombres mueren más, sin señalar que ellos son también quienes más matan, ensombreciendo la desproporción entre las mujeres que mueren con respecto de las que matan que, como dice Segato[7], es una gran injusticia.

El mandato de masculinidad violenta cobra vidas entre hombres y mujeres. Este debe ser un punto de encuentro de todxs para su cuestionamiento amplio, pero relativizar la violencia contra las mujeres y los feminicidios de cara a la de muertes de hombres invisibiliza que los feminicidios son crímenes de poder donde las mujeres mueren por su lugar en el sistema de género. No son muertes llanamente comparables[8].

El contexto que estamos viviendo en América Latina, donde las fuerzas fundamentalistas vienen con fuerza a abrirse un lugar cada vez mayor en la política no está como para este tipo de refuerzos desde la orilla del feminismo.

La búsqueda de justicia

Finalmente, otro punto importante del libro de Lamas, es el de la búsqueda de justicia. Un asunto que está en la médula de lo que discute es el tema del debido proceso y de ahí una crítica a la exposición de casos en redes sociales y el “yo te creo”. Es decir, la justicia que las mujeres están tratando de encontrar de manera paralela frente a un sistema que se las ha negado por siglos, un sistema que en el caso del Perú –como vimos a través de los audios de Hinostroza (Caso LavaJuez)– puede llegar, entre otros, a negociar las penas por violación de las niñas.

Como dice Marisol Fernández[9], en el Perú, a la vorágine de testimonios de violencia que se permitieron las mujeres por redes sociales le debemos una de las mayores marchas que ha visto nuestro país y por ello “una mayor atención de parte del Estado y una mayor sensibilización de la población”. Si se impone el mutismo por no tener el tipo de pruebas que exige una justicia patriarcal, “el peso de una justicia que no funciona lo deben cargar las mujeres violadas, acosadas […] porque no se puede dañar ni el honor ni la reputación de un presunto perpetrador”. Concuerdo con Fernández en que esto es inadmisible.

Ciertamente es importante que desde el feminismo revisemos críticamente nuestras prácticas. Para seguir avanzando, hasta que no contemos con un sistema oficial que esté a la altura y sin dejar de luchar por ello, es necesario enfrentar a la injusticia patriarcal desde prácticas de justicia feminista donde podamos experimentar formas alternativas de debido proceso.

Rita Segato –quien sabiamente no le apuesta todas sus fichas a las lógicas del Estado (patriarcal)– en su última visita a la PUCP nos sugirió implementar un tribunal de mujeres que pueda servir como laboratorio, como piloto. Hay experiencias de este tipo en otros espacios, salvando las diferencias, también históricamente negados de justicia como comunidades indígenas. Así por ejemplo, el 2017 en Tarapoto tuvo lugar el “Tribunal Justicia y Defensa de los Derechos de las Mujeres Panamazónicas Andinas” que “puso sobre el tapete los impactos del modelo económico capitalista extractivista y el patriarcado, sobre la vida, los cuerpos y territorios, de mujeres”[10]. Dejo la propuesta abierta al debate.     

Mucho más se puede decir del sugerente libro de Lamas, a quien agradezco la posibilidad que abre para la reflexión.


[1] Lamas, Marta (2018). Acoso ¿Denuncia legítima o victimización? Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica.

[2] Echevarría, Bolívar comp. (2008). La americanización de la modernidad. México: ERA/UNAM. (citado en Lamas op cit).

[3] Sunedu (2019). El hostigamiento sexual en universidades peruanas. Resultados preliminares de un diagnóstico de recursos institucionales (Presentación PPT).

[4] En pie de página la propia Lamas reporta que “la prevalencia de acusaciones falsas se encuentra entre el 2% y el 10%” (p. 113).

[5] https://www.youtube.com/watch?v=6qPRzXMCEQg

[6] Ver: https://wayka.pe/homofobia-y-misoginia-en-el-colegio-de-abogados-una-desafortunada-conferencia1/

[7] Segato, Rita (2016). La guerra contra las mujeres. Madrid: Traficantes de sueños.

[8] Para un mayor desarrollo sobre lo inadecuado de esta comparación ver: https://revistaideele.com/ideele/content/las-cifras-y-la-banalización-del-feminicidio

[9] Post en su muro de Facebook. 23.04.2019

[10] http://www.forosocialpanamazonico.com/9788-2/