Mano Alzada
Política

Javier Diez Canseco: la lucha de un peruano por los derechos de todos

“Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles” (Bertolt Brecht).

Era el texto que daba vueltas en mi cabeza —con la voz de Silvio Rodríguez— y que recordé mientras editaba una nota sobre el develamiento del busto a Javier Diez Canseco, en mayo de 2015. ‘Sueño con serpientes’ fue la canción que puse como música de fondo en mi pequeño homenaje al recordado Javier, quien hoy cumpliría 70 años.

Su vida política fue una constante picazón para todos sus colegas; una clase política que necesitaba un pare, alguien que les dijera las cosas sin tanta retórica, pero que sea contundente, que sea directo. Una primera muestra de esto sucedió cuando Javier fue expulsado a Argentina por haber sido crítico de ese sistema dictatorial del gobierno de Francisco Morales Bermúdez (condenado en enero de 2017 por la justicia italiana a cadena perpetua por ser parte del ‘Plan Cóndor’).

Javier fue uno de los referentes de la izquierda peruana; respetado entre sus compañeros de ideas y casi temido por sus opositores —apristas y fujimoristas en su mayoría— cada vez que salía a exponer en el parlamento. “Hay gente que piensa que ser de izquierda es ser pobre, que hay que carecer de todo; porque (según ellos) la izquierda solo puede pretender el cambio sobre la base del odio y no sobre la base de la justicia”, argumentaba en una de las tantas sesiones del Pleno del Congreso.

El 23 de febrero de este año, quedé sorprendido por una entrevista en donde se pudo escuchar: “Hay gente a la que le gusta inventar historias, generar historias en la prensa, que son falsas y eso, la verdad, es lamentable…Yo recuerdo que Javier Diez Canseco hacía eso con muchas personas para amenazarlas y así conseguir algo”, era Mercedes Aráoz, la ahora aferrada al cargo de viceministra. Sus palabras —obviamente— no pudieron ser debatidas. Una cobardía.

No lo conocí personalmente —muchos tampoco—, pero la lucidez y temperamento del izquierdista quedó inmortalizada en todos los videos que se puedan encontrar en Youtube: exposiciones, entrevistas en radio y televisión; un tú a tú con diferentes políticos durante las campañas, y siempre defendiendo los derechos del trabajador, del peruano.

En su último tramo como parlamentario (junio de 2012) se apartó —junto con Verónika Mendoza y Rosa Mavila— de Gana Perú, el sector oficialista de ese tiempo. Por tal actitud, sufrió la arremetida de un grueso grupo de su exbancada, fujimoristas y apristas, que lo suspendieron del Congreso en noviembre de ese año por noventa días; según ellos, por ‘favorecer a su familia con un proyecto de ley’.

Ya en abril de 2013, el Quinto Juzgado Constitucional de Lima falló a favor de Javier y ordenó su retorno a sus labores, pero sus detractores (entre ellos el actual postulante a la alcaldía de Lima, Humberto Lay) y el cáncer al páncreas que padecía se lo impedían.

El sábado 4 de mayo de 2013, la voz fiscalizadora del Perú, esa que remecía en el hemiciclo congresal, se apagó. La familia, mediante un comunicado, pidió que los 55 congresistas que votaron a favor de la suspensión a Diez Canseco no tuvieran acceso al sepelio. Le cerraron la puerta a la hipocresía, algo que Javier aborrecía de los políticos.

A la izquierda, a pesar de sus esfuerzos, le hace falta la sangre hirviente de Javier. Si solo hubiese un par de Javier Diez Canseco en nuestro actual y curioso Congreso, los debates sobre tal o cual proyecto de ley tendrían otros colores y se escucharía la verdadera voz de los peruanos.

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