Martha Chávez representa a una vieja estirpe de político que parece estar en extinción y en sus largos momentos de agonía va soltando alguna que otra noticia de que está vivo para que no lo olviden, para sentir que aún tiene algún tipo de importancia o representación en la vida política, y como ya a pocos les interesa su existencia, tienen que hacer lo que hacían antaño para estar nuevamente en el ojo público, ese que hace tiempo le otorgó su partida de defunción.
En ese listado en donde destacan Bedoya (resucitado hace poco por el defenestrado Cateriano), Lourdes Flores (cuando hay que tapar algún acto de corrupción), Ántero Flores Aráoz (cuando no los noticieros están caídos de ideas), etc., por el lado de la ultraderecha, Martha Chávez siempre tendrá un lugar de honor, porque tiene una gran capacidad de resucitación con el fin de convertirse en objeto de escarnio y de sumar taras a sus ya conocidas defensas de todo lo malo que le pasa al Perú, empezando por Alberto Fujimori.
En estos días vuelve a destacar porque, al parecer, los espíritus chocarreros de tiempos coloniales se le colaron en la almohada, y a falta de argumentos para protestar por la designación de Vicente Zeballos en la OEA representando al Perú, utilizó el más gastado de todos: el racismo. Ese que en un Perú a puertas del Bicentenario, resulta odioso hasta para sus contemporáneos: “Quizá debió ir a Bolivia porque como moqueguano y como persona de rasgos así, andinos, es una persona que debería conocer mejor y llevarse mejor con la población mayoritariamente andina o mestiza de Bolivia”.
Con esa lógica, Chávez debería estar acompañando a Fujimori en la cárcel, pues como fujimorista y con rasgos autoritarios, es una persona que conoce mejor y se lleva mejor con la corrupción y los grupos paramilitares del Fujimorato, esos que asesinaron sin piedad incluso a niños.
Manotazos de ahogado los de Martha Chávez para revivir la atención que tenía en la dictadura cuando hacía y deshacía para que Fujimori y Montesinos pudieran seguir controlando el Estado y corrompiéndolo todo. Una política a la altura de la peor parte de nuestra historia, una que ya debe quedar en el pasado.