Con la frase “¡No importa lo que te digan, siempre estamos solas!”, las mujeres de la casa de la niñez de Alfonso Cuarón se enfrentan al mundo y lo dominan. Siempre estamos solas, pero juntas somos más fuertes, es lo que Sofía trataba de decirle a Cleo.
Y con esa frase que llenó de orgullo a muchas, déjame decirte Alfonso Cuarón, que a mí se me revolvieron las tripas.
En alguna de las muchas entrevistas que les han hecho a las protagonistas de la multipremiada cinta Roma, les escuché decir que se trataba de una cinta feminista que nos enseña cómo las mujeres son capaces de unirse y sacar adelante a una familia. La muy sonada sororidad que nos salva. La sororidad que nos queda.
Definitivamente si consideran a Roma como una película feminista en la que las mujeres luchonas demuestran que juntas son capaces de enfrentarse a todo, entonces me parece que no han entendido nada. No hemos entendido nada acerca del machismo y de la falta de equidad de género que impera en la cultura mexicana.
Lo que vi en Roma fue a una mujer, cuyo marido la abandona con cuatro hijos, una mujer anciana, dos empleadas domésticas y un perro. En Roma vi a un tipo al que de repente le dieron ganas de librarse de su vida de padre de familia y vivir otra historia: una más divertida, más relajada, más llena de locuras, como correr como un adolescente debajo de la lluvia de la mano de su nueva pareja. Así nada más, porque sí, porque es hombre y puede.
O simplemente porque vivimos en una sociedad que tolera y que fomenta este tipo de actitudes en los hombres. Y porque la que se supone que se quede con los hijos es la mujer; después de todo nacemos con el instinto maternal, ¿o no?, ¿no se supone que lo llevamos en la sangre, en la vulva o en los estrógenos? Lo traemos de nacimiento, lo tenemos y punto. O si no, ¿por qué las mujeres juegan con bebés desde chiquitas?
Los grandes ausentes en la película en la casa, al lado de Sofía y, en el hospital, al lado de Cleo, son los hombres, las parejas de ambas, los que solo aparecen en las vidas de ellas para llenarlas de hijos, para juzgarlas, para regañarlas, para hacerlas sentir una mala ama de casa o una ‘pinche india’… y luego marcharse.
Pero lo que vi en Roma sí fue la historia que muchas mujeres vivimos. Y sí, efectivamente en muchos de los casos se materializan las palabras de Sofía: “Estamos solas. No importa lo que digan, siempre estamos solas”.
Solas con los hijos, con las colegiaturas, con la comida, con los útiles escolares, con los uniformes.
Solas con los boletos y las palomitas para el cine; solas con los zapatos, con los libros, con los regalos de Día de Reyes y con los dientes caídos.
Estamos solas con la consulta médica, con las medicinas.
Solas con la varicela, con las paperas, con una simple gripe.
Solas con la excursión de la escuela y con el pleito con los niños más grandes, los de sexto año y con el tema de la masturbación y de las relaciones sexuales.
Solas cuando se termina el gas; solas con el internet y con la luz y el agua y la renta.
Solas con nuestro miedo y con la incertidumbre y con el estrés y con la ansiedad.
Pero la verdad es que si en realidad estuviéramos completamente solas no nos preocuparía tanto. El tema es que no estamos solas; algunas están con un hijo; otras, con dos o tres o cuatro como Sofía. Y otras, como Sofía, tienen también que mantener a su madre y a dos empleadas domésticas.
Déjame decirte señor director, que tu cinta la tuve que ver con un nudo en la garganta la mayor parte del tiempo. Y lo que reconocí en ella fue el poder de la ausencia que tienen los hombres, ese que se alimenta de la obligatoriedad de estar de las mujeres.
Nosotras estamos dadas por hecho en la vida de los hijos. Nosotras los parimos y, por lo tanto, tenemos que estar para ellos siempre.
Mientras que los hombres tienen el permiso nato de estar ausentes, porque un día decidieron que no estaban listos para ser padres, como Fermín. Y, otros, como Antonio, porque un día decidieron que se habían equivocado y que lo suyo no era ser padre de familia.
Estoy segura que muchas mujeres nos identificamos con Sofía. Sí, Cleo estaba sola con el tema de su bebé y definitivamente pasó por un conflicto muy doloroso, porque le costaba aceptar que el mentado instinto maternal nomás no le respondió, pues no quería que su bebé naciera. Pero Sofía tuvo que llorar a escondidas, levantarse cada día, limpiarse las lágrimas, buscar un trabajo y seguir por sus hijos. Sofía tuvo que estar. Estar para todos y estar siempre.
Sofía, ese personaje secundario que interpretó maravillosamente Marina de Tavira, se derrumbó, se emborrachó, lloró y tiró trozos de pared de su patio, rayó el coche, pero en el camino siempre siguió siendo el pilar de esa familia. Estuvo presente, siempre.
Y es verdad, señor Cuarón, entre los escombros de su corazón, una madre soltera recoge los pedazos y la fuerza suficientes para proteger el corazón de sus hijos. Muchas de nosotras hemos tenido que amarrarnos las tripas y el corazón y limpiarnos las lágrimas, para además, explicarle a nuestros hijos por qué el padre no está, porque este la mayoría de las veces tampoco tiene el valor de dar la cara y decir adiós.
El derecho a la ausencia, el poder de la ausencia de los padres en todos las actividades de la pareja o de la familia está tolerado siempre en nuestra sociedad. El padre hace suficiente con llegar del trabajo y sentarse a ver la tele con los hijos 20 minutos al día. Despedirse en las mañanas o hacer un par de llamadas.
Quiero que sepas que ser madre soltera es uno de los retos más fuertes y agotadores a los que me he enfrentado y en este país habemos millones de Sofías que todos los días estamos tratando de ser el padre y la madre ideal para nuestros niños. Para verlos siempre con una sonrisa y para que el poder de la ausencia del padre no les afecte nunca, que no acabe por convertirlos en uno más.
Definitivamente, yo prefiero no aplaudir el hecho de que las mujeres unidas salimos adelante, porque en el mundo, las mujeres somos solo el 50% de la población. ¿Dónde está el resto? ¿Dónde están los hombres en Roma? ¿En dónde están los hombres en nuestros hogares? ¿En dónde están nuestros padres, nuestros hermanos, nuestros hijos, nuestros maridos, nuestros novios? ¿Por qué les hemos exiliado de todas partes, por qué les hemos condenado a la levedad en nuestras vidas y en nuestras memorias y en nuestros corazones y en nuestras familias? ¿Por qué si al final resulta tan doloroso para todos les seguimos inculcando que sean los eternos ausentes, los que no forman parte de nada?
No, Roma no es intencionalmente una película feminista, porque no está escrita con el propósito de demostrar lo luchonas que somos las mujeres. Corrígeme si me equivoco, por favor, pero me parece que Roma es una historia que simplemente fluye, que simplemente sucede, que simplemente retrata la realidad de millones de hogares en México que son liderados por una mujer. ¿Por qué?
Me niego a aceptar la idea de que somos las madres las que educamos a los nuevos hombres que también abandonarán a las mujeres y a sus hijos. Me niego a aceptar que además se nos culpe de consagrar el machismo mexicano. No, no lo hacemos nosotras. Son los mismos hombres ausentes, porque su ausencia también educa, porque con su ejemplo también maleducan, lamentablemente.
Yo tengo un hijo y lo amo profundamente y me niego a aceptar a vivir perpetuamente una realidad como la de Roma, una realidad sin ellos.
Me pregunté luego del final de tu película, si en verdad vamos a aplaudir eufóricos por lo bien que las mujeres podemos hacerlo solas o nos vamos a preguntar de una vez por todas, ¿por qué estamos solas?
Y en cuanto a los hombres, que seguramente muchos fueron educados por madres luchonas y padres ausentes, me gustaría preguntarles si en verdad vamos a seguir aplaudiendo por su derecho a no estar.
Alfonso Cuarón, tu película me llevó a mi infancia, tu película trajo recuerdos de sonidos y lugares y memorias que ni siquiera sabía que atesoraba. Pero tu película me hizo mirarme en un espejo y ser más paciente y benévola conmigo misma. Gracias.
Texto originalmente publicado en HuffPost México.