Estamos próximos al 8M, Día internacional de las Mujeres y ya vamos viendo en distintos espacios públicos y privados “celebraciones” y reivindicaciones alusivas a la fecha. Como cada año, no hay nada que celebrar, porque nos siguen matando, violando, violentando y negando nuestros derechos. En pleno siglo XXI, las mujeres siguen exigiendo derechos como a la salud sexual y reproductiva, derechos laborales, el cese de las violencias, mejoras en la educación y la lista continúa.
Según el Instituto Nacional de Estadística e Informática – INEI, en Perú, en 2021, había 16 millones 641 mil mujeres y 16 millones 394 mil hombres. Pese a ser la mitad de la población, las mujeres son quienes se encuentran en condiciones de mayor vulnerabilidad en comparación de los varones. Así, tenemos la disparidad de género en salud, educación, trabajo, acceso a la justicia y otros. En lo que va de 2023, el Centro de Emergencia Mujer viene reportando hasta el 31 de enero, 11 657 casos de violencia económica, psicológica, física y sexual, sin señalar aquellas que no logran denunciar. ¿Qué hace el Estado para frenar las violencias? ¿Entenderán que no es suficiente el aumento de los Centros de Emergencia Mujer?
En la Encuesta Nacional sobre Relaciones Sociales (2019), se identificó que el 52% de la población encuestada estuvo de acuerdo con que la mujer debe cumplir rol de madre y esposa, después de sus sueños. Se evidencia que las mujeres ven culminados sus proyectos de vida para atender responsabilidades conforme a los roles establecidos por la sociedad. Así lo afirman el número de niñas y adolescentes que se convierten en madres porque fueron violadas o por el limitado acceso a sus derechos sexuales y reproductivos.
Es preciso señalar que las violencias no nos afectan a todas en la misma dimensión. El año pasado, mientras trabajaba con algunas mujeres la identificación de las violencias, la mayoría resaltaba la violencia económica y psicológica en comparación de la violencia física. Esto no significaba que no hayan sufrido de violencia física, ellas señalaban que esta “pasa”, “se cura”, pero depender de los ingresos del “marido” les ocasionaba más daño porque se encontraban “atadas” a ellos. Al sumar los malos tratos y frases de inferioridad les lastimaba aún más. Entonces, ¿cómo hacemos para cambiar ese círculo? Quizás con promover puestos laborales para aquellas mujeres que no terminaron de estudiar sea un acercamiento al problema, pero la posible solución es muchos más compleja.