Mano Alzada
Feminismos

“Cada vez que una chica denuncia a un agresor poderoso se inmola por todas nosotras”

Escribe: Mariana de Althaus

La lógica que emplean lxs que apoyan a Andrés Wiese es: “Yo jamás defendería a un acosador, pero es imposible Andrés Wiese sea uno”. Sin embargo, todxs sabemos que hay miles de hombres simpáticos y queridos por sus colegas y amigos que han resultado ser agresores y hasta violadores. Pero el hombre con éxito entre las mujeres que usa su poder para acosar a todas las chicas que le da la gana, mientras tiene novia o no, es un estereotipo masculino tan arraigado en nuestra sociedad que no escandaliza. Los acosadores no siempre son desagradables y antipáticos, todos lo sabemos. Es más, suelen ser encantadores y atractivos, porque son del tipo de ser humano al que la sociedad le ha dicho sí a todo y le ha otorgado el poder de invadir a una mujer asumiendo que esto para ella es un privilegio. Y al apoyarlo reproduciendo esos estereotipos, diversas figuras públicas contribuyen a perpetuar su poder. Es muy difícil juzgar a un amigo, pero en un mundo en el que casi todas las mujeres sufren violencia de género y muchas son marcadas irreversiblemente por ello es irresponsable no dar lugar a la duda y por lo menos al silencio.

Muchxs de nosotros sabemos que lo que Mayra Couto ha denunciado es absolutamente verosímil. La mayoría de las mujeres hemos sido acosadas más de una vez por hombres que están en una situación de poder por una cuestión de edad, o de clase social o de status laboral; podemos reconocer elementos verosímiles en un testimonio y el de Mayra los tiene. Muchos prefieren ver un disfuerzo o pataleta en una denuncia como esta, pero lo cierto es que el acoso no es sólo incómodo, también puede ser psicológicamente lacerante para la víctima, y le puede generar un sentimiento de inferioridad, culpa y rabia que le puede tomar toda una vida curar. Me parece necesario hablar de esto, aunque sea aguafiestas, incómodo y nos cause pena. Algunos afirman que lo que Mayra dice no es cierto porque de lo contrario hubiera dicho algo en su momento, se hubiera quejado con el director o algún compañero. Pero cuando somos jovencitas casi nunca tenemos el poder suficiente para detener con firmeza a nuestro acosador, y peor aun para denunciarlo.

Cada vez que sale una denuncia de violencia de género aparecen los defensores, es normal. Hasta a Harvey Weinstein lo defendieron en un inicio sus amigos, y luego tuvieron que tragarse sus palabras. Lo que preocupa no es tanto eso, sino lo representativas que son esas voces en el resto, en los que miramos el circo asombrados. Tenemos tan normalizadas estas conductas que no las notamos, y en este mundo patriarcal y racista nos parece imposible que una chica de procedencia humilde y de raza mestiza no quiera que un actor guapo y rubio la seduzca. Pensamos que ella miente. Que quiere llamar la atención. Y lo cierto es que ninguna chica saca nada bueno al denunciar, y menos al denunciar a un chico famoso, guapo, rubio y con un apellido relacionado a los grupos de poder. Hay que ser tremendamente valiente, tener una autoestima bien puesta y estar dispuesta a recibir una avalancha de violencia feroz de los sectores más conservadores del entorno del acusado y de toda la sociedad. Cada vez que una chica denuncia a un agresor poderoso se inmola por todas nosotras. No lo hace antes ni después, lo hace en el momento en que puede, el día en que su alma y su mente se lo permiten.

Es responsabilidad de las que no nos atrevemos a denunciar apoyar a la valiente, o por lo menos dudar en silencio y no juzgar el momento ni la forma en que denunció. Si nunca hemos sido acosadas no es razón para pensar que no le pueda pasar a otras. Y si nunca hemos sido acosadas también tenemos que analizar por qué hemos tenido tanta suerte: quizá nuestro color de piel, nuestro físico, nuestro estatus socioeconómico o nuestra personalidad tempranamente empoderada ahuyentaron a los depredadores. Porque ya sabemos, ellos no acosan necesariamente a la más linda ni a la más deseable; prefieren acosar a la colega de una raza discriminada, o a la alumnita, a la que va a ser dócil para no perder un puesto, a la que está en un estatus inferior, aunque esto sea algo psicológico y no real. Ellos eligen a la chica cuya palabra nadie va a creer. Y al final eso termina pasando. Tarde o temprano aparecen siempre las voces más conservadoras que contribuyen a que nadie le crea a ella. Es urgente cuestionarnos estas cosas para ir avanzando hacia un un país más justo y civilizado.

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