Si las mujeres tienen vida social, merecen ser violadas. Eso es lo que en pocas palabras dijo Paul Muñoz en representación de cinco violadores y de un país que aún avala este tipo de prácticas para controlar a las mujeres… y su vida social.
Desde que nos enteramos que cinco sujetos blancos de clase alta de zona pudiente drogaron y violaron a una joven que era su amiga, no solo se les cayó nuevamente la careta a los racistas que piensan que la violencia solo surge de hombres racializadas que viven en los márgenes de las ciudades, sino también despertó al monstruo de la opinión pública, capaz de justificar la violencia sexual contra las mujeres de miles de formas.
Esta violencia se suma al anterior caso de la estudiante Mackenzie Severns, drogada y violada por Vicente Pastor, ella de 15, él de 17, ambos estudiantes de un colegio para ricos, el Markham, aunque ella de intercambio. La joven tuvo que salir en la prensa constantemente para que su caso fuera tomado con relevancia y no se convirtiera en uno más que queda en la impunidad, impunidad que suele ser la norma en las violencias sexuales que viven mujeres más empobrecidas. El violador fue declarado culpable pero no pasará ni un solo día en la cárcel, su minoría de edad lo salvó, cosa que no suele suceder con adolescentes pobres que infringen la ley penal y son atrapados, a ellos los espera el reformatorio.
Estas violencias se suman a las otras violaciones en manada de las que hemos sido testigos estos dos meses, que dejaron en situación crítica a las mujeres afectadas. Se suman a las desaparecidas y a los feminicidios. El mensaje de estas violencias hacia las mujeres es que no tengan vida social, que mejor están encerradas en sus casas. Lo peor es que encerradas en las casas también las violan y las matan, es más, ahí, en casa, es en donde más las violan y las matan, lo hacen quienes se supone deben amarlas.
La violencia efectiva es una de las formas de control de las mujeres por parte del patriarcado, pero hay más, que se desatan cuando la violencia ya ha sido impuesta sobre los cuerpos, entre ellas están las opiniones sobre la víctima, si es una niña, la culpa de la violencia será de la madre, si es adulta, será haber estado en el lugar equivocado a la hora equivocada, si estaba en una fiesta, será su vida disipada. En cualquiera de estos casos, las justificaciones intentan decirnos que el hombre no pudo evitar hacer lo que hizo, reaccionó instintivamente, de forma natural, como se esperaba de él. Y eso es lo peor, porque el imaginario social espera que un hombre abuse de una mujer en estado de inconsciencia, lo infrecuente es lo contrario, que eso no pase no es el mandato social. Se les enseña a aprovecharse de la vulnerabilidad, del miedo, del silencio, de la debilidad. Luego creen que han hecho lo correcto, que han actuado como los hombres deben actuar, entre ellos reafirman que su comportamiento está bien.
La educación tiene que dislocar todas estas referencias que se les inocula a los niños que luego se volverán hombres, y eso se hace a través de una educación libre de prejuicios y de estigmas contra las mujeres y contra los mismos hombres. No debe ser normal para ningún hombre violar a una mujer inconsciente, no debe ser normal para ningún hombre hacer efectivo en sus relaciones erotizarse con el dolor, el sufrimiento, el miedo y el silencio, si no es consentido, si no forma parte de un juego mutuo en donde la mujer ha dicho o demostrado efectivamente que quiere hacerlo, que está de acuerdo. No debe ser normal para ninguna sociedad que una mujer que sale y hace vida social pueda ser víctima de una violación, o como muchos piensan, deba serlo. Es más, muchos esperan que eso pase.
Ese odio hacia las mujeres debe ser trastocado, la educación puede hacerlo.