Según la Contraloría, en un informe publicado este año, la Policía Nacional del Perú es la institución con más riesgo de corrupción del país, y una investigación del Instituto de Estudios Peruanos reveló que 1 de cada 5 personas afirmaron fueron sobornados por un policía. Estas estadísticas se condicen con que todos los días vemos en los noticieros que policías integran redes de corrupción y crimen, pero no solo eso, diferentes informes periodísticos también demuestran que además esta institución es violenta y machista.
Recientemente, una familia denunció que una comisaría de Santa Anita no le había recibido la denuncia de su hija desaparecida porque los efectivos aducían que se había ido con su “noviecito”; días después la joven apareció descuartizada en una maleta. El asesino, un policía con antecedentes de violación sexual, se ahorcó al conocerse el caso, no obstante, la familia insiste en que este fue ultimado porque hay más integrantes de esta institución involucrados.
Salvo muy honrosas excepciones, los policías peruanos son un peligro para la ciudadanía, sobre todo para las mujeres. Si se hiciera una evaluación psicológica real y no el simulacro que se hace al ingreso a la Escuela de Oficiales y Suboficiales, se sabría que la mayoría de los postulantes padece de serios problemas de salud mental, que luego se agravan por los —anti— “valores” de la misma institución. Hasta que esto no cambie, la inseguridad y la violencia en nuestras ciudades continuará arreciando sin que nadie venga a nuestro rescate, o peor aún, que vengan nuestros victimarios (a quienes les pagamos para cuidarnos).