Hace poco el actor Andrés Wiese lamentó haber sufrido de acoso sexual en sus redes sociales a raíz de la publicación de un postre preparado por él: un tres leches. Como era de esperarse, en una sociedad machista acostumbrada a lanzar adjetivos tras la impunidad del casi anonimato que da la tecnología, le llovieron mensajes de mujeres que hacían alusión al postre y al actor de forma sexual.
Una parte del mensaje del actor fue el siguiente:
“Hace unos días publiqué un postre (torta de 3 leches) para que las personas puedan hacerlo en sus casas. Es a raíz de esta publicación que ha salido todo este tema…(del acoso) y creo que está bien que se discuta.
Leer comentarios así no me hace sentir (ni a nadie) el más macho, el más deseado, ni el más nada. No se siente bien, en serio. No podemos exigir respeto si no vamos a respetarnos entre nosotros. Y no es gracioso…es preocupante.
Nos educan constantemente sobre el acoso y la violencia a la mujer. ¿Por qué no educarnos también sobre la violencia y acoso al hombre?
Ojalá esta etapa de aislamiento sea también de reflexión para que, algún día, seamos mejores personas”.
Hay algunas afirmaciones equivocadas en el mensaje de Wiese que analizaremos seguidamente, pero el mensaje publicado en Twitter fue largamente compartido por muchísimos hombres y mujeres, solidarizándose con el actor y apremiando a las mujeres a que dejen de acosar a los hombres. Muchos de estos comentarios sostenían que por qué el feminismo no hace nada contra el acoso a los hombres, y que ellos también sufren.
Evidentemente, este no era un intento de que el feminismo “abra los ojos” hacia el acoso contra los hombres, sino una puesta en escena para deslegitimarlo. Un intento, inútil nuevamente, de hacer creer que al feminismo le interesa apañar las violencias que viven los hombres, como si el feminismo no hubiera luchado por siglos para que los hombres puedan expresar sus emociones, humanizarse, identificar si alguien les está haciendo daño (curas y pastores, por ejemplo), vivir plenamente su orientación sexual e identidad de género sin que nadie los ataque, y compartir las tareas del cuidado para que ellos también aprovechen y entiendan lo hermoso que es amar a los hijos, cuidar a los enfermos, proteger a los animales de compañía y dejar de pensarse solo como proveedores, sobre todo en tiempos de crisis económica, y que nada de eso mellaba su propio ser.
Y ahora vamos al mensaje de Wiese. Según él, que las mujeres lo acosen no lo hacen sentir más macho, y eso demuestra un cambio en el mandato de masculinidad en el que suelen ser forjados los hombres, porque la masculinidad se construye así, a través de la continua potenciación de la virilidad sexual, de cuántas mujeres pasan por la cama de un hombre, en la erotización del hostigamiento y la violencia. A muchos hombres el acoso los hace sentir más machos, porque es un ejercicio de poder sobre débiles, y por eso acosan a adolescentes, a niñas, a gays, a mujeres trans, y a todo aquello que pueda ser leído como femenino.
Otra afirmación de Wiese es que “no podemos exigir respeto, si no vamos a respetarnos entre nosotros”, y eso es profundamente equivocado y muestra que está más interesado en mostrar su molestia hacia las mujeres que exigen respeto y no ser acosadas, que hacia quienes lo atacan. Las mujeres, el 100% de nosotras, quiere vivir siendo respetada, sin tener que soportar ninguna acción que intente humillarnos continuamente, por más que haya unas cuantas a las que les guste cosificar hombres. Ellas también merecen respeto, ¿saben por qué? Porque si no nos volvemos en tierra de nadie, como nadie se respeta, no hay ninguna necesidad de exigirlo. Todos merecen vivir siendo respetados, por más que haya unos cuantos que no respeten. Y todos tenemos que exigirlo. Desestimar las exigencias de las mujeres para vivir vidas sin violencias es un mal mensaje.
Tercero, señala que nos educan para no acosar a mujeres, pero no para no acosar hombres, y aquí también se equivoca, porque compara una violencia estructural, histórica, perpetuada y reafirmada a través de siglos, repetitiva, sistemática, que configura la relación que tienen las mujeres con la calle, la vida pública y los hombres, con una situación infrecuente, que no trastorna el horario, la vestimenta, el tránsito ni el bienestar emocional de ningún hombre de forma duradera y perdurable como para que vivan con un miedo continuo y sostenido, como vivimos las mujeres y luego le heredamos a nuestras hijas.
¿Por qué no hablamos de acoso contra los hombres? De la misma manera que no hablamos de racismo inverso o heterofobia, porque el sistema ha sido hecho para colocar en una situación de subalternidad e inferiorización a las mujeres, a los afros e indígenas, a los homosexuales, y cualquier intento de nosotrxs de tomar el lugar del agresor no convertirá el mundo en un lugar terrorífico para los hombres blancos heterosexuales. Tendríamos que vivir en un mundo distópico en donde los vulnerables tomen el poder y conviertan la Tierra en una dictadura para que tal vez sientan miedo de nosotrxs algún día; mientras eso no pase, mientras nos sigan acosando y matando a los más débiles, seguiremos hablando del acoso contra mujeres, contra trans, contra gays, contra personas racializadas, contra los pobres.
Porque de eso se trata, no de que un hombre blanco heterosexual se compare con las mujeres, sino de que algún día entienda de que ni un minuto de su molestia es igual a toda una vida de agresiones contra las mujeres. Él no va a vivir el acoso como las mujeres lo viven, como nunca atravesará un aborto ni un embarazo forzado producto de una violación, situación de la que nunca debería opinar en su vida, mientras vemos violación tras violación de niñas en cuarentena.
No se trata de gente buena y gente mala, no se trata de gente enferma y gente sana, no se trata de que hombres y mujeres somos iguales y tratarnos como iguales en una sociedad desigual, se trata de ver qué nos hace diferentes, por qué estas condiciones diferenciales se convierten en violencias y hacer algo por cambiarlas sin invisibilizar a quienes más las sufren. No es tan difícil.