Mano Alzada
LGTBIQ+, Opinión

Las elecciones, la revolución y lo LGBTI aún en el ropero de Narnia

Se vienen otras nuevas elecciones en este país, presidenciales y congresales, y como sabemos, comienza la temporada circense. Por un lado, el circo de los políticos de siempre, sus discursos, sus poses, sus performances; todo ya conocido para nuestra nación, que a pesar de que conoce de memoria las mismas promesas termina cediendo el voto, y la conciencia, a lo que además debemos agregar el contexto de la nueva pandemia, lo que suma sin duda un fatal ingrediente, porque intuyo que habrá mucha menos capacidad de reflexión, teniendo en cuenta que nuestro país es mayormente informal y que sin duda la pobreza crecerá, y quienes eran sensibles hasta antes del 2020 en retornar a ella, por lo visto ya deben estar en situación de pobreza nuevamente, pues “el 34% de los peruanos está en riesgo de caer en la pobreza” (Reyes, 2020). Ello no es un tema menor, pues frente al hambre, la necesidad y la precariedad laboral y social, diferentes tápers de varios colores influenciarán en la decisión final de los electores, incluido los LGBT, pues serlo no da inmunidad real ni ficticia frente a la pobreza y la desigualdad.

Por otro lado, el otro circo, al que lamentablemente ya nos estamos acostumbrando, tiene que ver con el ritual de ‘desempolvar’ la agenda LGBT frente a los partidos y sus líderes políticos. Esa agenda que, de un lado, ha sido transformada en un ‘enclave’ para algunas organizaciones (al parecer acreditadas para ello) para ser las únicas voceras ‘oficiales’; y que por otro, ha sido mercantilizada y mercenerizada por ciertas ONG, que pareciera que mantienen el secreto interés de dejar todo como está, haciendo un trabajo de despolitización estratégica del activismo. La presente nota abordará los dos lados de este circo, que claramente se encuentran interconectadas, en una simbiosis nefasta que nos ha llevado, en parte, pues no debemos olvidar que de igual forma tenemos un Estado con una homofobia institucionalizada, a que seamos uno de los países en la región latinoamericana con menos políticas explícitas de defensa y promoción de derechos de la comunidad LGBTI.

Dado ese escenario es que considero que en este país, lo LGBT aún se encuentra en un ropero, en su propio ‘clóset’ que al entrar las organizaciones y sus ‘referentes’ automáticamente se transportan a la Narnia LGBT, donde todo es rosa, todo es felicidad y nadie sufre, al parecer, de discriminación o pobreza, o al menos, todo está bien.

Sobre el primer lado del circo LGBT, hace unos días atrás estuve leyendo un texto que compila entrevistas, y hace reflexiones, de Sylvia Rivera y Marsha P. Johnson. Es un libro de bolsillo extraordinario, pues leyéndolo no pude evitar encontrar respuestas a la situación actual que vivimos en este rinconcito del planeta. Una cita menciona: “Opinamos que si es necesario, hemos de levantar las armas para empezar una revolución” (Johnson, 2017, p. 59).

La misma idea tenía Sylvia Rivera, “como sabéis, fue una larga noche de disturbios. Me causa ahora mismo una gran excitación el recuerdo del aullido a lo largo de todas las calles: ¡La revolución está aquí!” (2017, p. 81). Ello, 50 años atrás, a partir de la revuelta de Stonewall.

Las ideas revolucionarias y rupturistas de Rivera y Johnson eran lograr que las personas de género variante, callejeras y racializadas tengan los mismos derechos del que gozaban los heterosexuales e incluso los propios gays de clase acomodada, algunos agrupados en la GAA (Gay Activist Alliance) y con un discurso más tradicional y abstracto. Ellas creían en una revolución radical que no solo esté concentrada en el ejercicio de la sexualidad, sino que abordara también el tema de la pobreza, los asuntos raciales, de exclusión política y económica, y la violencia.

Es decir, en palabras de Ehn Nothing, una revolución que no tenga un carácter asimilacionista, “las reinas callejeras revolucionarias de color fueron un impedimento en el objetivo de asimilación en el mundo capitalista blanco y heterosexual (…) Esta marginación continúa hasta hoy en la historia revisionista apoyada por los equivalentes modernos de los asimilacionistas de la GAA. La presencia de gente de género variante, gente de color, gente pobre y gente de la calleen Stonewall y en el movimiento de liberación gay subsiguiente se ha eliminado o minimizado por parte de los asimilacionistas que desean presentarse como un movimiento respetable de blancos reformistas que buscan su inclusión en las instituciones del Estado y en el capitalismo” (2017, p. 27).

¿Qué tiene que ver todo ello con nuestro contexto? Pues considero que en la actualidad los ‘referentes’ y sus organizaciones  requieren de aquello que Sylvia y Marsha lograron capturar a partir de su experiencia política ‘de calle’: revolución sin asimilacionismo, además de una capacidad de identificar que sin una crítica al sistema capitalista blanco, no es posible una lucha verdadera. Esto último, por ejemplo, queda demostrado en la inexistente postura (o si la habido en su momento, seguro fue solo un post en Facebook para ‘parecer’ consecuente) sobre la Ley de Derogación del Régimen Agrario, debatido a fines del 2020 en el Congreso. Saben que la categoría ‘interseccionalidad’ se ha vuelto de moda, saben que da caché, saben que las hace funcionales, pero su uso solo opera a un nivel retórico. Por ello, ahora ya no es suficiente colocar la palabra ‘activista’ en las referencias profesionales y/o personales, ahora hay que enlistar todo lo que ‘pretenden parecer ser’ más que ‘demostrar ser’: activista feminista interseccional decolonial LGBTIQ+.

Pero, ¿saben lo que significa ser interseccional, o les ha ocurrido lo mismo que con el término queer[1]? ¿Conocen cómo se lleva a la práctica más allá de la definición teórica abstracta? Pareciera que no, pareciera que el aprendizaje en la práctica demora, toma su tiempo o no visualizan la oportunidad para ejercerla, entonces, algo falló en el curso (volveremos a esto luego). Pues pudieron haberlo demostrado evitando reuniones con el Partido Morado, o ya, al menos interpelarlos por su negativa a la derogación de la Ley en mención. Pero no ocurrió ni uno ni lo otro, sino que hasta lo promocionaron como un ‘hito’ importante para la comunidad, como un ¿avance?

¿Realmente creen que tener a un congresista gay blanco es suficiente, y que el otro congresista blanco heterosexual juega de aliado para nuestros intereses? ¿Por qué confían tanto en que harán algo por lo LGBTI cuando no lo hicieron por los trabajadores del campo? ¿Acaso nuestras existencias valen más que la de ellos? Realmente patético si piensan así, o peor aún, ¡que no se dan cuenta! Porque en realidad lo que están haciendo es condenar a la ‘movida’[2] LGBTI al aislamiento político, pues están metiendo la dizque agenda LGBTI al ropero de Narnia, y poniendo en práctica lo que Sylvia y Marsha nos han ya advertido… El asimilacionismo a la sociedad patriarcal blanca hetero/homonormada capitalista, pues les venden la idea de que lo LGBTI está súper bien, que no son pobres y no hay necesidad de ‘ensuciarse’ las manos a favor de leyes que afectan a otros en peor situación.

Y lamentablemente, esto va a continuar, o lo que es peor, la ‘movida’ LGBTI va reunirse con todas y todos sin mostrar ninguna postura ideológica y política clara. Una pena.

No obstante, ¿de donde proviene este aprendizaje político? Porque de alguna parte debe venir esta comunión estratégica, pues aquí es donde entra a tallar el segundo lado LGBT del circo y hasta donde compromete mi propio activismo.

Sin duda alguna, la entrada al nuevo milenio debió suponer el posicionamiento de la organización LGBT más antigua de Latinoamérica, de la cual fui parte por buenos años. Me refiero al Movimiento Homosexual de Lima (MHOL), pero no lo fue, sino más bien todo lo contrario. Ahora no se piense que por haber pertenecido a ella es que defiendo que debió haber sido esta y no otra, pero tengo motivos para pensar así. En el primer quinquenio del 2000 se conversaba la idea de constituir una escuela de formación política para activistas LGBT, pues habíamos tenido la experiencia de las Defensorías Comunitarias (SINDECO), las diferentes campañas de incidencia política, la experiencia partidaria de algunos compañeros, la carrera electoral de uno de ellos, los encuentros nacionales; todo ello configuraba el marco, pero no decantó dicha propuesta.

Esto abrió la posibilidad de emergencia de otras experiencias, escuelas de formación, que a la fecha no han tenido una rendición de cuentas a la comunidad LGBT sobre los logros obtenidos en términos políticos y comunitarios.

Ahora, es interesante observar que muchos de los ‘referentes’ o ‘voceros’ actuales han sido formados políticamente en esta escuela del nuevo milenio, que a manera de juego con un colega hace muchos años la denominamos ‘Enmodela’, pues sentíamos que lo que hacía era enmodelar los activismos, hacerlos digeribles para la política nacional, y en cierta forma, hasta blanquearlos. Incluso diría que construyen un perfil homonormado, en donde se debe ser gay, lesbiana y transgénero, y alejarse de todo remanente marica, machona y travesti.  ¿Esto es cierto? Si analizamos todos los nuevos activismos que han transitado por dicha escuela, todos se conocen, todos piensan igual y todos tienen la misma forma de hacer política, una ‘política del felpudo’ como lo denominó jocosamente otra colega del norte.

Este activismo enmodelado, acartonado y que no tiene nada de revolucionario, constituía el gran temor de Sylvia y Marsha. Este activismo juega más a la asimilación que a la ruptura de los sistemas opresores (raciales, de clase, de género), y además debemos tener en cuenta, ¿cuál será el costó de dicha asimilación, o mejor dicho, quiénes serán ese costo? Pues este activismo es el que los motiva a conversar como si nada ocurrió con el Partido Morado, o incluso con Bruce quien votó a favor de la Ley Pulpín, afectando a jóvenes en donde también hay LGBT. Entonces, ¿cuál es la intención de la actual ‘movida’ LGBT, defender a todos los LGBT o solo a ellos que tienen el privilegio del ropero de Narnia?

¿Qué logros podría llevar esta forma de política asimilacionista? Pues sus logros creo ya son observables. Preguntemos, ¿cuántas nuevas organizaciones se han creado (sea formal o no) por parte de sus graduados? ¿Vale más el emprendimiento que la integración? Pues, ¿para qué tener más organizaciones?, ¿cuál es la finalidad de ello teniendo en cuenta la fragilidad de las organizaciones sociales en nuestro país? Tanto nos odiamos que no podemos demostrar que es posible trabajar bajo una agenda en común o es que tenemos intereses tan distantes, o es que existen intereses personales que son más potentes.

Sin duda alguna, lo performativo y lo virtual está ganando terreno en una sociedad en la que las personas menos nos conocemos por cómo somos realmente, eso queda claro. Ahora, regresando a lo que no fue en el MHOL, es cierto que dicha experiencia hubiera sido diferente, hubiera impuesto un sello ideológico particular, basada en la defensa de los derechos humanos por sobre todo. Hablando por mi postura, me hubiese sido imposible trabajar con todos, como parece que es lo contrario a Enmodela, donde se trabaja con todos, a la demanda, a lo que venga. Es su negocio. Lo interesante y lo que asoma es que al final de cuentas aún no se ha logrado nada. Ni de las buenas intenciones que no resultaron ni de lo que existe ahora, pero sí me queda claro algo: que del asimilacionismo no vamos a obtener nada bueno salvo seguir debilitándonos internamente, y que más bien una ‘contaminación revolucionaria’ de la experiencia de la calle daría un aire de frescura a la lucha LGBT, que parte de escuchar a las compañeras/os de a pie, que escucharse entre ustedes mismos.

Finalmente se extrañan las antiguas épocas, los primeros años de la Red Peruana LGBT, donde era posible discutir sin enemistarse, pero creo que en esa época sin redes virtuales más éramos, así quizás solo con intenciones, pero eran nuestras.

Bibliografía

Johnson, M. (2017). “Parloteando con una travesti callejera revolucionaria. Una entrevista con Marsha P. Johnson”. En: Rivera, S. y Johnson, M. Acción Travesti Callejera Revolucionaria. Supervivencia, revuelta y lucha trans antagonista. Madrid: Editorial Imperdible.

Nothing. E. (2017). “Introducción. Reinas contra la sociedad”. En: Rivera, S. y Johnson, M. Acción Travesti Callejera Revolucionaria. Supervivencia, revuelta y lucha trans antagonista. Madrid: Editorial Imperdible.

Reyes, J. (2020, 3 de febrero). El 34% de los peruanos está en riesgo de caer en la pobreza. Gestión. Recuperado de: https://gestion.pe/peru/el-34-de-los-peruanos-esta-en-riesgo-de-caer-en-la-pobreza-noticia/

Rivera, S. (2017). “Putas sobre ruedas. Un discurso de Sylvia Rivera, junio 2001”. En: Rivera, S. y Johnson, M. Acción Travesti Callejera Revolucionaria. Supervivencia, revuelta y lucha trans antagonista. Madrid: Editorial Imperdible.


[1] Sin duda, la informalidad económica y social que abruma el país ha hecho que las posturas políticas a veces hayan sido asumidas de manera muy laxa, casi como dice la expresión, ‘a la peruana’. Esto, más el nivel de individualismo postmoderno, hace que cada quien asuma una postura como mejor le convenga y en donde un nuevo término pueda significar todo y/o nada.

[2] Uso el término movida en vez de movimiento, pues en otras reflexiones considero que no existe un movimiento orgánico LGBT en el Perú. Lo que existe es la ‘movida’ de algunos personajes desde ciertas organizaciones comunitarias y otras organizaciones que las financian.

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