A las feministas siempre nos van a cuestionar todo, desde el fondo de nuestra lucha que busca que las mujeres ejerzamos nuestros derechos de manera plena, y ello implica la pérdida de privilegios de los machistas, hasta la forma en cómo realizamos nuestro activismo.
A las mujeres nos matan, nos torturan, nos maltratan, nos acosan, nos violan, etc., pero los machistas están preocupados porque en las discotecas nos dejan entrar gratis mientras que ellos tienen que pagar una entrada. Sin embargo, más allá del ejemplo risible (pero real) del cuestionamiento a nuestra lucha, hay de los que dicen entenderlo todo, y no solo eso, sino que, además, quieren formar parte siendo “feministos”.
De pronto, vemos a hombres que sin comenzar por cuestionarse sus privilegios o escuchar a las mujeres en sus demandas por la ola de violencia que se manifiesta en contra de nosotras de distintas formas, quieren formar parte de la lucha feminista e incluso enseñarnos cómo debemos hacerla.
Dentro de las muchas críticas que recibimos existe una recurrente que es la de señalar que las feministas somos cerradas al no permitir la participación de hombres. Esta crítica proviene de quienes dicen entender el problema y se muestran como los racionales y eruditos en el tema. Se exaltan y reclaman sobre el por qué los hombres no pueden conquistar estos espacios, pues aducen que ellos también quieren luchar por nuestros derechos y si queremos igualdad y no discriminación, entonces deberán ser parte. Las palabras van cambiando, pero el sentido del mensaje es el mismo.
Al respecto, considero que en principio es bien importante señalar que los diversos cuestionamientos a la lucha feminista no tienen nada de genuino e interés real en aquello que señalan, sino que son formas en cómo pretenden deslegitimar nuestra causa. En este caso en particular, no les interesa en absoluto participar de la lucha feminista, puesto que muchos de ellos ni siquiera empiezan por analizar sus privilegios, por dejar de silbar a las mujeres en las calles, por asumir las tareas domésticas del hogar, por promover la equidad remunerativa en sus centros de trabajo, por asumir paternidades responsables, por tratar con dignidad a sus parejas, entre otros, pero sobre todo no empiezan por entender que las mujeres tienen el derecho de ejercer su participación social y política de manera autónoma.
A las personas que cuestionan la falta de participación activa de los hombres en la lucha feminista no les preocupa en absoluto la existencia de un espacio solo de mujeres, pues veamos, nunca se han cuestionado cuando las mujeres se van juntas de compras, cuando se reúnen para tomar el té y hablar de los hijos, cuando se reúnen a hablar de cómo hacer postres, o cuando hay salones de belleza solo para nosotras en donde “se hablan cosas de chicas” que a los hombres les aburre, asimismo, tenemos también la cocina, ¡oh sí! La cocina, nuestra cocina, la que muchas veces en infinidad de hogares los hombres no pisan porque es un espacio de mujeres. Y es que con estos ejemplos confirmamos que no existe problema alguno en que hayan espacios solo para mujeres, porque se asume que nosotras hablamos de nuestras parejas, o de nuestras ansias locas por tenerlas, de la ropa, moda y maquillaje, de las recetas de cocina, de nuestros problemas con el peso y el frizz de nuestro cabello; y las más atrevidas seguro hablaremos de nuestros asuntos académicos y laborales, pero claro con nuestro propio “drama”, típico de toda mujer.
Pero qué sucede cuando de pronto las reuniones de mujeres ya no son para hablar de aquellas cosas “de mujeres” bajo una óptica machista, sino que son para conspirar en como destruir la sociedad machista patriarcal que no permite el ejercicio pleno de nuestros derechos. ¿Ya no les parece divertido verdad?
A los hombres machistas no les molesta los espacios de mujeres per se, a los hombres machistas les molesta los espacios de las feministas, porque somos mujeres que buscamos la conquista del poder político para transformar la sociedad. Y eso es lo que les hace temblar.
No solo no han cuestionado la existencia de los espacios de mujeres durante siglos, sino que de manera voluntaria no han querido ingresar en ellos, dejando por ejemplo que las labores domésticas y la crianza de los hijos sean tareas exclusivas de mujeres, que la costura y la cocina y las demás actividades estereotipadas sean solo de mujeres, y todo ello sin encoger la nariz en ningún momento. Pero ahora el que una mujer pueda ser actora social y mostrarse empoderada sin que se encuentre bajo su tutela es algo que les cuesta concebir y buscan deslegitimar.
Lo que cuestionan es que nuestro activismo les haya hecho ver eso que no querían, que tengan que escuchar eso que pretenden ignorar, que tengan que hacer eso que no saben cómo, y que se les haga notar que su forma “natural” de vivir sus vidas se ha llevado a cabo sobre la base de un dominio que promueve la violencia hacia nosotras.
Desde siempre, todos los espacios de importancia política y social están, en su mayoría, conquistados por hombres, quienes han orientado las políticas de Estado desde una sola perspectiva, y nunca cuestionaron que no haya participación de mujeres; sin embargo, cuando las mujeres, gracias a nuestro empuje feminista logramos con mucho esfuerzo establecer nuestros espacios de desarrollo social, lo cuestionan agresivamente, puesto que no les cabe en la cabeza que su presencia no sea indispensable.
Es cierto que todos los seres humanos deben participar en el desarrollo social, pero resulta que es el feminismo un espacio creado por mujeres para visibilizar el problema de las mujeres, en donde las protagonistas son las mujeres. Agradecemos que los hombres se interesen en nuestra lucha, pero la verdadera forma en cómo pueden poner en manifiesto ese real interés es en no obstaculizar nuestra presencia política y la forma en cómo ejercemos nuestro activismo.
El feminismo avanza y si no eres una persona machista, no deberías incomodarte por nuestro actuar, piensa, entonces, que si algo te fastidia del feminismo y de nuestro activismo es porque en tus ideales aún prevalece mucho machismo.