Hoy escribo llorando, impotente, nuestra compañera y hermana mayor María de los Ángeles Campos, de Costa Rica, viuda de peruano, madre y abuela de peruanos, está diagnosticada con una afección respiratoria, en medio de esta pandemia y crisis sanitaria mundial, donde los hospitales no se dan abasto, y se niegan a atender a enfermos. Su familia va de hospital en hospital buscando ayuda, su hijo mayor logró que una amiga lo apoyara y fuera atendida en una posta médica.
María de los Ángeles tiene más de 30 años en Perú, víctima de violencia familiar, nunca tuvo residencia legal en el país porque su esposo peruano jamás tramitó sus documentos. Hasta hace un par de años, era el único que podía tramitarlos ante Migraciones, lo que abría todo un espectro de abusos por parte de los machos hacia sus esposas esclavas extranjeras. A eso se agregó la acumulación de una gran deuda por permanencia irregular en el país, lo que hacía casi imposible que pudiera formalizar su residencia. Por eso, cuando su esposo muere, queda a la deriva legal, porque los hijos en Perú no dan arraigo, en una cultura extremadamente machista, el macho es el que genera derechos, no los hijos. Así que María vivió toda una vida al margen de cualquier posible legalidad, acceso a la salud o gestión que requiriera algún documento de identificación.
Julio, un muy querido amigo peruano de siempre, cuando se creó el Colectivo de Madres Migrantes Maltratadas, me contó que su mamá era de Costa Rica y nunca había tenido residencia, que estaba enferma y no podía acceder a un seguro de salud, a pesar de que él y sus hermanos podían pagarlo. Tampoco podían regularizarla, porque la deuda era estratosférica y legalmente ninguno de ellos podía darle la residencia, a pesar de que todos ellos eran peruanos y además tenían hijos peruanos. Así llega a nosotras María, marchando, yendo al Congreso, exigiendo nuestros derechos y cambios de la Ley migratoria. Hace tres años se logró que el Estado peruano le diera residencia humanitaria, no residencia por sus hijos, no, se la dieron por humanidad, por tercera edad, por víctima, una residencia precaria, la cual debemos agradecer porque por primera vez podía abrir una cuenta bancaria, viajar a ver su familia en Costa Rica, acceder a un seguro de salud. Pero esa residencia vence todos los años, y cada nuevo año debe someterse al calvario del trámite “humanitario”. Este año, con el receso forzado del coronavirus, María y casi todas del grupo estamos irregulares, vulnerables como le gusta al Estado. Rogando que María logre pasar este trance, esta larga y oscura noche, para que pueda realizar su trámite otra vez con nosotras.
Las mujeres migrantes, madres, hijas y/o esposas de peruanos, sin ningún derecho si no tienen respaldo económico, son obligadas a que permanezcamos en el país sin poder sacar a los niños, y después nos invisibilizan o persiguen, porque saben que no abandonaremos a nuestros hijos. Apoyan desde los jueces, fiscales, policía y autoridades del Ministerio de la Mujer a los machos agresores peruanos, justificando violaciones, agresiones y hasta muerte. Además de eso, se azuza en medios cómplices a la sociedad, que cargada de chauvinismo fatuo y xenofobia, se llena la boca diciendo que lo merecemos por ser extranjeras, para lo que siempre hay un sistema migratorio insensible y corrupto para amenazarnos con la expulsión por extranjeras.
La violencia de género, comparable solo con México, justifica que seamos golpeadas, violadas y asesinadas, que ni siquiera hagamos parte de las estadísticas, que nuestros niños sean arrebatados y tengamos juicios tras juicios, que no seamos atendidas en las comisarías y no tengamos justicia. El Estado peruano representa a ese hombre abusivo, golpeador, con el que muchas nos casamos y tuvimos hijos y nietos, que necesita negar derechos a su esposa, a su mujer, madre y abuela de sus hijos, para poder abusar de ella, día tras día, porque su hombría depende de ese abuso. Esos derechos que nos niegan prefieren otorgarlos y regalarlos al éxodo masivo de venezolanos, porque hay intereses políticos de por medio, y prefieren ser luz para la calle que para su casa.
Hoy puede corretearnos a todas, porque el sistema está diseñado para que quedemos sin residencia, derechos, salud, ni nada, totalmente vulnerables para el abuso, racismo, xenofobia. Y si alguna se atreve a huir con sus hijos, serán perseguidas internacionalmente, retornadas como delincuentes, enmarrocadas y separadas de ellos. Encima, el policía que se niega a aceptar la denuncia y nos dice que si no les gusta, nos vayamos, porque para permanecer en Perú tiene que gustarnos que nos golpeen y violen a nosotras y a nuestrxs hijxs.
En medio de toda esta aporofobia, xenofobia y racismo, agregamos el machismo patriarcal cobarde de casi toda nuestra Latinoamérica, una vez más con pequeños grados de separación. Esta pandemia ha servido para mostrar en su esplendor a los políticos corruptos e intocables, a los ricos inhumanos y preocupados por ganar más a costa de todos, ciudadanos sin los más mínimos valores morales en todos los estratos sociales, siendo aún peor en los de dizque clase media y alta, porque según estos acceden a la educación. El abuso, la total falta de empatía, la explotación, la necesidad de sentirnos superior a los otros por cualquier cosa, para humillarlo, golpearlo, abusarlo y si es posible, como trofeo, quedarnos con su cadáver.
Hoy más que nunca todas las Mujeres Migrantes Maltratadas estamos unidas en oración por nuestra hermana María de los Ángeles. Enferma, sin derechos, salud, totalmente expuesta y vulnerable, porque cuando esto pase, iremos juntas, todas completas, a exigir nuestros derechos. Nosotras, las Mujeres Migrantes Maltratadas, exigimos residencia y nacionalización por nuestros hijos peruanos y por violencia familiar, además de la posibilidad de salir del país con nuestros hijos menores de edad en casos de violencia y/o incumplimiento de la pensión alimentaria.