Era una clase cualquiera y un día me preguntaron: ¿qué medidas de bioseguridad se deben tener cuando se atienden a los homosexuales? Nadie respondió, pero el “doctor” nos dijo: “Usar siempre doble guante”. Años más tarde le hice la misma pregunta a un alumno que estaba a mi cargo una vez y él respondió lo mismo, seguro un maestro suyo ya le había sembrado ese “conocimiento”; pero le dijimos que no, esa no era la respuesta, la respuesta correcta es: “Los mismos cuidados que tendrías con cualquier otra persona”.
Este mes que termina es un mes multicolor y diverso, nos ha traído muchas manifestaciones de fortaleza y lucha de una comunidad históricamente vulnerada; pero que también de alguna manera, aunque tal vez sea solo mi percepción, ha logrado que haya una pequeña señal de cambio en nuestra sociedad. Llenar de colores las instituciones y las empresas es por lo menos una pequeña luz, aunque en la práctica no sean tan inclusivos, ese gesto ha mostrado que la lucha de esta valiente comunidad tiene señales de estar avanzando. Y aunque fuera solo como un gesto, las instituciones del Estado, el consejo de ministros y algunos ministerios se han pintado también de los colores de la diversidad, dando con ello un gran mensajes en apoyo al respeto por la igualdad, el Congreso abrió sus puertas y permitió el inicio, aunque sea solo simbólico, de una nueva era sin discriminación; pero dos instituciones importantes en esta lucha se han mantenido silentes durante estos días, el Ministerio de Salud y el Colegio Médico del Perú, mientras que en países como Chile y Uruguay, los gremios médicos han mostrado su compromiso con la comunidad LGTBIQ+, en nuestro país la indiferencia solo nos refuerza la idea que se tiene sobre los servidores de salud, que son los principales perpetradores de violencia y los principales violadores de sus derechos.
La formación médica es muy exigente en términos de llenar de conocimientos “científicos” los cerebros de los futuros médicos, pero muy carente de otro tipo de saberes, incluso hay un nulo intento por introducir a las ciencias sociales como parte del conjunto de conocimientos que estos profesionales deben adquirir, que son imprescindibles, ya que de lo que se trata es de atender personas que se desenvuelven en un ámbito social y no solo un conjunto de células que se contaminan con bacterias y virus a los que hay que curar. Es así que tenemos una población médica muy mal informada o, mejor dicho, con nulos conocimientos en conceptos como enfoque de igualdad de género y diversidad sexual, lo cual representa un enorme riesgo para la comunidad LGTBIQ+, pues se ven enfrentadas/os/es a profesionales que no tienen ninguna capacidad para resolver sus problemas de salud y lejos de atenderlos, les representan un peligro.
Es muy triste evidenciar la falta de habilidades que tienen los servidores de salud cuando se encuentran ante una persona LGTBIQ+ y lejos de, por lo menos sentir compasión ante un ser humano doliente, se muestran violentos y huyen de la responsabilidad que les toca asumir al haber sido convocados a salvar una vida. Es preocupante que a pesar que desde el año 1973 la homosexualidad dejó de ser considerada como una enfermedad psiquiátrica y en 1992 dejara de aparecer en los manuales de clasificación internacional de enfermedades, los colegas aún crean que la homosexualidad es un trastorno y no solo se resistan a capacitarse, sino que hasta pareciera que hay una consigna por invisibilizar esta problemática.
Lamentablemente la historia nos muestra que los “científicos” han servido para perpetrar las peores vulneraciones a los derechos humanos y para avalar las conductas homolesbotransfóbicas, pues en nombre de la ciencia se ha cometido crímenes y crueldades con esta comunidad, hechos que no quedan en el pasado porque al parecer, de alguna manera se siguen cometiendo en la más completa impunidad, ya que al vivir en un país que no tiene políticas públicas específicas como, por ejemplo, la ley de identidad de género, de manera tácita avala cualquiera de estas conductas que aunque debieran ser consideradas delitos, están incluso institucionalizadas y suceden con total normalidad en el día a día de cualquier servicio de salud.
La comunidad médica ha sido parte de crímenes de lesa humanidad al admitir y administrar crueles tratamientos para volver heterosexuales a los homosexuales y aunque Robert Spitze, principal promotor de esta práctica haya pedido disculpas y ser incluso uno de los que trabajó en la despatologización de la homosexualidad, estos tratamientos aún tienen seguidores y continúan siendo citados por los grupos antiderechos que les encanta la “argumentación científica” para fomentar las desigualdades.
Hoy en día la falta de preparación hace que, por ejemplo, se sigan practicando cirugías en infantes intersexuales, obligándoles de manera brutal a interactuar con un sexo que no es el que les corresponde, sin comprender lo que en realidad sucede con sus cuerpos y en lugar de ser un apoyo para esas madres y padres que buscan en los profesionales de salud la voz autorizada de la sabiduría, encuentran una terrible ignorancia que los hace partícipes de las más aberrante vulneración hacia los seres que ellos más aman.
El sistema de salud de nuestro país no está preparado aún para esta vorágine de activistas LGTBIQ+ que vienen luchando e informándose cada vez más acerca de los que les corresponde por derecho, los profesionales de la salud y en especial el gremio médico, tan machista y patriarcal, se resisten a deconstruir esos patrones con los que han sido formados en la sociedad y se han reforzado en su formación y desempeño médico; pero la fuerza de esta revolución tal vez sea la que los obligue a cambiar, pues por ejemplo pudimos ver hace unos meses a una mujer trans grabando a un médico que vulneró su derecho a ser llamada por su nombre social y según el sexo con el que se identifica, luego de lo cual hubieron diversos debates y discusiones, muchos de ellos cargadas de odio, pero que finalmente llegaron a la conclusión de que existe una norma técnica que los obliga a respetar la identidad de las personas trans. Lamentablemente es una norma y no la empatía y el amor al prójimo lo que los hace tratar con respeto a las personas, pero es un avance que por lo menos se sepa que aquello que antes se creía normal, es una falta grave y podría representar causal de sanciones y denuncias.
La salud es el estado de completo bienestar y no solo la ausencia de enfermedad, pero cómo podemos hablar de salud en un comunidad constantemente discriminada e invisibilizada, que es vulnerada y que no cuenta con especialistas que puedan atender sus problemas de salud, ni tampoco normativas que se encarguen de velar por sus derechos, todo lo contrario, parece existir un aparato del Estado encargado de dañarlos.
La exclusión social genera violencia y discriminación, estas a su vez generan estrés, ansiedad y depresión, esto no solo se circunscribe al ámbito de la salud mental, sino que además esta situación hace que se presente una respuesta hormonal que posteriormente origine una depresión del sistema inmunológico, haciendo que se presenten muchas enfermedades más, desde las infecciosas hasta las neoplásicas (cáncer); además de algunas otras situaciones con las que siempre se relaciona a esta población como la exposición a cirugías y procedimientos sin condiciones de seguridad, el alcohol, drogas y enfermedades de transmisión sexual, pero como elementos externos, propios del contexto social en los que son obligados a vivir y no de alguna característica inherente.
Dentro de los principales problemas de salud de la comunidad LGTBIQ+ se encuentra el propio sistema de salud como uno de los principales, eso significa que somos nosotros los que representamos un riesgo a su salud más que cualquier enfermedad y peligro a los que se puedan ver expuestos. Existe un alto grado de violencia dentro de los establecimientos de salud, ejercida por todas las personas con las que tienen contacto, desde la falta de acceso hasta la incapacidad de las personas para abordar sus problemas de salud, pues no solo se considera que ya tienen una alteración y que no son personas normales, sino que existe una alta carga de estigmatización, pues se cree que la única condición por la que acuden a un servicio de salud es porque son portadores de VIH o alguna enfermedad de transmisión sexual o si vienen con heridas producto de lesiones es porque son delincuentes, hechos que tampoco debieran cambiar la empatía con la que merecen ser atendidos, pero refuerzan ese maltrato institucionalizado y consentido como algo normal.
Existen muchas especialidades médicas, pero ninguna se encarga de esta población, dejando que de alguna manera sea el infectólogo el especialista más capacitado, pues la situación de exclusión hace que sea verdad que existe gran población de esta comunidad con infecciones y ello haya originado que se este profesional sea el entendido en la materia; pero la comunidad requiere de gozar de su derecho a plenitud y debería tener profesionales capacitados para evaluar a toda la población en su contexto social, político y económico, para poder generar así políticas públicas que hagan posible que el derecho a la salud deje de ser un objetivo tan lejano. La especialidad de medicina de familia en el Perú ha generado también un maravilloso espacio de disidencia ante este comportamiento característico del gremio médico y de alguna manera incluye dentro de su formación el enfoque de género y diversidad sexual, lo cual ha generado un grupo de médicos que representan una nueva era ante la inminente necesidad de obtener el tan ansiado derecho a la salud que hoy es un sueño y debiera ser inherente a la condición de simplemente existir.
Nuestro sistema de salud no está a la altura, nuestro gremio médico está más preocupado en preservar la mercantilización de la salud para generar felicidad individual que ellos creen es tener dinero, así que salvar vidas es tan solo una metáfora y salvar vidas de aquellos que son considerados diferentes de ninguna manera será una prioridad, tal vez la fuerza de la disidencia sexual los obligue a cambiar o empecemos por dentro a despertar a la comunidad LGTBIQ+ que tenemos viviendo en silencio y que vive oculta sin salir de los biombos, cubierta con mascarillas para no ser vista, para no sufrir; pero tal vez les toque tomar la lucha y pintar de colores ese triste color blanco que daña y niega derechos.