Mano Alzada
Opinión

“Al salir sabíamos que no éramos los mismos, se había dañado nuestra humanidad”

Por Abel Gilvonio 

He visto varios comentarios sobre la carcelería de Keiko y lo duro para que será para las hijas. La verdad que es brutal para los hijos e hijas esa experiencia, por eso les cuento algo de lo que yo pasé:

La primera vez que yo fui a visitar a mi padre tenía 13 años y fui a las oficinas de la Av. España en donde estaba detenido, luego fueron 17 años de visitas constantes a penales: Castro Castro, Yanamayo, La Capilla. Esos años fueron de maltratos, vejámenes y abusos constantes por parte de la policía y el INPE contra nosotros.

Los primeros años de recorrer las prisiones han marcado mi vida y mis recuerdos: revisiones violentas, nunca voy a olvidar cómo en Yanamayo nos hacían bajar el pantalón, y desnudos metían sus manos para ver si llevábamos algo en el cuerpo, entre las piernas. Jamás encontraron nada, en estas visitas andábamos con mi hermana, ella entraba a una revisión y yo a la otra puerta, cuando salíamos nos mirábamos y abrazábamos, aunque no mucho porque los policías nos gritaban, porque una cola es para mujeres y otra para hombres,

Luego de mil puertas y mil sellos llegábamos a los locutorios, casi siempre con mallas para no poder tocar y a veces hasta mirar a tu familiar, cuando salíamos, de nuevo revisión por si acaso sacaras algo comprometedor, al salir sabíamos que no éramos los mismos, en algo se había dañado nuestra humanidad. A pesar de eso, esperábamos hasta la próxima visita para ver al viejo. 

Lo real es que ese tiempo nadie o casi nadie se horrorizaba por lo que nos ocurriera a nosotros: los hijos, seguro muchos pensaban que éramos “subversivos en potencia” y había que destruirlos junto a sus familiares, esas visitas tenían ese objetivo, por eso jamás sentimos solidaridades, apoyos o empatías, pero eso pasó y, como bien dicen, las cárceles no deben deshumanizar…

Jamás olvido las sabias palabras del viejo siempre que nos veía entrar con ese rostro de miedo y amargura. “Loquito” -así me decía mi padre- “no odies, no se carguen con eso, la vida es bella”. Pero a pesar de que logramos asumir con otro espíritu las marcas de esas visitas, les puedo decir que aún siguen guardadas en mi memoria…

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