La salud en nuestro país atraviesa una crisis severa que pone en riesgo la vida de las personas, pero sobre todo la de los grupos vulnerabilizados, específicamente, las mujeres. El recurso más importante del sector son los servidores de salud y tal vez este sea el más afectado con esta crisis. Es por ello fundamental que el problema se aborde de manera integral, ya sea para iniciar un proceso de cambio, como para exigírselo al Estado. El análisis debe tener un enfoque no solo técnico y económico, sino también un enfoque social, político, antropológico y sobre todo de género.
Las mujeres estamos en cada rincón del mundo y participamos de él de manera activa; sin embargo, solemos ser relegadas como actoras dentro de la sociedad y se nos pretende colocar en un espacio de espectadoras, solo para cumplir funciones específicas que nos mantienen lejos del poder y de las decisiones. El sistema de salud no es ajeno a esta problemática y las mujeres que formamos parte de este, vivimos de manera histórica una lucha por el poder que hemos perdido y que nos impide no solo ejercer nuestras funciones de manera libre, sino que también el hecho de procurar el cuidado de la salud de otras mujeres.
La historia escrita por hombres, pretende desconocer los verdaderos orígenes de lo que hoy entendemos como Medicina, una fascinante y espectacular ciencia que le arranca a la muerte las vidas y que realiza procedimientos heroicos que sorprenden al mundo; pero que a pesar de tantos siglos, aún sigue manteniendo a las mujeres relegadas y no les reconoce su verdadero rol, colocándolas en un reducido espacio de subordinación, como cuidadoras, como madres, las que le deben obediencia al médico como figura masculina.
Existe un incansable conflicto entre los servidores de la salud por querer determinar quién lidera el sistema, quién se encuentra en la cúspide de esa pirámide imaginaria que alguien inventó, se me ocurre que tal vez fue un hombre, un hombre que quería dejar bien claro que la Medicina estaba por encima de cualquier otra profesión, y que solo en este podía recaer la responsabilidad de la salud, el poder de las decisiones y con ello el poder económico y político de un sistema que controla a las personas en lo más sensible de su ser: en sus vidas.
Pero hay una pugna muy particular, una que despierta determinado interés: la lucha en contra del “intrusismo”, y esta ha convocado a dos grupos profesionales que se ven enfrentados a diario y en todos los espacios dentro del ejercicio profesional y a nivel normativo, llevándolos a iniciar procesos que han llegado incluso al Poder Legislativo. Una rivalidad que se expresa de una forma preocupante en las redes sociales, un medio de comunicación importante en nuestros tiempos, por su carácter masivo y universal, pero que a la vez permite una cierta libertad de expresión que está traspasando todos los límites de los que debiera ser un debate entre dos grupos profesionales por la búsqueda de la salud de las personas, convirtiéndose en una lucha por el poder que no escatima en adjetivos peyorativos y violentos hacia un grupo al que se le considera inferior y se le acusa de querer ocupar un lugar que no le corresponde. Pero, ¿quiénes son estos servidores de la salud enfrentados en semejante pelea? Son médicos y obstetras. ¿Y por qué están enfrentados de una manera tan particular? La respuesta está en la historia, la historia de la Medicina, pero con una mirada muy particular, la historia de la mujer dentro del desarrollo de esta ciencia.
Las mujeres hemos sido actoras fundamentales en el desarrollo de esta ciencia, no estamos logrando recién ocupar este espacio, al contrario, estamos luchando por recuperar aquello que se nos arrebató con sangre, con las miles de mujeres asesinadas, condenadas y torturadas por atreverse a pensar y por lograr la magia de curar, de cambiar el curso natural de las enfermedades, por torcer los designios de Dios y quitarle a la muerte sus víctimas, por evitar el dolor; pero sobre todo por cuidar la salud de otras mujeres, poniendo en entredicho la virilidad de los hombres cuando se atrevieron a descubrir las formas de controlar la natalidad, de procurar abortos y, lo que es peor, evitar o disminuir el dolor del parto, hecho que era una condena obligatoria de sufrir, como castigo por el pecado de la lujuria cometida en ese acto pecaminoso. Esas mujeres que, además de haberse atrevido a desafiar el orden natural de las cosas, eran mujeres campesinas, pobres y sin estudios, fueron, durante siglos, la pesadilla de hombres poderosos, que a través del Estado y la iglesia sembraron el terror en aquellas a quienes consideraron un peligro; pero no por poner en riesgo la salud y la vida de las personas; sino porque eran un peligro para sus nefastos intereses. Resulta muy indignante leer las sentencias que las acusaban y las condenaban a morir en la hoguera, estas no eran por haber cometido un error, eran por atreverse a cumplir funciones de médico siendo mujeres.
La historia de la Medicina nos cuenta las hazañas de los barberos por el reconocimiento a ser llamados médicos, pero no nos cuenta que fuimos nosotras las primeras médicas y anatomistas, nuestra historia se cuenta en un libro distinto, el libro de las brujas, las hechiceras, las campesinas insurrectas e ignorantes, y tal vez sea verdad, nuestras antecesoras, “las brujas”, eran mujeres pobres, campesinas y analfabetas, que se organizaron para procurar la salud de su comunidad y sobre todo para cuidar la salud específica de las mujeres, para atender sus partos y protegerse unas a otras.
En un mundo desigual y lleno de inequidades, en donde la vida de las mujeres no valía lo mismo, ellas se empoderaron para cuidar inclusive a las mujeres de las clases altas y adineradas, que igual no importaban lo mismo que la de los hombres, esas mujeres realizaban procedimientos que los distinguidos médicos no se atrevían a hacer, tocar cuerpos y sus fluidos, limpiar heridas, ver y oler el dolor ajeno para lograr el bienestar del otro. Mientras los señores dotados de sabiduría discutían y filosofaban en la cama del moribundo sobre los designios del Señor, ellas se ponían manos a la obra y se atrevieron a más.
Los médicos no les ganaron la lucha por ser mejores o por saber más, les ganaron la lucha por estar del lado del poder, prefirieron dejar en abandono a la población, la que era pobre por cierto y la que no podía pagar los costosos tratamientos, a cambio de evitar que sean las mujeres quienes tengan ese poder de conocimiento y sabiduría; pero las parteras tuvieron un auge un poco más prolongado, debido a que era considerada una ofensa que un hombre tenga contacto con un acto tan sucio y deshonroso, porque todo lo relacionado con la salud de la mujer así era visto. La aparición de los barberos fue posterior, aunque es la única que se cuenta y esta tuvo un carácter mercantilista, les resultó muy llamativo el mercado de los pobres que no podían acceder a los servicios médicos, pero que constantemente requerían de ellos y más con la falta de las mujeres sanadoras, ya sea porque estaban muertas o porque ocultaron sus saberes debido al temor por la hoguera. Por alguna razón estos personajes no fueron perseguidos del mismo modo y también se atrevieron a usurpar el lugar de las parteras, viendo en este un rentable negocio por la cantidad de partos en las comunidades pobres y sin control de natalidad.
El desarrollo de las ciencias hace que se vuelva una obligación el estudio para lograr ser médico y tener la capacidad de curar, los descubrimientos en microbiología traen un cambio radical en muchas prácticas que, de manera empírica, nuestras antecesoras, “las brujas”, ya practicaban, este hecho importante empodera al grupo de médicos; pero a su vez discrimina al resto que de alguna manera cumplían el rol de sanadores, deja de lado así a los hombres negros, campesinos y pobres; pero sobre todo a las mujeres. La historia de las parteras se divide en dos caminos distintos, probablemente por asuntos más económicos que de otro tipo, en Europa, por ejemplo, se decide involucrar a quienes ya cumplían esa función y organizarlas para que puedan acceder al conocimiento científico y debido a la influencia por la conquista, el Perú tuvo más o menos el mismo destino; mientras que en América del Norte todo fue diferente, a través de fundaciones se decidió quiénes podían estudiar Medicina y esta estaba dirigida única y exclusivamente a hombres blancos de clase media alta, condenando a las parteras a la informalidad y la falta de credibilidad, esta vez de seguro con sustento, porque carecían de los conocimientos que ya la ciencia había desarrollado; pero ajenos a su voluntad, pues las condiciones que se generaron les imposibilitaba tenerlos, no solo a ellas, sino a cualquier mujer, independientemente de su condición económica o social. Las mujeres perdimos así el poder de ser sanadoras, pero sobre todo el poder de cuidar de la salud de otras mujeres, fue así que fuimos desterradas de ese rol.
Con el desarrollo de este innovador método de formar médicos y las guerras, se vio la necesidad de ayuda en el proceso de sanar y es así que la mujer encuentra un nuevo espacio de reaparecer en la historia de la Medicina; pero esta vez sería bajo las ordenes del médico, con funciones subordinadas y que calzaban mejor con el estereotipo de la mujer que los hombres querían para nosotras, la mujer abnegada, la que cuida, la madre perfecta, aquella que no solo se encargaba de los pacientes que el médico, sabio e ilustre no podía cuidar; sino que también cuidaba de él, lo vestía, le lavaba las manos, lo asistía y le secaba el sudor. Ese era el único lugar que el hombre pretendía dar a la mujer en el mundo de la medicina, no más.
Pero nosotras nunca nos hemos conformado con el segundo plano al que se ha pretendido relegarnos, y aquí estamos otra vez, luchando por el espacio que nos pertenece, y sobre todo luchando por cuidar la salud de las otras mujeres, porque ellos, los médicos, no solo nos quitaron el hecho de ser “las sanadoras”, sino que también le negaron la salud a las mujeres, porque no las han cuidado de la manera integral que esta requería.
Y así volvemos al principio y la palabra “intrusismo” cobra una nueva mirada, ¿se trata realmente del ejercicio ilegal de la medicina y la lucha por el cuidado de la salud de la población? ¿O estamos hablando del rezago de una lucha histórica por el poder, que el médico, como una carrera masculinizada, pretende tener de manera absoluta sobre la obstetricia, una carrera feminizada, que lo pretende recuperar?
De hecho los problemas de salud del país abarcan muchos frentes que deben ser evaluados, pero vivimos en un país con un elemento cultural muy enraizado en todas sus esferas: el machismo; el hecho de no incluir este aspecto en la discusión sobre la problemática en el campo de los recursos humanos y sus liderazgos, es desconocer la realidad en la que vivimos e imposibilitar el planteamiento de las soluciones profundas y concretas.
De pronto todo aquello que parece solo un relato histórico de hace siglos, se lee tan actual y parece que nos describe el presente. Mientras los médicos usen todo el poder que les confiere las leyes para impedir que la obstetricia siga desobedeciendo la orden médica y pretenda ocupar un lugar que no les corresponde, la salud de las mujeres indígenas, campesinas y pobres está en riesgo, esas mujeres que difícilmente tendrán acceso a la atención de un médico especialista, pero sí a una obstetra que pudiera brindar la posibilidad al cuidado de su salud. Ese pequeño detalle no está en discusión, aquí se trata del prestigio de una carrera profesional ilustre y sagrada, aquí se trata del honor que se debe defender, la medicina está en riesgo de “intrusismo” y eso no se puede permitir, las vidas de las mujeres pueden esperar, finalmente las que están en riesgo son solamente las mujeres pobres, “felizmente”.
Referencias:
- Brujas, Parteras y Enfermeras. Una historia de sanadoras. Barbara Ehrenreich, Deirdre English. Glass Montin Pamphlet. The feminist Press. 1973.
- Brujas Andinas. La Inquisición en Argentina. Alicia Poderti. Cervantes Publishing-Sydney, Australia. 2005.