Gracias a Bartolina Sisa, guerrera aymara, hoy 5 de septiembre, se conmemora el Día Internacional de la Mujer Indígena, fecha que debe ser sumamente relevante en países como el Perú, en donde existe una alta población indígena y en donde, sobre todo, estas siguen sufriendo las consecuencias de la discriminación y con ello la falta de un real disfrute de sus derechos.
En este día es importante cuestionarnos qué hacemos para que la situación de las poblaciones indígenas vaya acorde con el desarrollo existente en la zona urbana, que tiene muchos privilegios; junto con eso, identificar la situación difícil de las peruanas que se hace más crítica cuando se trata de mujeres que forman parte de poblaciones históricamente maltratadas desde la colonia.
Por tal motivo, esta fecha no debe ser vista bajo ese romanticismo con el que se aborda a la realidad indígena; de la cual solo nos gusta su folcklore, más no sus problemas. Lo que nos corresponde como ciudadanos y ciudadanas es revalorar la herencia cultural que muchas veces se pretende invisibilizar. Además, hacer ese diagnóstico que nos coloca tristemente como un país discriminador; que no valora su realidad multicultural y persiste en manifestar conductas excluyentes —incluso desde el Estado— hacia la indígena: por ser ‘india’, ser pobre y ser mujer. Diagnóstico que es necesario para asumirlo, enfrentarlo y con ello promover un real desarrollo.
La mujer indígena, que forma parte de comunidades campesinas (sierra) o nativas (selva), es portadora de una herencia cultural sumamente valiosa; es ella quien transmite el idioma ancestral a sus hijos e hijas, es la que da continuidad a las tradiciones al recordarnos que no siempre fuimos una sociedad que rezaba “el padre nuestro”, pero sobre todo, es aquella mujer que siempre emprende una resistencia ante la violencia estructural que recae sobre ella permanentemente.
Las mujeres indígenas en el Perú constituyen un número significativo de la ciudadanía peruana, pero sobre quienes las decisiones del gobierno parecen fantasmas. Para empezar, el sistema no se cuenta, ni siquiera, con todas las cifras certeras respecto a la situación sociodemográfica de las comunidades indígenas, con lo cual es difícil el establecimiento de políticas públicas que vayan acorde a sus necesidades.
Las mujeres indígenas tienen un alto impacto en las actividades laborales del país, pero es a ellas a quienes no se les valora como se debe y pasan a formar parte de la mano de obra barata amparada por la explotación. Además, pertenecen a una realidad con la mayor desigualdad de género; no acceden a la poca prestación de educación que se asoma temerosa en sus respectivas comunidades.
Las carencias de las mujeres indígenas son mucho mayores, pues en una realidad social donde el simple hecho de ser mujer es una desventaja, haber nacido en una población históricamente maltratada y constantemente olvidada, hace que sus vidas sean mucho más precarias y vulnerables.
La mujer indígena no tiene educación al alcance, y la poca que puede impartirse desde el Estado no está a su disposición, pues por su condición de mujer ‘le corresponde’ las labores domésticas. De ahí que la mayoría de personas analfabetas en el Perú sean mujeres indígenas. Tampoco tienen acceso a una atención médica de calidad; en el mejor de los casos tienen una posta de salud cercana, pero sin el abastecimiento tecnológico necesario ni los recursos que garanticen su salud; siendo niñas pueden morir de una diarrea o neumonía, o, con unos años más, por maternidades forzadas a temprana edad. Esto último a consecuencia de la desprotección de sus derechos sexuales y reproductivos.
Asimismo, instituciones como la Policía Nacional del Perú u otras que puedan velar por su seguridad no están o son limitadas. Si bien existen autoridades locales, que según sus costumbres solo resuelven pequeños conflictos, amparándose en el derecho consuetudinario, las mujeres indígenas ante cualquier exposición a la violencia no tienen a dónde ir y este es uno de los focos en donde más se sufre la violencia de género de manera naturalizada. Luego, cuando acuden a una instancia del Estado, son discriminadas por ser como son: mujeres indígenas.
Por esta razón, ver a mujeres indígenas en diversas posiciones de poder es sumamente admirable, porque cada una de ellas lleva consigo una historia de lucha y resistencia, pues ante un país que las desprecia, y en medio de las miles de adversidades que las golpea, pudieron salir adelante de manera destacable. No obstante, ese no es el ideal, no debería ser normal que los derechos, que les corresponden a todas las personas por el simple hecho de existir, tengan que ser debatidos y revalorizados una y otra vez.
Hoy, valoremos a cada una de las mujeres indígenas que han sido y son parte del crecimiento de nuestro Perú, pero sobre todo, construyamos juntos y juntas un espacio social en donde ser mujer indígena no sea causal de sufrimiento y dolor. Que sea, mejor, relevante por ser vital en nuestras culturas ancestrales, esas que enriquecen nuestra patria.