Lo ocurrido el día de ayer, no sé si a ustedes (yo creo que sí) me causaron lágrimas de dolor que no cesan hasta ahora mientras escribo estas líneas. Lágrimas y dolor que, de seguro, no forman ni la milésima parte de la destrucción moral, emocional y física que sufre en estos momentos Eivy.
¿A dónde hemos llegado como sociedad para que una mujer sea quemada en un transporte público?
Son varios puntos los que son importantes traer a colación a propósito de este caso tan estremecedor que vuelve a generar un tremendo impacto social, que, aunque no lo creamos, aún genera desconcertantes reacciones detractoras respecto a la justificación del hecho como en relación a la asignación de responsabilidad a la víctima. Por ello, hoy me centraré y ocuparé solo en uno de ellos: la indiferencia.
Lo ocurrido el día de ayer es una muestra clara de cómo opera nuestra sociedad frente a la realidad existente de la violencia machista y la impunidad que la abraza, porque hay que recalcar en todo momento que en el Perú estos andan de la mano, las cuales se cimientan en la indiferencia colectiva. Pues veamos, Eyvi no estaba en un descampado, no estaba en un lugar recóndito desconocido o de difícil acceso, que hubiera dificultado la visibilidad del hecho e imposibilitado la ayuda requerida. Eyvi estaba en un bus de transporte público, en un horario de gran movilización de personas, en un distrito “selecto” de la capital de un país que no sé como rayos piensa ingresar a la OCDE mientras sus mujeres son vulneradas.
Diez pasajeros resultaron heridos, ¡diez!, y también consta que hubo más personas que abordaban el bus, ¡más personas!, ante ello surge la primera reacción de indignación, puesto que ¿acaso no pudieron percibir la situación de violencia que ahí se vivía?, ¿es normal que a las personas se les rocíe gasolina para luego prenderles fuego?, ¿por qué no hicieron nada para cesar el acto de violencia y ayudar a la mujer en situación vulnerable? Ante estas y muchas otras más interrogantes que puedan surgir en relación a la falta de auxilio que hubiera impedido la terrible agresión, considero que la respuesta aplicable es: porque a nadie le importa.
El caso, como bien señalaba antes, es una muestra de lo que vivimos día a día, no solo por el hecho de que no se trate de un suceso aislado y que por el contrario suma la lista de hechos deprimentes que nos acompañan siempre, sino por lo que evidencia en sí mismo; puesto que, esos pasajeros del bus son a su vez una muestra representativa de lo que es la población peruana, del cómo actúa ante la ola de violencia que azota a las mujeres, de cómo se ha convertido en una sociedad a la que no le importa el problema y que se sumerge sin reparo alguno al goce excesivo de su egoísmo, y no hace absolutamente nada frente a la violencia de género que la acompaña de manera cotidiana.
Esos “pasajeros del bus” son aquellos que muestran una increíble inercia ante los casos de violencia menos impactantes tal vez, pero no por ello menos importantes. Son los mismos que se encargan de llamar feminazis y exageradas a toda mujer que aflora sus deseos insistentes por vivir en una sociedad más justa y equitativa para las mujeres pidiendo el cese de conductas machistas. Los pasajeros del bus son todos aquellos que hasta la fecha no hacen cambios en sus vidas para desterrar al machismo enquistado.
¿De qué se indignan ahora quienes en el día a día son indiferentes al conjunto de reclamos y demandas que realizamos las mujeres en aras de vivir plenamente con el ejercicio de nuestros derechos? O incluso peor, ¿de qué se indignan ahora quienes descalifican y menoscaban la lucha de las mujeres feministas y nos llenan de insultos y calificativos peyorativos? Todos esos no se han ganado el derecho a indignarse.
La sanción penal es justa y necesaria para este y los demás sujetos responsables de los delitos que atentan contra las mujeres, pero no es la única solución para evitar la continuidad de los hechos, pues la educación y los cambios en las políticas públicas para cambiar los esquemas culturales machistas deben ir de la mano. Sin embargo, sucede que en nuestro “maravilloso” Perú no ocurre ni lo uno ni lo otro, con lo cual, la sanción penal termina siendo letra muerta. Es por tal motivo, que el machista se siente todopoderoso, invencible, inmune y glorioso, porque aunado a ese sistema social que le ha hecho creer que las mujeres le pertenecen, se suman la indiferencia de la colectividad que jamás lo cuestionará a él y la impunidad de la acción judicial que permite que continúen con sus vidas sin más. Y es así cómo el Perú, una sociedad en la cual “no pasa nada”, se convierte en el ecosistema predilecto del machista.
Este crimen no es de responsabilidad exclusiva del victimario, se trata de una responsabilidad compartida entre este y cada uno de los peruanos y peruanas que se aferra a la negación frente a la realidad existente y real.
Miremos más hacia los lados, pues hay siempre, en este caótico país, una mujer pidiendo ayuda. El pedido de auxilio ya no es sólo responsabilidad de las autoridades, esta vez, te toca a ti, pasajero del bus llamado Perú.