A estas alturas de mi vida, no creo equivocarme si me asumo como una “experta” en relaciones tóxicas, y no creo equivocarme si asumo que prácticamente todas las mujeres hemos pasado por una. No me refiero a relaciones violentas, he tenido la enorme suerte de no pasar por ese tipo de relaciones ni con mujeres, ni con los pocos hombres con los que estuve, pero sí relaciones en donde el deseo era más fuerte que el bienestar propio, la costumbre era más fuerte que los objetivos personales, y el miedo a la soledad era más fuerte que la estabilidad emocional. Lo he visto en mí misma, en mis exparejas, en mis amigas y en mis examigas, sufriendo por personas que no daban todo, no querían tanto, pasaban del deseo y de una misma, y luego terminaban yéndose dejando un sentimiento de desazón, falta de empatía e insatisfacción muy profundos. Y me terminaba preguntando si así era el amor. ¿Esta poca cosa? ¿Este conjunto de situaciones no resueltas, inútiles, vacías, desgastantes?
Mi primera relación lésbica fue especialmente dolorosa, ella se había enamorado de otra mujer, le costaba mucho decírmelo, así que estaba viviendo una relación paralela desde hacía unos meses y yo ni cuenta me daba, como suele suceder en esos casos, incluso salíamos con su amante, a quien yo conocía porque era su compañera de trabajo, celebramos las tres juntas su cumpleaños y dormimos en la misma cama porque “ya era tarde”. Mi novia en el medio. Cuando por fin se atrevió a decírmelo, era más por presión de la otra persona porque ella quería vivir una relación normal y dejar de ser justamente “la otra”. Yo me sentí profundamente herida, no sé bien si porque la amaba o por mi orgullo. Recuerdo que siempre pensaba que estaba con ella por la costumbre, la quería, pero siempre pensaba en dejarla, incluso había tenido algunos affaires sin la menor culpa sobre eso. Y de pronto ella venía y me decía que ya no podía seguir ocultándolo, que amaba a otra, aunque también me amaba a mí, y que no quería perdernos a ninguna. Lo primero que hice, luego de llorar, fue terminar la relación, pero sentí, literalmente, que no podía vivir sin ella, así que a pesar de que sabía que estaba completamente mal, iba a su casa cada vez que me llamaba, y terminé siendo yo la amante. Estuvimos unos cuatro meses mintiéndonos, terminando, sufriendo y lastimándonos, y otros cuatro meses como amantes mintiéndole a la pobre chica que nada tenía que ver con nuestra dependencia emocional. Yo me ocultaba de la pareja oficial, hasta que empezó a gustarme otra chica y comprobé que esa frase sabia de “un clavo saca otro clavo” se cumple en los momentos menos inesperados, y cuando ya estás a punto de arruinar tu vida. Esta chica no fue el amor de mi vida, pero me hizo dar cuenta de todo lo que estaba perdiendo por continuar con una relación que ya había muerto, muerte que me negaba a reconocer casi con desesperación.
Mi entrada al mundo lésbico se dio con esta relación y a pesar de todo le tengo mucho cariño, me enseñó los límites del sufrimiento que podía soportar, las situaciones que no volvería a repetir por nada del mundo, las barbaridades que una es capaz de hacer “por amor”, y mi capacidad de reconstruirme desde el dolor más profundo hacia las posibilidades de vivir un amor lo más cercano al feminismo. Antes de esa relación yo solo era lesbiana, luego de ella comencé a acercarme al feminismo para intentar comprender qué era lo que había pasado conmigo, por qué había cometido tantos errores y cómo mejorarlo. Eso fue exactamente hace diez años. Y desde ese tiempo hasta ahora mucha agua ha corrido bajo el puente.
Así que unos consejos de un conejo nunca están de más, porque todas empezamos mal, pero podemos terminar bien… o podemos seguir mal, pero por lo menos reflexionamos sobre estos temas:
- Hay que aprender a decir adiós, así creamos que en ese adiós se va nuestra vida. Ese adiós lo recordaremos con cariño y orgullo con el tiempo. Pudimos hacerlo, pudimos superarlo, le ganamos a una situación que nos llevaba al abismo y guardaremos ese adiós para contarle a las próximas generaciones.
- La paciencia no dura para siempre, ni el amor. Todas hemos sido socializadas para en algún momento asumir el rol de madres, todas creemos que podemos hacer de la otra persona una buena persona, que nos ame y nos entienda hasta el fin de nuestros días. Pero eso no suele suceder. Si desde el principio de la relación te das cuenta de que hay cosas que quieres cambiar y lo intentas, y no cambia nada, ponte un límite. Te aseguro que las cosas no van a cambiar, pero la mayoría de nosotras también tiene que vivirlo para poder asumirlo. En la siguiente ya soportas menos y menos y menos, o eso es lo ideal, siempre hay algunas a las que la paciencia no se les agota.
- Una forma de darte cuenta de que las cosas no van bien es cuando empiezas a sentir que algunas cosas que haces no son dignas de ti. La dignidad es clave en este tipo de situaciones. Y suele pasar que te das cuenta de que la tienes cuando la vas perdiendo, como cuando pierdes a un ser querido. Es la ausencia de dignidad lo que nos hace reaccionar, luego de esa experiencia, ya cargarás con tu dignidad y esta te avisará en los momentos en que esté en peligro.
- Si la otra persona se quiere ir, deja que se vaya. Aunque su partida pueda causar un profundo dolor en ti y sientas que la soledad te corroe por dentro hasta el punto de querer que vuelva, y repetir todo el infierno que vivieron juntxs, piensa siempre en el infierno, recuerda el infierno, ten presente el infierno. Así no dejarás que vuelva, esconderás el celular y seguirás viendo Netflix o terminando la tesis.
- No hagas nada que sientas que la otra no se merece, solemos sacrificar nuestro tiempo, nuestro esfuerzo e incluso nuestro dinero por complacer a personas que no son capaces de un mínimo de agradecimiento por este. Aunque la intención original no sea que te den las gracias, sino expresar tu amor hacia la otra persona, si esta reacciona de manera indiferente, desaprensiva e incluso descortés… ta ta ta tan… no se lo merece. Hay que darle amor a quien nos da amor, y a quien no, hay que decirle: ahora no, joven. El amor es una retribución, si este no es retribuido, prepara las maletas y sal corriendo.
- Recuerda que ella no te pertenece, no te perteneció antes, mucho menos te pertenece ahora. Ella puede hacer lo que quiera con su cuerpo y con su vida, y tú no puedes reclamarle nada, ni ella a ti. Pudiste reclamar falta de consideración, de respeto, de cuidado y de empatía dentro de la relación, una vez que ya terminaron se acabaron los reclamos y los intentos de cambiar a la otra persona. Que hayan dormido juntas por cinco meses, un año, tres años o veinte no significa que luego del adiós tengas algún tipo de mandato, compromiso o deuda emocional con la persona con la que estuviste relacionada. No la tienes, empiezas desde cero. Aquí es donde tienes que empezar a disfrutar de la soltería.
- Si regresan, porque siempre es posible regresar, hay fuego que no se apaga ni con veinte rochabuses, háganlo en diez años, cuando hayan madurado ambas, pasado por varias relaciones, vivido todo lo que han tenido que vivir, disfrutado todo lo que tenían que disfrutar, y ya pueden tener mucha más claridad de pensamiento y reposos del alma sobre lo que quieren y no quieren. Pero sobre todo, sean amigas, la amistad de la ex, en el mundo lésbico, es muchas veces irremplazable, una ex te conoce mejor que nadie y te puede dar excelentes consejos, y muchas veces, a la primera mirada de tu nueva pareja, ya sabe que vas a arruinarte una vez más, pero no te lo dice, solo te sonríe diabólicamente. Sabe que tú vas a seguir aprendiendo sola y te va a seguir queriendo.
Yo me he equivocado en todo, he metido la pata cien veces, he dado estos consejos a otras personas, mientras no los cumplía, y los he cumplido unas veces sí y otras no, dependiendo de mi estado emocional. No he podido ser amiga de todas mis exs, incluso varias de ellas me detestan ahora, pero de la que aparece en esta historia sí lo soy y nos queremos mucho. Demasiadas veces no he aprendido de mis propios consejos, pero los reflexiono y sigo aprendiendo, ¿por qué? Porque no somos perfectas, porque el amor es algo que se aprende en el camino, y porque cada una es un universo de complejidades que no se resuelven con un decálogo de conductas, pero por lo menos podemos intentarlo, podemos saber qué está bien y qué está mal, y buscar hacer unos cuantos ajustes en nuestras vidas.
Cuando amamos con demasiada paciencia, con poca dignidad y sin saber decir adiós, estamos amando desde lo más débil de nuestro ser, y esa debilidad termina pasándonos factura. Cuando no tenemos límites, no dejamos que esa persona se vaya y no reflexionamos sobre nuestros actos, estamos escapándonos de nosotras mismas en lugar de afirmarnos. Como decía la gran Simone: “El día que una mujer pueda no amar con su debilidad sino con su fuerza, no escapar de sí misma sino encontrarse, no humillarse sino afirmarse, ese día el amor será para ella, como para el hombre, fuente de vida y no un peligro mortal”.
Que el amor deje de ser un peligro mortal para las mujeres, pero sobre todo, en tiempos como los nuestros, que deje de ser un ejercicio de autolesión de nuestra autoestima. El amor propio tiene que prevalecer, para que nada nos cueste la vida.
Imagen: Autoretrato de Frida Kahlo