Mano Alzada
Opinión, Política

Adiós, Susana

Susana Higuchi Miyagawa, qué puedo decir acerca de ti en tan pocas líneas. Si pudiera cristalizar tu vida en unas palabras sería de la siguiente manera: fuiste una sobreviviente y viviste la vida con rectitud y sin temor. Hija, ingeniera, empresaria, esposa, madre, primera dama, posible candidata a la presidencia, congresista de la República y madre nuevamente. Precisamente, te fuiste rodeada de tus hijos, aunque ÉL, y su siamés, quisieron que te apartaras de ellos. Deseaste, sin embargo, que te eligieran a ti, que se encuentren contigo. Finalmente, lo conseguiste, así sea cuando la penumbra te invadió por completo.  ¿Qué hubiera sido de tus hijos si hubieran permanecido a tu lado en la década del noventa? Quizás no se encontrarían envueltos en los enredos y mafias que cargan hasta ahora y que te dolieron hasta el final de tus días.

Fuiste una mujer excepcional. Conquistaste espacios inimaginables para la mayoría de nosotras. Estudiaste Ingeniería Civil a finales de los sesenta, cuando solo el 5% de la población estudiantil de la UNI estaba constituido por mujeres. Te casaste con el hombre con el que te querías casar, a pesar del rechazo de tu entorno familiar, algo fuera de lo común dentro de la comunidad peruano-japonesa (nikkei). Viviste, en efecto, la vida como deseaste hacerlo. Y aprendiste a pagar las consecuencias de ello: te desheredaron. Aun así, constituiste tu propia familia, una que dependió de ti; pues trabajaste incansablemente por su bienestar. Lograste ser madre de cuatro hijos y crear una empresa constructora, donde pusiste en práctica tu profesión. La maternidad, por tanto, no constituyó un escollo para que acumules recursos para ti (y los tuyos). Muy pocas lo consiguen. Fueron los años en los que más deslumbraste. Irradiaste luz hasta la década del noventa. Hasta que te dejaron hacerlo. Hasta que ÉL no te necesitó más y te volviste una amenaza para su siamés.

Fuiste una sobreviviente. Sobreviviste al horror y al espanto de la década del noventa y en su momento hablaste (de más). Fuiste la primera que vociferó mediáticamente el núcleo corruptor del régimen (recordemos la denuncia acerca de la ropa donada de Japón). Te tildaron de “loca”. Gasearon tus palabras. Y, poco a poco, desapareciste de la esfera pública. Te ensombrecieron. Resististe hasta donde pudiste, al punto de intentar postular a la presidencia de la República en las elecciones de 1995. Sí, buscaste competir públicamente en contra de ÉL. Fue un error. Y pagaste las consecuencias por ello. Ni te dejaron postular (recordemos la famosa “Ley Susana”). ¿Cómo ibas a competir cuando todo el tablero de ajedrez estaba controlado por ÉL y su siamés? ¿Qué es lo que querías demostrar? ¿Qué es lo que buscabas recuperar?

Conociste las profundidades del destierro. No es fácil resistir, mantenerse al pie del cañón. Tu prudente silencio en el último lustro de la década del noventa te mantuvo con vida. A partir del 2000, una vez que ÉL se fugó, pudiste recuperar la posición que te arrebataron. Recuperaste a tus hijos (aunque poco a poco te cargaron con sus pesares). Una vez en prisión, ÉL y su siamés, no lograron ensombrecerte más. En una de las últimas entrevistas que brindaste debido al encarcelamiento de tu hija mayor, pediste lo siguiente: “Ruego a Dios y a la madre Virgen María que se haga justicia en el caso de mi familia y que mis nietas no tienen por qué pagar culpas ajenas. Y a la Virgen elevo mis plegarias pidiéndole paz en mi familia, unión en mi familia. Ojalá esta vez me haga caso” (Panorama 2019). Volver a ocupar la posición de madre hizo que volvieras a tener un lugar en el mundo. Te permitió seguir con tu vida. Quizás ya no deslumbraste como lo hiciste en algún momento, pero sobreviviste.

Le ganaste, Susana, le ganaste: sobreviviendo el espanto que Él tejió con los suyos.

Espero que hayas encontrado la paz que tanto pediste, aunque para ello hayas tenido que recibir el beso de la muerte.

También espero que ahora que ya no estás con ellos, tus hijos no terminen siendo fagocitados por ÉL, el padre. Tal vez esto es ya imposible.

Adiós, Susana.

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