Literal. Son una vieja estructura partidaria que siempre defendió ideas liberales (aunque en el siglo XIX no tuvo reparos en defender la esclavitud). Pero hoy en día, luego de haber tenido a referentes como Roosevelt, Kennedy, Carter, Clinton y Obama, se encuentran en un dilema ideológico. En una crisis de identidad, vamos a ser claros. Tanto así que hoy no saben qué rumbo tomar para derrotar a Donald Trump, quien podría salir reelecto si mantiene el poder de los Estados industriales de Wisconsin, Iowa, Ohio, Michigan y Pennsilvania.
El partido ayer demostró su capacidad de endose. Joe Biden, vicepresidente de Obama entre 2009, y 2017, pudo vencer ayer a Bernie Sanders en Estados clave como Carolina del Norte, Virginia y -la batalla más importante- Texas. El senador socialista de Vermont no pudo ante el político liberal en el viejo Estado del sur, donde el papel de Beto O’ Rourke fue vital (Beto casi le gana la gobernación a Ted Cruz en 2018), pero Sanders obtuvo el importante Estado de California, donde se pusieron en juego 415 delegados, de los cuales ganó más de la mitad. Para obtener la nominación demócrata, se requiere que el candidato que enfrentará a Trump adquiera 1991 compromisarios. Sin embargo, el indiscutible triunfo de Sanders en California le costó perder a cambio Estados claves como Maine y Minnessota, donde venció a Hillary Clinton en 2016.
Está claro que Bernie Sanders es un político coherente, que inspira confianza en los movimientos progresistas latinoamericanos y europeos. Empero, se nos quiere presentar la idea de que Estados Unidos no está preparada para un candidato socialdemócrata. Los datos podrían darle la razón a esta teoría, hasta el momento. No obstante, Sanders lleva acumulados 501 delegados, frente a los 566 de Biden. Pero si Sanders desea ganar, debe mantener todos los estados que le ganó a Clinton en 2016, además de obtener las importantes victorias en Nueva York e Illinois, este último estado de Barack Obama.
¿Lo logrará? El partido aún está por definirse. Aunque recordemos que algunas declaraciones a favor de los programas sanitarios de alfabetización y sanitarios de la Revolución Cubana le costaron varios votos a Sanders y su movimiento. Pero tiene a favor el hecho de que el controvertido empresario Mike Bloomberg, a la postre exalcalde de Nueva York, acabara de apoyar a Biden, y Bloomberg es muy impopular entre las bases demócratas. Sin embargo, existe todavía un factor por desvelar: Elizabeth Warren.
¿Reflexionará Warren lo que le queda de esta semana y bajará su candidatura para apoyar, aunque sin entusiasmo, a Sanders? ¿O se mantendrá en carrera y dividirá aun más el voto progresista gringo? Tal parece que la división y el cisma es el sino funesto de los movimientos progresistas en el mundo: pasó con Guillier en Chile cuando el Frente Amplio se negó a apoyarlo, pasó con Petro en Colombia cuando Fajardo prefirió ver ballenas antes de votar por él, pasó en Brasil cuando Ciro Gomes prefirió irse a Italia antes que frenar el fascismo, casi pasa en España cuando Pedro Sánchez se negó en un inicio a aliarse a Podemos, pasó en Reino Unido cuando el alcalde de Londres, Sadiq Khan, no hizo campaña por Corbyn y dejó que ganara Johnson. Y podría pasar en Estados Unidos si Warren no le hace caso a sus bases y se retira dignamente. Pero algunas voces aseguran que ella es la enviada de los demócratas para polarizar el voto de izquierdas y favorecer a Biden. Ojalá no sea cierto.
Volviendo al punto, en Estados Unidos los endoses suelen funcionar. Se rumorea a gritos que Kamala Harris será la próxima vicepresidenta de Biden, y que este podría darle a Buttigieg y O’Rurke secretarías (lo que acá llamamos ministerios) y embajadas. La repartija en su hora clave. Pero Berni deberá ser muy inteligente, hilar fino y atraer a todos los demócratas posibles. Parece que ya se dio cuenta que nunca debió perder Maine y Minnessota y ha lanzado hoy un video elogiando el legado de Obama, por más que no cuente con su apoyo (lo que más se especula en la nación del norte es que Obama estuvo detrás de la operación “drop out” e instigó al resto de candidatos a parar sus campañas). Obama es el rey de la persuasión, un experto vendedor de sebo de culebra y un talentoso hipócrita, pero mal que bien es la figura más popular del partido. Si fuera peruano, Obama debería ser aprista, pues sabe afilar bien la escopeta de dos cañones: se dirige a un electorado progresista en 2007 y la primera mitad de 2008, le gana las primarias a Hillary, pero apenas las gana nombra a Biden de vice, alguien que no tuvo empachos en apoyar la guerra en Irak, rechazar el matrimonio igualitario en los 90, y hace poco darle una Medalla de la Libertad a un probado genocida como George W. Bush. Aunque no sorprende, si tomamos en cuenta las expresiones cariñosas de Michelle Obama hacia Bush en una de las tantas fiestas en las que departieron.
Dejemos de lado las anécdotas coyunturales y concentrémonos en la elección: no basta la coherencia para ser elegido candidato en un partido tan polarizado como el demócrata, sino que hay que saber contentar a todas sus facciones, a la mayor parte de miembros de sus bases. ¿Lo logrará Sanders? ¿Dejará de lado la obstinación o actuará como Corbyn, quien tuvo una posición blanda ante el Brexit que le costó la elección hace un par de meses? Sólo el tiempo, su inteligencia, y quizá el endose de los que faltan -como Warren-, lo dirán.