Luego de que se descubriera que Dina Boluarte hacía un uso frecuente de llamativos Rolex valorizados en miles de dólares en los eventos en los que participaba, y de que siendo preguntada por una periodista mientras inauguraba un evento, asegurara que sus joyas eran “fruto de su trabajo y de su esfuerzo”, y que “el artículo en particular era de antaño”, con la última intervención de la Fiscalía en su casa, se caen esas dos grandes mentiras con las que intentó tapar una de las revelaciones más escandalosas del círculo de poder que nos gobierna actualmente.
Si no son fruto de su trabajo, pues Boluarte gana poco más de 4 mil soles como presidenta, y antes, en todos sus años en Reniec, ganaba poco más de la mitad; ni son de antaño, pues en el allanamiento la Fiscalía encontró un certificado con código del Rolex del 2023, ¿entonces cómo adquirió ese reloj? ¿Quién se lo regaló?, pero sobre todo, ¿con qué fines? Pues cualquier hijo de vecino no viene tranquilamente a regalarte un Rolex porque se le ocurrió de repente.
Si hacemos oídos a la patética argumentación del abogado de Boluarte, que señala que puede ser un admirador el que le hizo el regalo, y que no se revela su nombre para mantener protegida su intimidad, esta idea no tiene sustento porque el regalo del amor fue realizado a una persona que tiene la más alta investidura en el país, que gobierna, administra y maneja los hilos del poder. Es una información que debe transparentarse y no ocultarse justamente por ello, para hacer ver que no hay nada que temer en el regalo.
Pero evidentemente es una mentira, no existe un fan enamorado de la presidenta, lo que existe es una estela de corrupción y sobornos alrededor de esta, que tienen como fin entregar favores a cambio de regalos. No hay que tener más de dos dedos de frente para entender que si alguien regala tremenda joya es porque quiere algo a cambio, unas cuantas obras que engordarán sus bolsillos, por ejemplo.
Las tristes defensas de sus ministros pasarán al infausto museo de los recuerdos patéticos de este país, como la ministra de Vivienda, quien señaló que podía ser bamba, y que ella también había comprado una réplica en algún viaje, sin recordar que había sido jefa de Indecopi, la entidad encargada de resguardar los derechos de los propietarios y creadores de los bienes comerciables.
O las ministras de la Mujer y de Cultura, que sacaron, qué novedad, una vez más, la carta del machismo, para intentar victimizarla; o el contralor Nelson Shack, que incumpliendo su función, señaló que los funcionarios no están obligados a rendir cuenta de todos sus bienes, horas después tuvo que retractarse, pero ya sabemos para quién juega.