Desde el inicio de la cuarentena por el COVID-19, escribí que los científicos sociales deberían diseñar las estrategias para combatir esta pandemia, puesto que se trataba de hábitos y costumbres que tendríamos que cambiar como sociedad para hacerle frente. Cinco meses después es indudable que el gobierno ha impuesto las estrategias más torpes —por decir lo menos, pues ha causado miles de víctimas—, y las sigue imponiendo militarizando el país.
Jorge Yamamoto es uno de los más reconocidos científicos sociales en Latinoamérica y el mundo. Sus investigaciones sobre bienestar —y específicamente sobre la felicidad— sirven de referencia para estudios de ciudades y países. En una reciente entrevista en RPP, el también profesor de la PUCP, dice algo totalmente simple y a la vez revelador: esta pandemia debió combatirse científicamente y no fue así, en vez de esto se utilizó el «sentido común», lo cual llevó a Vizcarra a tomar las decisiones más nocivas.
Lo que se debió hacer desde el principio —y pudo evitar innumerables muertes— es un diagnóstico social y con esta información diseñar estrategias conductuales para modificar los hábitos de las y los peruanos. Explica Yamamoto que la ciudadanía es como un adolescente malcriado, y los responsables de su comportamiento son sus padres, o sea: el gobierno.
Sin embargo, si el Estado invierte el 0.13% en investigación, ¿cómo se resuelven los problemas públicos? ¿Basados en qué documentos, estudios, papers, tesis, estadísticas, etcétera, toman decisiones las autoridades nacionales, regionales y locales? Exacto, en ninguno.
Es por eso que la calidad de los bienes y servicios públicos son paupérrimos y no resuelven las problemáticas sociales, económicas, políticas ni culturales, porque desde el presidente, pasando por los gobernadores regionales y los alcaldes, y casi en todas las instituciones públicas (y empresas privadas), se toman decisiones basadas en lo que ellos «piensan», y como siempre elegimos a los menos capaces intelectual y éticamente, nuestra calidad de vida es precaria (si es que seguimos vivos). Ni siquiera se rodean de científicos o expertos que manejen herramientas conceptuales, sino —salvo muy pocas excepciones— de lo más bruto y achorado de la sociedad.
Yamamoto —quien en el 2015 dio una brillante charla en TED sobre la felicidad en el Perú— llama a esta pandemia una «pandemia conductual», y al igual que él, yo tampoco pierdo la esperanza de que en algún momento el gobierno —en todos sus niveles— se deje de tonterías y convoque a sociólogos, psicólogos sociales, antropólogos, entre otros, y formule políticas públicas que tengan como objetivo no solo prevenir el contagio del COVID-19, sino un cambio de valores en el país, y Vizcarra no siga utilizando el miedo y la violencia para tratar de combatir la enfermedad y la muerte.