Mano Alzada
Actualidad, Opinión

¿Y ahora? Serenidad

Cuando oigo a Rosa Bartra declarar en RPP que estamos bajo el régimen del “vizcarrismo comunista”, y asegurar sin inmutarse ni bajar la cabeza que Hugo Chávez se ha reencarnado en nuestro actual mandatario, me acuerdo de ultraderechistas sin rubor como la española Isabel Díaz Ayuso, quien acusa a las feministas de ser como “mantis religiosas” que tragan a todo aquel que las contradice. Aquí o allá, la derecha más rancia siempre ha utilizado la ignorancia y los sentimientos primarios de la gente para tratar de convencer o ahuyentar. Posiblemente no se la crean, pero es su mecanismo de defensa. Se lo dejo a los psicólogos para el análisis.

Yendo al punto, se han vivido días agitados, pero esta primera semana de octubre, todo indica, terminará como una semana más. El modelo económico seguirá (por más que haya un entusiasmo justificado por María Antonieta Alva, debido a que es una profesional que proviene enteramente del Estado en cuanto experiencia laboral se refiere), no se metieron los tanques a los medios, el Poder Judicial, la Fiscalía y el TC funcionan con normalidad, y la gente sigue trabajando como si nada hubiera pasado. El dólar se mantiene estable, las cifras macroeconómicas ni se han alterado, y los Nerones financieros, como el inefable columnista de Gestión, Alberto Arispe, quien ha llegado a calificar a los peruanos -desde su blanco pedestal moral, claro está- de “chichas”, “pendejeretes”, “sucios” e “informales”; y calificar esas “razones” como las que fundamentan que los peruanos habrían votado por el fujimorismo. Pero lo que es peor, las “normaliza”, cree (así como Althaus, Garrido Lecca y un largo etcétera) que el peruano nunca va a cambiar. Y cataloga la ignorancia y la suciedad como defectos, cuando son el producto final del neoliberalismo más primitivo que vive nuestra patria.

Pero dejemos que los Arispe se revuelquen en su cloaca, y vayamos a nuestro amado país. Hay motivos para tener esperanza y entusiasmo. Pero al mismo tiempo, cautela. Los candidatos que hoy encabezan las encuestas son George Forsyth (quien aun no confirma si renunciará a la alcaldía de La Victoria para intentar ser presidente) y Julio Guzmán. Ambos han declarado últimamente ser parte de la amalgama de ideologías y pensares de los cuales está conformado el antifujimorismo. Pero Forsyth, por más que los medios intenten presentarlo como un héroe que devolvió el orden a La Victoria, está por criminalizar la precariedad laboral y acusa a todos los ambulantes de ser “mafiosos”. Ni Alberto Andrade lo hizo, incluso él se atrevió a dar terrenos abandonados para que los informales pudieran emprender y seguir trabajando, pero Forsyth hasta ahora no ha dado alternativas a los informales que no pertenecen a ninguna mafia (que son la mayoría). Y en cuanto a Julio Guzmán, es un cúmulo de contradicciones: está con la unión civil, pero denosta del aborto, dice ser católico, pero practica la fe judía (lo cual no está mal, pero es una declaración que denota oportunismo y poca transparencia), cree en la flexibilización laboral y es partidario de que la clase media crezca económicamente para que al último de la fila estén las poblaciones más vulnerables. Una versión peruana de Albert Rivera, por decirlo menos. Un veleta.

Para regenerar el país no solamente se necesita que las fuerzas del cambio consigan inscripciones electorales o alianzas coyunturales o duraderas, sino que haya organización, que crezcan las organizaciones de los trabajadores, que las feministas entren a la política partidaria, que los LGTBI sepan que no todos sus “referentes” son verdaderos ejemplos de lucha, que dejemos de trivializar las luchas por la madre tierra, que se cambien, en suma, varios sentidos comunes que durante casi 30 años los peruanos hemos tenido que cargar como una cruz -para algunos pesada, pero para otros de forma gustosa con un raro masoquismo-. Ganar, gobernar y cambiar sentidos comunes, esas deben ser las tres consignas para que en el Perú ocurra un verdadero cambio de régimen y podamos celebrar el Bicentenario con las copas en alto y el pecho inflado de orgullo. Arriba Perú, hoy y siempre.

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