Evocaciones íntimas y colectivas: el cine de Sofía Velásquez
Por Cineclub de Lambayeque
- Revisión de su principal filmografía, desde “Tango de tarde” hasta “De todas las cosas que se han de saber”
Hablar de cine peruano es hablar también de una brecha que persiste en relación con la presencia de directoras y técnicas en el universo laboral y creativo de este sector. Si bien tenemos importantes referentes que han contribuido con obras relevantes para la historia del cine peruano, nos parece también importante revisar el trabajo de las realizadoras contemporáneas, quienes en la actualidad mantienen una labor constante, así como una línea de desarrollo y exploración al momento de filmar, por ejemplo, documentales.
Tal es el caso de la cineasta documentalista peruana Sofía Velázquez, de quien hemos revisado su principal filmografía: desde sus obras como codirectora, a través de su participación en el colectivo “Mercado Central”, hasta las de su propia autoría.
Asimismo, hemos seleccionado las piezas audiovisuales que, consideramos, focalizan su mirada de realización, en forma y fondo. Propuestas que, con el tiempo, se fortifican y dan forma a un estilo propio, cuyas bases son visibles desde sus primeros cortometrajes.
1) Tango de tarde (2003)
“El sábado abrió bonito sol y todita la ropa se secó”, dice Norma, de 84 años, emocionada, como si esa curiosidad en el clima chalaco hubiese sido el evento más importante en su vida últimamente. Tal vez lo fue. Existe una suerte de capacidad desarrollada por las personas de rutinas tranquilas, especialmente en las y los ancianos, que les permite prestar atención a las particularidades que puedan originar algún cambio en la homogeneidad de sus días, variaciones que para otras personas pueden parecer mínimas debido a la sobreestimulación, distracción o ansiedad por el mañana. Esta ansiedad se pierde completamente en “Tango de tarde”, un documental que nos sitúa en la casa de un grupo de hermanos que regresan del extranjero a la tranquilidad de su casa en el Callao, a vivir su vejez.
En lugar de esta preocupación por el mañana, tan común en la gente joven, aparece una predisposición a las ternuras del pasado. Sofía nos sienta junto a los personajes, colocándonos en una posición de escucha ante relatos de aventuras y lugares que ya no existen, pero que sus protagonistas traen al presente y viven de nuevo a través de la palabra. Aunque la directora incita a la memoria con preguntas concretas, deja a los hermanos ser libres en la evocación de sus infancias, amores y recuerdos de ancestros y familiares que ya partieron.
El cuidado con el que Velázquez se acerca a la intimidad de los protagonistas nos permite advertir decisiones y pesares que formaron la identidad de estos o que marcaron el rumbo de sus vidas. En los personajes femeninos, sobre todo, es muy perceptible la influencia de la familia y el peso que tienen temas como el matrimonio, la maternidad, la religión y las supersticiones. Nos acompaña también el silbido de una conocida canción de Carmencita Lara, “El árbol de mi casa”. Un sonido proveniente de otra época que se materializa como un pajarito que vuela entre distintas líneas de tiempo, uniéndolas en la imagen.
Aunque se trata de un documental clásico testimonial, que sigue la rutina de un día normal en la vida y espacios de los protagonistas, la directora nos regala momentos en los que experimenta y juega con planos cenitales, detalles y un poco de performance de los personajes ante la cámara. Momentos de observación que engendran preguntas como: ¿Qué será más antiguo, el adorno o el mueble que lo alberga? ¿Seguirá viva la persona que tejió ese tapete? ¿Cuántos años llevará ese reloj dando la misma hora?
Hay una secuencia muy especial en la película: los ancianos hablan al mismo tiempo y cada uno cuenta su historia, sin escucharse el uno al otro, lo cual coloca al espectador en una posición de incomodidad sin saber a quién escuchar y con una especie de culpa por elegir a alguno de los dos. Este es un comportamiento muy común en las personas mayores, que evidencia su necesidad recurrente de contar sus historias una y otra vez, siempre en búsqueda de alguien que los escuche con paciencia y reciba con afecto sus experiencias de vida.
Esta primera pieza audiovisual documental, que dirige Sofía, se siente como un domingo visitando la casa de los abuelos, sentándose en su mesa con la comida que marcó infancias, en su patio para tomar el sol de las tres de la tarde o en el pie de su cama, para resguardarse del frío de las seis.
2) Babalú (2008)
A pie y con su carrito de entregas, José Vílchez recorre las solitarias calles de un barrio limeño, cumpliendo con su labor de atender y suministrar balones de gas a sus clientes. Sin embargo, no siempre fue solo un vendedor de gas. La cámara sigue sus pasos de manera paciente en este corto que no solo registra un día en su vida, sino que, además, rinde homenaje a una época dorada, cuando en lugar de matar el tiempo refugiado en su trastienda, mientras los pedidos escaseaban, solía dirigir la orquesta “Babalú”, durante los años 60 y 70.
Por las noches, en completa soledad, Vílchez inunda la habitación con cada melodía, donde los ecos del pasado se resisten a desvanecerse y se entrelazan con el presente, transformando ese espacio, que parece detenido en el tiempo, en un agasajo propio, un momento empapado de sueños, calidez y belleza. Su música es su refugio, una forma de mantener vivo el recuerdo de su verdadero ser y de expresar su identidad. Más allá de la rutina, los directores Sofía Velásquez y Carlos Sánchez reflejan cómo, a través de pequeñas, pero significativas acciones, el protagonista evoca quién es en esencia.
Esta pieza audiovisual es un recordatorio de que cada vida tiene historias que merecen ser contadas y preservadas, en lugar de dejarlas disiparse en el ayer. Así, la vida y pasión por la música de José Vílchez se convierten en un testimonio perenne, que convierte esas memorias efímeras, de sus días de gloria, en recuerdos eternos.
Vemos en esta cinta, de nuevo, el planteamiento de la evocación de la memoria como centro de las realidades de las personas que son filmadas. Esto, a través de recuerdos, experiencias vividas, que les atraviesan en la actualidad y son consecuencia de decisiones frente al devenir de sus respectivos contextos. Esta es una revisión constante de la documentalista, que muestra el interés hacia determinados universos a los que se acerca sutilmente y con los que genera un puente de confianza para que puedan abrirse ante su cámara.
3) Altares (2008)
Esta obra está construida a partir de las reflexiones de diversos ciudadanos: diferentes edades, diferentes profesiones, diferentes creencias. Qué nos gusta, en qué creemos, qué queremos, qué buscamos, son preguntas con respuestas distintas, tan diversas como el grupo de personas a las que se pregunta.
Cada participante hace un ejercicio de autorreflexión, un autoexamen que nos lleva por caminos distintos. Esta pieza audiovisual nos lleva directamente a recordar lo dicho por el existencialismo de Jean Paul Sartre, “el hombre es esclavo de sus ideas, pero a la vez estamos condenados a ser libres”. Cada participante cree en algo, se apasiona por algo, pero a la vez comparte sin inhibiciones: poesía, música, literatura, historias, creencias, miedos, sueños.
“Altares” es un hermoso collage de diversas vidas. Vidas que se siguen unas a otras sin generar conflicto y que son, más bien, una hermosa muestra de nuestra diversidad. Citamos la reflexión de una de las participantes, con una fe inquebrantable hacia el ekeko: “Yo creo en dios sin tener una imagen”. Palabras que pueden reflejar una contradicción, pero que, a la vez, tienen mucho sentido, pues hablan de la creencia y el fervor hacia los objetos que pueden tener un valor simbólico en nuestras vidas.
4) Brus Rubio (2009) – Vine cargando mi arpa (2010)
Ambos trabajos en codirección, junto con Carlos Sánchez, mantienen una estética realista, donde destaca la importancia del yo auténtico. Mientras “Vine cargando mi arpa” es un corto marcado por la partida, por los sucesos de migración y el reencuentro con las raíces a través de la música, en “Brus Rubio” se mantiene la conexión con dichas raíces mediante la pintura y los sueños, formando un vínculo intrínseco. Los orígenes son el punto en común de ambos personajes en dichos cortos documentales.
Es posible notar la diferencia de perspectivas. Mientras uno de los artistas anhela llegar a un mercado extranjero, para mejorar las condiciones económicas laborales, el otro piensa en ayudar a las personas de su comunidad, con el turismo en mente. Desde la música o la pintura, se tejen los sueños de dos artistas peruanos jóvenes, atravesados por circunstancias de gran amplitud y bastante recurrentes en el Perú: los procesos de migración del ande a la ciudad y el fortalecimiento del arte originario dentro del mismo territorio donde se desarrolla.
Asimismo, junto al retrato de los protagonistas, están las familias que los acompañan y buscan apoyar su crecimiento. Estos cortos documentales son una enunciación de los anhelos de artistas peruanos en un país donde, como sabemos, se carece de políticas públicas artístico-culturales que puedan darles respaldo y garanticen su desarrollo. Políticas que tomen en cuenta su valor como trabajadores del sector, al igual que el legado cultural que mantienen: conocimientos ancestrales que son trasladados de generación en generación y que representan el corazón de sus procesos creativos.
Ambos cortometrajes mantienen un diálogo entre sí, se encuentran y a la vez manifiestan, mediante sus imágenes, los sueños y realidades alrededor de lo que deciden estos jóvenes artistas dentro de un territorio que les sigue siendo áspero, pero al que continúan mirando con mucha ilusión y ganas de cambio.
5) El otro cine (2010)
Como una alusión a mostrar realidades y perspectivas que usualmente no se ven en las producciones cinematográficas convencionales, surge “El otro cine”, una pieza audiovisual mediante la cual sus directores, Sofía Velázquez y Javier Becerra, nos transportan a la vida del multifacético artista Lalo Parra Bello, quien, tras su retiro, planea dedicar sus días al gratificante, pero desafiante mundo del cine. Es así que, con la ciudad de Ayacucho de fondo, la pieza nos adentra en el proceso creativo de Lalo, mientras este trabaja en su película “UMA, cabeza de bruja”.
A través de su lente, Sofía y Javier captan la pasión y el esfuerzo detrás del trabajo de Lalo. Con una visión íntima y sincera de la producción cinematográfica, el documental muestra desde la caracterización de personajes, ambientación de locaciones y rodaje, hasta el esfuerzo de los realizadores audiovisuales locales para materializar y promocionar sus obras. Estas adversidades se reflejan en Lalo, quien al cierre del largometraje recorre las calles de Ayacucho para anunciar la presentación de su película (usa como alternativa los volantes y el perifoneo) y atraer la atención de su pueblo.
“Estudiar arte es sinónimo de morirse de hambre”, solía decir el padre de Lalo. Frente a esto, “El otro cine” no solo es testimonio del talento y resiliencia de Parra, sino que también evidencia la necesidad de contar historias para preservar la memoria colectiva a través del cine y, de este modo, educar a las nuevas generaciones sobre su propia identidad, tradiciones, luchas, historia o, como el caso de “UMA, cabeza de bruja”, leyendas.
En un contexto en el que la falta de recursos económicos es una constante, la determinación y pasión nos movilizan a ejecutar proyectos en los que se relatan historias no contadas, a la par que se manifiesta el ingenio y capacidad de adaptación del equipo de producción para superar circunstancias complejas y capturar su esencia gracias a sus narrativas.
6) Soy eterno (2011)
Este cortometraje documental se enuncia desde lo autorreferencial. Escuchamos la voz de su directora en primera persona, quien narra la historia del familiar a través de objetos que evocan el recuerdo del tío Carlos, construido a través de un camino de remembranzas durante todo el cortometraje. Esto nos permite relacionar nuestras experiencias personales con lo mostrado en pantalla y pensar en la nostalgia como un punto de partida para crear, tal como hace la misma directora en esta pieza.
Qué tan cierta es aquella frase dicha por el tío Carlos, al preguntarle su edad: “Soy eterno”. Acaso somos eternos en el pensamiento de nuestros seres queridos o es que lo somos en las acciones que hemos realizado en nuestra vida. Esa es la principal reflexión a partir de esta obra, notable por el cuidado al reflejar a su personaje, paciente en el acercamiento y con una cadencia que nos envuelve en la intimidad de ese hogar que nos muestra Sofía Velázquez. Es importante resaltar que este recuerdo del tío Carlos no nace del lamento por su condición de paciente mental, sino desde un deseo de entenderlo. No lo recuerda desde la tristeza de su soledad y lo hace en cambio desde situaciones como, por ejemplo, un regalo obsequiado con cariño, aunque imaginario.
Podemos percibir nuevamente el interés de la directora peruana por mostrarnos universos donde los recuerdos edifican a las personas y las memorias construyen estas imágenes, pero en los que también nos brinda atmósferas visuales y sonoras que pueden trasladarnos a esa eternidad, o a ese deseo de eternidad que tenemos las personas para con los seres amados.
Velázquez hace un ejercicio noble y podríamos decir que hasta dulce, de recordar. El recuerdo no apaga las presencias, las mantiene entre los que quedamos y el documental nos invita a fortalecer estas sensaciones, a compartirlas a través del tiempo. Esta obra, que se estrenó hace más de diez años, puede seguir latente, así, en nuestras percepciones sobre la eternidad, el tiempo, la familia y los recuerdos.
7) Retrato peruano del Perú (2013)
El largometraje documental “Retrato peruano del Perú” es una invitación a explorar las complejidades de tres historias que se entrelazan por el mágico arte del retrato, pero también por la búsqueda personal y la memoria. A lo largo de este documental, encontramos los caóticos paisajes urbanos de Lima, las majestuosas montañas de Huaraz y los cálidos pueblos de México, lo que nos sumerge en un viaje introspectivo donde el retrato, en todas sus formas, se convierte en un espejo de identidad y aspiraciones.
Son tres personajes los que toman el protagónico. Eva, una joven fotógrafa en Huaraz, busca inmortalizar las memorias de quienes la rodean y quizás, también, las suyas, a través de las imágenes. Mediante su cámara, ella encuentra belleza en la soledad y sentido en la conexión efímera que surge del hecho de capturar la esencia de una persona. Eva ama escalar las montañas que rodean su hogar en Huaraz, algo que, como ella manifiesta, es “inexplicable”; sin embargo, de solo una cosa está segura: que esas cumbres representan un completo sentimiento de libertad. Cumbres que los primeros rayos del sol, al amanecer, transforman en un lienzo vivo. “Cuando pienso en un retrato mío, pienso en cómo me gustaría ser recordada”, reflexiona Eva, encapsulando así el poder de una imagen como una extensión de nuestra propia esencia.
En Lima, se encuentra Miguel Valverde, un joven nacido en Huaraz que emigró hacia la capital con el sueño de estudiar lo que más ama y que encontró en los retratos una manera de interpretar las fantasías de sus clientes. Con el uso de sus pinceles y trazos, transforma los rostros en imágenes que no solo reflejan lo que son, sino lo que anhelan ser. Miguel ingresó a la Escuela de Bellas Artes, un mundo “caótico, pero vibrante, lleno de color, amistades y retos”. Sin embargo, el camino del arte no termina al momento de egresar. De hecho, es en ese preciso instante que cada artista debe aprender a vivir de su talento y desarrollar un discurso propio para enfrentar la realidad de un país que no entiende el valor de su trabajo.
Por último, en las calurosas calles de Tabasco, México, encontramos a Jhonny Álvarez Saavedra, un peruano que dejó Lima en 2004 y que ha encontrado en la venta de retratos una forma de vida y de conexión con los demás. Jhonny ha tenido una lista interminable de trabajos, ya sea en la agricultura, en la fabricación textil, entre otros; pero fue en el arte donde descubrió aquello que realmente disfruta: retratar a las personas ayudándolas a preservar recuerdos y sus propias historias. “Si estoy sentado en mi casa, esperando la suerte, esta no llegará. Tengo que salir a las calles a buscarla”, dice con convicción. Para Jhonny, como tales, los retratos no son solo arte, son un acto de amor, una manera de inmortalizar emociones y momentos que perdurarán con el paso del tiempo.
En el documental, resalta la belleza cinematográfica con que las historias de los protagonistas son narradas. Las cámaras de Sofía y Carlos se convierten en un personaje más, que recorre calles, paisajes y rostros, y que, con delicadeza, enmarca lo cotidiano de una manera magnífica. Los diálogos, aunque sencillos y naturales, tienen una gran carga de realidad. Las palabras, cuidadosamente escogidas, llegan a revelar las capas más íntimas de los personajes. A su vez, las escenas transcurren a un ritmo pausado que invita a reflexionar, observar detalles y conectarse con los protagonistas de una manera distinta. En cada trazo, en cada fotografía, en cada venta callejera, se encuentra una verdad universal: el retrato es mucho más que una imagen, es parte de una cultura, de una experiencia de vida con todos sus matices, es un puente entre lo que somos, cómo buscamos ser vistos y lo que soñamos ser.
8) De todas las cosas que se han de saber (2021)
Este es un documental que, en su máxima expresión, busca forjar identidad a partir de historias y detalles de uno de los poetas peruanos más renombrados, César Vallejo. Sin embargo, a través de los relatos de las distintas personas que participan en el documental, se revela claramente que el homenaje va más allá del poeta. En realidad, el retrato principal termina siendo el de su ciudad natal: Santiago de Chuco. Hablamos, entonces, de un homenaje a las personas de esta ciudad ubicada en la región La Libertad.
Dichas personas, mediante sus propias historias, experiencias, anécdotas y simples conversaciones, completan la imagen principal del documental. Se trata de un lugar sumido en el recuerdo de un poeta querido, incomprendido y melancólico, el mismo que, en su mayor esplendor artístico, mantuvo presente a Santiago de Chuco en su arte. Hoy, es la misma ciudad la que lo conmemora: vemos las calles con los nombres de sus poemas, los niños que conocen de memoria sus versos (comprendidos o no) y los recitan con naturalidad, ciudadanos de a pie que hasta recuerdan haberlo visto o hablado con él. Vemos, también, una ciudad que es un espacio de formación para muchos docentes y donde la declamación es una de las actividades principales, compartida entre los estudiantes de todos los grados, a través de presentaciones, competencias, muestras, etc.
A esta imagen también se agrega todo el equipo detrás de cámaras. Ellos caracterizan la curiosidad de conocer la “Tierra de Vallejo” y de buscar, tal vez, más allá del falso recuerdo dejado por el poeta. En ese sentido, completan el cuadro al tratar de acercarse y entender a una ciudad que formó a un artista de tal magnitud, algo que, pareciera, nunca más se volverá a presenciar en el Perú. La idea propuesta del cine dentro del cine, de un equipo de producción que es visible ante cámaras al igual que su directora, nos genera la idea de búsqueda, donde los forasteros que desean hacer una película son acogidos por la ciudadanía y sus dinámicas, además de ser apoyados para sacar adelante la película.
La directora logra que cada conversación fluya por sí sola y que, de esta forma, se complementen entre sí para formar la historia principal. Esto también ha sido logrado en otros de sus documentales, como “Retrato peruano del Perú”. La sensibilidad al recibir y contar estos relatos es una constante en sus obras. No obstante, hay algo aún más importante de resaltar: cómo esta sensibilidad, el lado humano de cada anécdota, trasciende hacia nosotros, los espectadores.
Reflexiones colectivas
Al hacer un recuento de la filmografía de la Sofía Velásquez, podemos visualizar sus intereses desde la memoria de lo cotidiano y la evocación de los recuerdos, así como la grabación hacia otras personas y el recurso autorreferencial. El cuidado para acercar la cámara es notable desde sus primeras experiencias y se afina conforme va pasando el tiempo en la exploración de sus realizaciones posteriores. Vemos una ruta que parte desde lo personal, familiar, vecinal y comunal. Cada universo está lleno de evocaciones íntimas y colectivas que estructuran su cine, para entregar una narrativa clara en cada documental realizado.
A su vez, la codirección es un ejercicio colectivo, donde las decisiones son consensuadas. Esta forma de hacer cine, creemos, ha orientado el trabajo de la realizadora, pensando en esa otra persona, dándole espacio y libertad, conversando y desligándose de un “poder” absoluto al dirigir sus películas. Esto, además, junto con un equipo consciente y dispuesto a esta forma de realización.
Es visible también, en su línea de exploración, la presencia de trabajadores del arte, en la diversidad de sus contextos territoriales y familiares, pero que siempre nos llevan a pensar en esta desatención histórica y estructural por parte del Estado. Un Estado que no garantiza su bienestar, que, pese a toda la trascendencia de su obra, de sus aportes a la construcción de un tejido sociocultural del que incluso se toman elementos para posicionar al país como “destino cultural”, sus agentes siguen siendo víctimas de esta desatención y falta de valoración. La postura de la directora no es indiferente a lo que sucede en el territorio donde graba.
Por último, consideramos que la obra de Sofía Velázquez tiene, actualmente, un espacio ganado en el cine y audiovisual peruano, por todo lo que representa y por seguir una clara línea de búsqueda en su propuesta documental. Cabe mencionar que todos los cortometrajes visionados para este texto están liberados en la página de Vimeo de su colectivo, “Mercado Central”. Además, su largometraje “De todas las cosas que se han de saber” se estrenó en el 36° Festival de Cine de Mar del Plata (2021), recibiendo una mención en la sección de Mejor Largometraje de la Competencia Latinoamericana.
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Autores: Rosa García, Aranza Ríos, Yuriko Beltrán, Elar Torres, Nayarith Gastulo, Patricia Rodríguez.
Revisión de estilo: Lady Vinces y Luis Camasca.