Mano Alzada conversó con Marisol Águila, periodista, analista política, crítica de cine y programadora del Festival Internacional de Cine de Viña del Mar, que está celebrando su 35° edición desde el lunes 20 al sábado 25 de noviembre, con varios focos sobre memoria, conmemorando los 50 años del golpe militar, así como los cien años de su fundadodor, Aldo Francia, y los 60 años de existencia del festival de cine más antiguo de Chile.
Marisol Águila es una destacada crítica de cine que publica sus análisis cinematográficos en la revista especializada “El Agente Cine” y es muy activa en sus redes sociales comentando el acontecer del cine latinoamericano y mundial. Con ella conversamos sobre programación, memoria y feminismo.
Marisol, ¿tú te sientes más crítica o más programadora?
Buena pregunta, me gustaría programar mucho más por supuesto, porque la posibilidad de que el público vea lo que tú propusiste siendo parte de un equipo es una cuestión muy poderosa, me encantaría poder estar más activa en eso, tener otros espacios, además; y por el lado de la crítica, también es un lugar privilegiado para poder dar espacio, dar un lugar a aquellas propuestas donde hay algo especial, donde hay una reivindicación política, donde hay una reivindicación de género, donde hay una reivindicación de justicia; eso es una posibilidad que nos abre la crítica.
En general, más bien critico, escribo, sobre películas que me remueven el piso y me generan alguna reflexión, no me gusta hablar de ‘me gusta o no me gusta’, pero yo no escribo sobre aquello que no comparto o que critico negativamente, porque sé lo difícil que es hacer cine, y lo subjetiva también que es la percepción de los públicos, incluidos los críticos o críticas, creo que siempre hay que darle una nueva oportunidad a lo que uno ve. Veo las películas varias veces, justamente, porque a la primera a lo mejor uno no pudo captar la esencia de lo que el director o directora buscaba comunicar, siempre trato de entender lo que lxs directores están haciendo o buscan hacer y contrastarlo con lo que efectivamente uno percibe.
Y si es una película que es todo lo contrario de lo que una piensa de las posibilidades del cine de transformar, no es que sea “mala”, sino que es contraria a valores de solidaridad, de igualdad, ese tipo de cosas
Creo que, en general, hay tanto espacio para los antivalores, por así decirlo, o cine más comercial o visiones del mundo machistas o discriminadoras, tenemos lamentablemente una sociedad llena de esos estímulos no solo a nivel de cine, sino a nivel de las relaciones sociales, de distintas expresiones artísticas, informativas, que por eso creo que es tan importante darle espacio a aquello que se sale de esa norma; por otro lado, aquí, eventualmente, si alguna película tiene un origen más mainstream o comercial, pero que sirva para proyectar o para discutir, para generar ciertas discusiones, creo que también hay que mirarla. Me pasa menos, pero no me niego completamente esa posibilidad.
Estaba pensando en películas como ‘Sonidos de libertad’ que son hechas para capturar, ni siquiera para captar, sino para capturar a un público, a una masa, para que crea determinadas coas, y no decir nada sobre esas películas me parece peligroso.
Yo creo que una tiene que alertar, creo que una labor nuestra es justamente tener una mirada crítica para aquellos mensajes o ideas que puedan ir en contra de valores fundamentales, los derechos humanos, por ejemplo, yo en eso no transaría; y en términos de cine feminista, me parece fundamental evidenciar ahí donde hay estructuras que pueden ser menos evidentes en su dominación. Creo que tenemos un rol ahí como mujeres críticas y particularmente feministas para no justificar, por ejemplo, cine hecho en otro contexto histórico, una podría entender tal vez que el cine y otras obras y otras artes son hijas de su tiempo, pero no por ello justificarlo y, además, evidenciarlo, creo que en ningún caso soy de la idea de la cancelación, creo que más bien es de mirar atrás, eventualmente, para poder evidenciar aquellos mecanismos de subordinación, de explotación que a veces antes eran más visibles, ahora lo son menos, pero siguen habiendo; entonces, hay que estar muy alertas en ese sentido a los posibles retrocesos.
A propósito de la coyuntura sociopolítica y de los avances de miradas refundadoras, revisionistas, conservadoras, neofascistas o extremas, el cine también tiene un rol fundamental, siempre lo ha tenido, pero ahora vuelve a ser imprescindible el rol social del cine, que, por supuesto hay distintos tipos de cine, pero a mí el que me interesa es el que tiene un compromiso más en esa línea. En términos de memoria, por ejemplo, por más que algunos parezcan cansados por las temáticas de derechos humanos, creo que son fundamentales para no repetir violaciones sistemáticas masivas graves como ocurrieron en nuestros países. Nosotros en Chile estamos conmemorando 50 años del golpe civil militar, que todavía deja huellas, como veíamos recién en una película de Valeria Sarmiento (“Huellas”, 2023), incluso que son epigenéticas, o sea, que se transmiten a través de las generaciones nuevas, y el compromiso con el Nunca Más tiene que ser reforzado sobre todo por estos discursos negacionistas que vemos a diario en el caso argentino, por ejemplo, y en Chile también; entonces, creo profundamente en el rol del cine, particularmente documental, pero no exclusivamente, de seguir dando voz a los que no han tenido representación, de seguir alertando y mostrando aquellos dolores que persisten en forma de un trauma colectivo y en el sentido de la representación que decíamos recién, es fundamental que en el cine estén representados y representadas aquellos grupos de la diversidad sexual, etaria, mujeres, indígenas, pueblos originarios, que históricamente han estado excluidos de la pantalla y eso también es una pelea que hay que seguir dando para ver reflejada en la pantalla grande la realidad de las personas, diferentes miradas con interseccionalidad.
¿Desde cuándo programas en FICViña y cómo llegaste a este espacio?
Inicialmente fui parte del Jurado de la Crítica, hace unos seis años, y luego se me dio la oportunidad de ser parte del equipo de programación, lo cual para mí es un tremendo orgullo y un honor, por cuanto este es el festival más antiguo de Chile, fundado en 1967 por Aldo Francia, de hecho, estamos cumpliendo 60 años desde la fundación del Festival de Cine Aficionado en el 63 acá en Viña del Mar, fue el antecedente inicial de todo el encuentro internacional que vendría después en el 67, 69, que resurge con fuerza el nuevo cine latinoamericano. Siento que hay una responsabilidad histórica de seguir empujando la vanguardia, la crítica política y, en ese sentido, nuestra curaduría de este año y de siempre, pero especialmente este año, tiene principal foco en tres hitos de memoria: los 60 años del Festival de Cine Aficionado, los 100 años de Aldo Francia y los 50 años del golpe; entonces, además de los focos particulares en Memoria y Resistencia, en donde decidimos, por ejemplo, que estuviera conformado únicamente por directoras mujeres que tuvieron un rol tanto en el exilio como en la unidad popular, la transición democrática y actualmente, hay un foco de género súper marcado ahí.
¿Cómo así se llegó a esa decisión?
Yo creo que por un equipo que está muy permeable, muy sensibilizado con la perspectiva de género, y también creo que esa es labor de nosotras como feministas, en el lugar donde estemos, ya sea las organizaciones sociales, ya sea la programación de cine, ya sea en el arte, la cultural, la academia, en donde sea, en este caso es sugerir y proponer a los demás y convencerlos para que haya visibilidad de mujeres haciendo cines de mujeres.
Hay todo un debate respecto a si podemos hablar de cine de mujeres habiendo tanta diversidad y, además, con un enfoque interseccional de los distintos tipos de discriminación que sufrimos las mujeres, algunas más que otras evidentemente, pero yo reivindico el concepto de “cine de mujeres” como un espacio ganado hace muchos años y que hay que mantener, y ahora reivindico más bien los “cines de mujeres”, entendiendo que no todas las realizadoras tienen una mirada de género y que las temáticas son diversas, los géneros también, aunque prevalece le documental, pero a mí me gusta hablar de cines de mujeres, porque aquellas que sí tienen perspectiva de género son capaces de generar redes súper interesantes, sororas, al interior de sus propios países o con otros países latinoamericanos, y tú identificas inmediatamente cuando una realizadora tiene conciencia de género o no tiene conciencia de clase, que también está vinculado, por supuesto, entonces creo que los cines de mujeres, ponerlos así, es una reivindicaciones justamente reconociendo la historia de conquistas de mujeres que hace cuarenta, cincuenta años, segunda ola feminista, fueron evidenciando esa mirada crítica del cine y fueron haciendo otro tipo de películas diferentes con una mirada particular.
Por ejemplo, tenemos este año “Malqueridas” de Tana Gilbert, y tú puedes ver ahí perfectamente en ese documental de mujeres privadas de libertad que han debido maternar detrás de las rejas y mantenerse con sus hijos solo hasta los dos años y luego se tienen que separar, ahí claramente se ve una mirada feminista, por ejemplo, en identificar y visibilizar las particularidades de género que tiene una mujer privada de su libertad versus un hombre, cuando una mujer cae presa su familia se desmembrana, quién se hace cargo de los hijos, por lo general son otras mujeres, las madres, las hermanas, las tías, muy excepcionalmente los padres y cuántos de esos hijos terminan institucionalizados en hogares de menores; entonces, hay un trabajo de mujeres documentalistas latinoamericanas, principalmente jóvenes, que están haciendo un trabajo muy interesante desde el cine feminista.
También reivindico una ola que se produjo hace algunos años de cine autobiográfico de mujeres documentalistas muy jóvenes, extremadamente valientes, que son capaces de confrontar a sus propias familias para buscar la identidad familiar y personal, ponerse en evidencia ellas mismas en sus procesos personales, pero a la vez cruzados con procesos políticos, históricos o de contexto, eso es una característica que una ve en las directoras más que en los directores, y ahí evidentemente incluso hay un tema de género en una mirada más amplia que no solo compete a la autobiografía, sino que en el cruce con lo público, lo privado y lo público, una tensión tan propia de nuestra posición en este sistema patriarcal se mezclan, se cuestionan, se evidencian, se tensionan, entonces ahí creo que han hecho un trabajo enorme muchas mujeres, desde “El silencio es un cuerpo que cae” de Agustina Comedi (2017), de ahí para adelante hay varias, en Chile Karin Cuyul con “Historia de mi nombre” (2019) y ahora Karin estuvo en FICValdivia con “Notas para el futuro” (2023), un corto de una valentía maravillosa, ponerse ella en una perspectiva histórica y genealógica en relación con su abuela de los estereotipos de género, cómo a la abuela le tocó finalmente obedecer aquellas disposiciones y cómo ella actualmente puede decidir, y decide no responder a eso que se espera de ser mujer, de tener hijos, de estar casada. Hay muchas mujeres, principalmente jóvenes, algo bien particular de Latinoamérica, y eso ha sido un descubrimiento muy hermoso, muy valientes todas.
Cuéntame de los focos del festival
Hemos puesto foco en los 50 años del golpe a la obra restaurada de Patricio Guzmán, que adquiere un valor fundamental, siempre lo ha tenido, pero a 50 años aún más. El foco de Memoria y Resistencia con énfasis en mujeres directoras, y el Foco de Las películas que la dictadura no destruyó, pero aparte de todo eso, son los hitos vinculados a la memoria en la propia programación de la competencia latinoamericana en ficción, documental y la chilena. Hemos escogido especialmente y creo que fue una apuesta súper jugada, porque en Chile después de septiembre nadie más habló de los 50 años, en cambio este festival pone el foco ahí, a pesar de que no es septiembre; entonces, la memoria, la defensa los derechos humanos, las temáticas vinculadas a dictaduras, que siguen generando traumas en las nuevas generaciones, están presentes en la programación de manera transversal con películas que están compitiendo hoy en las tres categorías. “Guapo’y” (Sofía Paoli, Paraguay, 2022), “Sapos, momentos de infancia en dictadura” de (Lucas Brunetto, Argentina, 2023), “Isla Alien” (Cristóbal Valenzuela, Chile, 2023), que tiene una de las varias capas vinculadas a las estructuras de dominación en dictadura. Hemos incluido ahí varias de esas películas que dialogan justamente con esta conversación que hay que seguir dando, “Argentina, 1985” (Santiago Mitre, 2022), “El juicio” (Ulises de la Orden, Argentina, 2023), que es notable, están todos estos temas vinculados de alguna manera también en la propia programación, “Bastardo, la herencia de un genocida” (Pepe Rovano, Chile, 2023), que también tiene una línea autobiográfica e histórica.
¿Cómo está conformado el equipo de programadores de tus competencias y focos?
Son tres hombres y yo, que soy la única mujer.
¿Cuál crees tú que es la diferencia de que una mujer esté programando en un festival?
Creo que una pone los acentos, a pesar de que el equipo es muy comprometido también con una mirada de género, pero una programadora puede influir, intentar hacerlo, de poner el foco en estas películas a veces más pequeñas, menos llamativas, más autobiográficas, aunque no exclusivamente, y una tiene un rol ahí, compiten muchas para estar acá, muchas películas llegan, muchísimas, y, en general, yo voy a apoyar aquellas que tienen reivindicaciones de género, reivindicaciones sociales, pero principalmente poniendo énfasis en mujeres directoras.
Es fundamental estar en todos los espacios, no da lo mismo, en estos tiempos tener un equipo absolutamente masculino, ahí falta una mirada, al igual que en los paneles de hombres, cuando hay presentaciones de libros o debates, no da lo mismo y ya es impresentable que haya puros hombres, porque la excusa antigua era “no hay mujeres” y es absolutamente falso, las mujeres estamos en todos los espacios y además somos las más estudiosas, muchas veces con mejores currículos académicos, muchas veces las que más participan en organizaciones sociales de base; sin embargo, eso no se refleja en las dirigencias en su momento o en los espacios de toma de decisión o de representación, por más pequeños que sean, y no da lo mismo tener un equipo totalmente masculino, que incorporar a una mujer.
Las mujeres hacemos alianzas también y generamos redes, así como las directoras trabajan con la misma sonidista, de distintos países y se apoyan entre ellas, dentro de la precariedad o la limitación de recursos que puedan tener; asimismo, nosotras debemos estar siempre tratando de generar vínculos, redes de apoyo, porque basta que, en algún minuto, alguna de nosotras o, en general, las sociedades se relajen un poco con el tema y ya empiezan a aparecer de nuevo, es impresionante, los paneles de hombre, y los grupos, tú ves fotos de puros hombres, y ¿no que esta discusión ya la habíamos dado?, ¿no que esto era una conquista? Pues no, mi ciela, es permanente; así como los derechos humanos, ¿no que teníamos un acuerdo societal por el Nunca Más? Basta que haya situaciones de conflicto para que vuelvan a imponerse miradas hegemónicas totalitarias autoritarias o lo que sean, hay que estar siempre alerta en todas estas cosas.
¿Crees en las cuotas de género?
Sí, me parece que deben ser transitorias, pero que sin ellas no se puede tender a equiparar, o intentar hacerlo, porque no incluirlas implicaría que los procesos se demoren muchísimos años más; entonces, creo que, en política, por ejemplo, las cuotas sí permiten que se renueven los espacios de poder en el Parlamento, cuando entran grupos de mujeres a espacios como el Congreso lo que se pone en la agenda es distinto, se ponen otras temáticas que los hombres no están acostumbrados a ver, se empieza a visibilizar temáticas, por ejemplo, a propósito del debate constitucional en Chile, que es muy complejo en este minuto, pero la discusión respecto a los principios constitucionales empieza a visibilizar temáticas como el trabajo doméstico y de cuidado, eso que hasta hace poco era invisible, que era una cuestión casi obligatoria para las mujeres de generaciones anteriores, pues bien, es un trabajo, no es amor y, en ese sentido, tiene que haber políticas públicas y cambios legislativos que visibilicen esas cuestiones, lo que parecía natural, en realidad es un modelo de relaciones, un constructo de relaciones sociales, políticas, históricas, que lleva siglos imponiendo lo que debemos hacer los hombres y las mujeres.