Casi no falta un día en el Perú en donde alguna nueva publicidad no nos advierta del profundo racismo que vivimos en nuestro país. Si no es una empresa antigua y ya posicionada, es algún nuevo emprendimiento, alguna actividad cultural, alguna universidad, algún político y siguen firmas. El racismo fluye todos los días por nuestros medios de televisión, nuestras redes virtuales y nuestra vida misma.
¿Por qué es tan difícil darse cuenta de que algo es racista? Porque en países coloniales como los nuestros, en donde se ha construido un sistema que jerarquiza las vidas, muchos y muchas creemos que es natural que eso pase. Creemos que es natural que las empleadas domésticas sean mestizas y quienes reciben sus servicios sean blancas y blancos, que es normal que quienes son usuarios de actividades teatrales cinematográficas o teatrales sean blancos, que quienes van a la universidad a forjarse un mejor futuro sean blancos. Los cholos y cholas estamos condenados a servir, a no disfrutar, a dejar de lado nuestros sueños, porque esos no son sueños colectivos, son sueños que solo algunos pueden cumplir, y si lo logramos, nos convertiremos en la excepción. Justamente esa excepción nos prueba día a día cuán racista es el Perú.
La jerarquía sirve no solo para mantener el status quo de poder de algunos sobre otros, sino para que esos otros crean que es natural que la sociedad se haya estratificado así, para que deseen profundamente estar en ese lugar de poder, para que se desprecien a sí mismos, para que desprecien sus raíces y las nieguen, y para que se sientan inferiores.
La jerarquía no te anula, te integra, pero en una posición en donde nunca serás como los que tienen poder, te incluye para decirte que estás ahí, que eres parte de la nación, pero que tienes un lugar adecuado y de ese lugar no te puedes mover, por más inteligencia, dinero o bienes que acumules. Siempre serás un cholo, como Toledo, nunca serás un PPK así puedas articular oraciones con más sentido que nuestro expresidente. La jerarquía racista sirve para que gente como PPK se superponga sobre gente como Toledo. Ningún título te dará la blanquitud añorada, que viene con añadidos fantasmales como capacidad e inteligencia. Esas que nos hacen creer que por ser blanco y gringo se es más inteligente que siendo marrón e indígena.
El racismo vende. Es un negocio. Hace que millones de personas no quieran ser como son e intenten transformarse en aquello que la hegemonía le dice que es mejor, más bello, más inteligente, más aceptable. Existe una industria racista que explota y se aprovecha de los sentimientos de inferioridad que el racismo mete en nuestras vidas desde pequeños para enriquecerse, para generar sentimientos de “superación” racista, para convertir a muchos de clases marginales en arribistas sin control, en ese delirio nunca alcanzado de poder ser como aquellos que no sufren racismo, porque esa industria, ese negocio, están hechos para que eso nunca suceda, para que sea una meta inalcanzable. Esa industria necesita a los racistas y a los racializados, necesita a los estafadores y a los estafados, necesita a los charlatanes y a los crédulos. Mientras más profundo se inocule el racismo en nuestras vidas, más fácil será creerles a ellos y despreciarnos a nosotros. No lo permitamos más.
Bonus track
A partir del minuto 14, esta charlatana, que nos recuerda a los tiempos de la frenología, nos muestra su profundo desprecio por lo cholo, la izquierda y las mujeres. No es una novedad que racismo, machismo, homofobia y derecha se articulen para crear discursos inferiorizantes, demonizadores y excluyentes.