La Municipalidad Provincial del Santa inauguró, a fines de junio, el Teatro de Chimbote (que más parece la maqueta de un estudiante de primer ciclo de arquitectura), sin invitar a los artistas, gestores culturales, instituciones, etcétera, más importantes de la ciudad, pero sí con el aplauso unánime de los amigos, ayayeros y hueleguisos de la gestión de turno, cuyo programa pintó de cuerpo entero lo que significa la cultura para ellos: espectáculo vacío y frívolo.
Ni siquiera una obra teatral hubo en la apertura del teatro, menos actores, directores o productores nacionales o internacionales consagrados, que no solo le hubiesen dado «realce» al evento, sino que hubieran aportado —con su conocimiento y experiencia— a hacer de este recinto un espacio para la creación democrática y la libre expresión de lo que nos atañe como chimbotanos y chimbotanas, y, en general, como seres humanos de esta época.
Esto nos hace presagiar, para quienes la cultura es un derecho y no solo fútil entretenimiento, que este teatro no será un edificio desde donde, mediante diversos campos artísticos (principalmente las artes escénicas), se reflexione, imagine y convierta en arte nuestras preocupaciones, sentimientos e ideas, sino un local de recepciones donde se realicen eventos insulsos e intrascendentes, como la mayoría de los que se realizan en el «teatro» de Nuevo Chimbote, actualmente en condiciones precarias e invadido por oficinas administrativas (como la biblioteca del distrito, convertida en municipalidad a través de los años).
Un teatro «de verdad» debería ser un espacio construido con una visión compartida de todos y todas, que cuente con presupuestos sostenibles para su implementación y mantenimiento (¡hasta las luces fueron alquiladas para su inauguración!), personal técnico calificado, un director con experiencia comprobada, un programa ambicioso y una filosofía que promueva la creatividad, la economía cultural y la lucha contra las problemáticas sociales como la inseguridad, la violencia de género, la pobreza, la contaminación ambiental y el racismo, entre otras.
Lamentablemente, para que esto suceda, deben cambiar a los funcionarios, regidores o incluso al mismo alcalde, para quien la cultura no es prioridad, pues no entiende (o no le interesa) su importancia para el desarrollo de la ciudadanía.
Debemos organizarnos para hacerle frente al autoritarismo municipal, que cree ser dueño de nuestros recursos, bienes y servicios públicos, y por ende de nuestro destino.
Pd: cuidado con los politiqueros que ahora dicen haber propuesto y hecho todo, pero que en su momento como «autoridades» no hicieron nada trascendente por la cultura local; o con los exfuncionarios, cuya incapacidad propició el camino para esta dañina y vergonzosa gestión municipal.