Escribe Cynthia Valle
Las declaraciones de la candidata Neldy Mendoza, señalando como “abuelas terroristas” a quienes enseñan a sus hijas que lo importante es “ser profesional… y nunca lavar los platos” ha generado reacciones; algunas de estas lejos de reivindicar la liberación de la mujer, ocultan o justifican opresiones hacia ellas.
Algunas reacciones “buena onda” señalan positivamente el desarrollo académico y profesional de las mujeres, pero por otro lado menosprecian actividades como lavar y cocinar, como si las mujeres debiéramos alejarnos de la cocina. Esto reproduce y perpetúa inconscientemente la desvalorización histórica del trabajo del hogar remunerado y no remunerado.
Lavar y cocinar es realmente necesario, nos permite vivir y es responsabilidad de todos y todas compartir labores. Es lo básico ¿no?
Desde esa perspectiva “buena onda” se sugiere que la liberación de la mujer implica abandonar o rechazar las tareas domésticas; lo cual es falso. Me hace recordar a alguna “liberada” o a alguna que tuvo la oportunidad de ser profesional (con esfuerzo por supuesto), pero que ahora explota a una trabajadora del hogar (sí, hay mujeres que también explotan, las llamaremos “malas empleadoras”).
La explotación en el trabajo del hogar remunerado no es solo un tema de género, es también de clase, y en nuestro país, por el colonialismo, también involucra racismo y discriminación según tu lugar de procedencia. Explotación tan normalizada, que es recién en 2020 que se reconoce en la ley de trabajadoras del hogar el derecho al sueldo mínimo, y casi podríamos decir que las trabajadoras del hogar batallaron solas para lograrlo.
Las mujeres, para liberarnos, no debemos ser encasilladas, ni reducidas al trabajo doméstico, sino que debemos tener el derecho de estudiar y de decidir nuestro futuro y nuestro trabajo (independientemente de que ese trabajo pueda ser trabajo del hogar remunerado).
Parece que algunas personas tienen normalizada la subvaloración del trabajo del hogar, como si fuera un trabajo despreciable, y no se dan cuenta de que reproducen y mantienen una cadena de opresión. Una compañera que hace trabajo del hogar no remunerado escribe: “Es doloroso escuchar que el único que saca adelante el hogar es quien trae dinero”.
He encontrado alegres expresiones de mujeres que comparten ser profesionales, de tener hijas estudiantes/profesionales, pero agregan “no lavo platos”, como si de algo bueno se tratara. No lavan platos, entonces ¿quién lo hace por ellas?
Otra persona escribe que la cocina no es el lugar de la mujer, en contraposición indica que es la universidad, el empleo. No, la cocina debe ser espacio de todos/as. ¿Y si a una u otro le gusta cocinar? ¿Y si es cocinera, trabajadora del hogar o participa de la olla común? ¿Y si es una misma la que hace las labores? ¿Es motivo para despreciar?
Reivindiquemos el trabajo del hogar y revaloricémoslo, gritemos fuerte que es trabajo. Hagamos visible este trabajo “invisible”[i]. Denunciemos la injusta brecha entre varones y mujeres, quienes en promedio trabajamos más horas que los varones, porque adicionamos el trabajo del hogar no remunerado[ii]. Ese grito debería ser por una distribución equitativa de las labores.
La tarea no es evadir esas labores, la tarea es que sea asumida por todos/as y reconocer que si alguna persona lo hace para su casa o para la ajena, es trabajo. Recuerdo el sentido del mensaje de Paulo Freire en su libro Pedagogía del oprimido, la liberación de los oprimidos/as, pasa por liberar también a los opresores/as; la liberación de uno/a no es convertirse en opresor/a de otro/a.
[i] En 2011, el Congreso peruano emitió la Ley N° 29700 sobre el Trabajo no Remunerado en las Cuentas Nacionales. En 2015, el INEI indicó que el trabajo doméstico no remunerado aporta más del 20% del PBI a la economía nacional.
[ii] La Encuesta Nacional de Uso del Tiempo del INEI de 2010 señaló que las mujeres peruanas dedican 39:28 horas semanales a actividades no remuneradas en el hogar, 24 horas más que los hombres.