Terminó la segunda semana del diplomado “Pensamiento feminista y luchas sociales del Sur” (faltan tres). Una semana insólita para nosotras, pues la consigna curricular fue reunir a dos profesoras que parecen, solo parecen, muy distintas, y que, segura y extrañamente, no estarían juntas en ninguna universidad, no solo por la mirada estrecha de quienes manejan las universidades y sus mallas curriculares, sino para ciertos sentidos comunes anclados en la ausencia de creatividad.
El diplomado permitió unir dos luchas diversas, urgentes y actuales: la de las disidencias sexogenéricas con las comunales indígenas, ambas luchas por reconocimiento social, reapropiación teórica y posicionamiento político, que producen conocimientos desde su práctica en la vida cotidiana. Tuvimos como profesoras a Susy Shock, trava argentina magistral, poeta, cantante, leyenda viva de la lucha de las disidencias sexuales en Latinoamérica, que reivindica ‘su derecho a ser un monstruo y que otros sean lo normal’, junto con Gladys Tzul Tzul, indígena maya k’iche’ de Guatemala, doctora en Sociología, brillante de pies a cabeza, una intelectual que debería tener más voz en nuestra región, que suele perder a sus hijas más preciadas.
El curso de Susy era sobre escritura, “Hacia una poética disidente” se llamaba, y cada día nos fue sacando un poquito el corazón para entregarlo a manos llenas a quienes quisieran escucharnos (y a quienes no también), nos enseñó a metaforizarnos, a hacerle un alto al ‘partido político disidente’ que llevamos casi todas en la cabeza, que nos hace decir, de forma reiterativa y triste, ¡patriarcado, feminicidio, binarismo, género!, para darle paso a la imaginación, porque las revoluciones también necesitan belleza, pero sobre todo nos necesitan sanas y vivas. Las clases de Susy fueron una semana de sanación para muchas de nosotras que venimos con ‘las alitas rotas’, y eso se haría evidente pronto, como cuando nos hizo escribir sobre el ‘sol’ solo para escapar del lugar común, y una compañera dijo: “el sol ciega”, y Susy se le acercó y le dijo: “qué más”, y ella le respondió, con mucho dolor, que el sol le recordaba lo que tuvo que pasar día tras día desde pequeña como niña trans expulsada del bienestar y la vida digna que todas nos merecemos; entonces, le dijo Susy, “el sol es eso que se te debe, porque te lo robaron”.
Un sol que nos duele también puede ser poesía, porque a nosotras nos robaron hasta la belleza y hay que recuperarla ¡con furia travesti!, porque “uno de los fracasos de la acción política es pasar por alto eso que nos duele, incomoda, rompe y asusta”, y tiene toda la razón, por experiencia propia, como feminista que ha pasado por decenas de rupturas de espacios activistas que se soñaron con valentía y sororidad, y que rehúye de las asambleas (por simple fobia social), solo puedo pensar que el silencio mata, y que hablar de frente, pronto, con ternura y mirando a los ojos a la compañera es algo que se nos ha olvidado, y que si nuestro dolor no es validado algo se nos pudre por dentro, pero que también tenemos que ser fuertes y tomar distancia, porque hay cientos de vivencias que nos han constituido que han hecho de nosotras lo que somos, y con eso que somos hacemos lo que podemos, y a veces lo hacemos mal. No podemos dejar que las palabras (de otrxs) se conviertan en cuchillos que se nos clavan todo el tiempo. La poesía, la música, cantar, jugar, abrazar, descansar, también nos permiten habilitar otras formas de sanar, hay que aprender a ‘traicionar al dolor del futuro’ (como escribió una compañera), porque “el dolor muchas veces se come todo y para que eso no pase tenemos que aprender a atravesarlo”, y eso me gustaría enseñarles a mis niñas, que nos cuidemos entre todas, que cuidemos la biblioteca como espacio de refugio, y que no dejen que el dolor las queme por dentro, si no es para hacer de ese incendio la chispa de una revolución, en sus propias vidas y en su comunidad.
Por su parte, Gladys trajo a la clase la “política comunal indígena”, contrapuesta al ‘usos y costumbres y tradiciones’, frase con lo que nos acostumbramos a mirar (y minimizar) todo aquello que es lo otro (para nosotrxs) y encapsulamos la capacidad organizativa de los pueblos indígenas y campesinos, para quitarles cualquier forma de organización y pensamiento, porque eso les conviene al extractivismo, al mercantilismo y al fascismo, despojar es su consigna, y hasta han sido capaces de quitarles su humanidad, pero entonces, ¿cómo han perdurado tanto tiempo en sus tierras?¿cómo han sobrevivido a más de 500 años de colonización? ¿a matanzas espantosas? ¿a la entrada constante de saqueadores de sus bienes comunes? ¿cómo han logrado seguir vivos y resistir con tanta muerte a su alrededor?
Gladys nos dio una respuesta simple, basada en su propia vivencia, que, por lo simple, ha sido tan difícil de ver para las élites gobernantes, que prefieren llamar a todo, como en el Perú, o manipulación, ignorancia e incapacidad, restándoles capacidad de pensamiento y análisis, o intereses subalternos, compra y usufructo, para dotarles solamente de individualismo, egoísmo y maldad; y sobre ese pensamiento binario y estúpido, imponerles dos proyectos “civilizatorios”: la asimilación o el genocidio, y no han dudado en implantarlo cada cierto tiempo de las maneras más atroces.
Y la respuesta simple es… el trabajo comunal. Esa es “la columna vertebral” de su resistencia, es “la energía social necesaria para la producción y transformación de lo que se precisa para vivir colectivamente”. Se decide sobre lo que se trabaja en asamblea, y estas decisiones que se toman comunalmente tienen un horizonte ético, “porque sería vergonzoso tomar agua si no se ha trabajado para que la comunidad acceda a ella”. El trabajo comunal no solo es “el sustento eficaz de la vida cotidiana, sino también en los momentos de alzamiento social”. Se organiza la alimentación, la fiesta y la defensa contra el despojo de forma comunal, y lo “comunal es una forma de gobierno”, crea instituciones, y no está exento de tensiones y conflictos, pero se autorregula; además, tiene un componente anticapitalista y antipatriarcal.
Anticapitalista “porque el trabajo no es expropiado, no produce mercancía que luego se va a vender, se reproduce y se distribuye en la vida comunitaria, inscribe las relaciones sociales por la vía de la obligatoriedad y no por la del intercambio mercantil, por lo que se hace uso y goce de manera colectiva”.
Antipatriarcal porque todos trabajan, “somos iguales en el trabajo”, y de esa forma interpelan las jerarquías, porque todos han trabajado en todo, sin división sexual del trabajo, y entonces tienen derecho a decidir, y así le dan forma al mundo desde que nacen hasta que mueren, por eso “nadie vive solo y nadie muere solo”. Hay un sujeto y una subjetividad colectiva que son posibilitados y avivados por un fuego que no se apaga: ese trabajo comunal obligatorio, que no es una identidad, sino una praxis política, por lo que la organización indígena es muy pragmática y logra expandirse, conservarse y transformarse constantemente.
Me quedo corta con todo lo que he aprendido esta semana, lejos (y no tan lejos) de mi país, con un pie queriendo volver, sobre todo luego del incendio de hace dos días que devastó la cuadra que miro cuando salgo de casa, y que cuando retorne no sé cómo estará, un incendio que puso en peligro a mi familia, a mi barrio, a mis vecinos, a mis niñxs que en este momento sufren, un incendio ocasionado por el intento de un gobierno de seguir en el poder a pesar de la total deslegitimidad que tiene, de todas las muertes que carga, de su completa insania y desconexión con la realidad, de su racismo y deshumanizante trato con los peruanos a los que no considera peruanos, y de la incoherencia total sobre sus postulados democráticos, en donde es el pueblo el que manda y valida a sus representantes. Un incendio que sí era necesario que se apague, pero que sigue prendido en mi corazón a la espera de volver pronto.