La monogamia y el matrimonio son formas de vivir impuestas por la sociedad, por la religión y por el Estado para controlar el comportamiento de las personas y ejercer poder.
El ser humano hace “esfuerzos” por mantener ese estado y quien no los cumple es señalado, dependiendo de la situación, si es hombre, generalmente es normalizado, y si es mujer, es condenada y destruida.
En un contexto en el que se pretende descalificar a un hombre por su acto de infidelidad, hay que tener en cuenta que el problema es su escaso o cero compromiso con la problemática que vive la mujer y su evidente machismo, no ese presunto acto de infidelidad en sí. Es bueno diferenciar las situaciones y no entrar en una calificación “moral” al pretender usar políticamente un hecho que sucede de manera cotidiana en todos los hogares “bien constituidos” de este país y sobre todo de la Lima hipócrita y llena de moralina.
El escenario es este, dos machos están en disputa, ambos conocían “los secretos” del uno y del otro y los normalizaban y tal vez hasta se habrán reído entre tragos, mientras se llamaban “hermano” el uno al otro, y hoy, ante la exposición mediática, uno deslinda del otro como estrategia política para salvar la reputación de su partido y el otro toma venganza; pero no hay ningún hecho de reflexión sincera y de reconocimiento de lo que es el bien y el mal.
Pero ¿qué está bien y qué está mal? ¿Quién ordena ese listado de cosas que suceden en la vida y las coloca en el cajón de lo malo y de lo bueno? La violencia de género tiene muchos componentes y de hecho la infidelidad que cometen muchos hombres con las mujeres, son actos de violencia; pero no por el hecho de no guardar con esa monogamia impuesta, sino por el contexto en el que suceden, son violencia porque se ejercen muchas veces como actos de poder, de mostrar que él puede tomar y dejar a las mujeres, cosificar, sexualizar y decidir sobre el cuerpo de la otra sujeta a la que no considera su igual, porque si ella hiciera lo mismo, sería sin duda sancionada y censurada moral y socialmente, de manera tal, que le causaría profundos daños, daños que servirán de mensaje, para que no lo vuelva a hacer y para que las otras también aprendan.
La infidelidad de la que se le acusa al líder morado está teñida de más machismo que el propio acto en sí y de hecho el hombre en cuestión es un machista indiscutiblemente, pero ¿es su acto de “infidelidad” una expresión de su machismo? O ¿es una expresión de la liberación a esa monogamia impuesta que pesa tanto en muchas personas?
Me gusta evaluar y analizar los actos de infidelidad de los que he sido testigo y muchos suceden como pequeños actos de libertad, de soltar esas cadenas que les representan el matrimonio y el compromiso al que se les obliga vivir, porque se sigue creyendo que son este tipo de uniones las que sostienen al Estado y no cumplir con ellas es poner en peligro no solo tu vida, sino la estabilidad de toda una sociedad que depende de cada pequeño grupo al que se le impone reglas, porque, aunque se la pasen delimitando las reglas de lo que es privado, dejan entrar a sus hogares las normas de lo que es el orden público, al permitir que sea la Iglesia y el Estado quienes decidan sobre sus normas de conducta; pero se rasgan las vestiduras cuando desde la sociedad civil se pretende intervenir en la violencia que ejercen sobre mujeres e hijos, eso sí es un acto de doble moral, la infidelidad, no precisamente, esta me sigue pareciendo una escapatoria de quienes viven obligados a cumplir normas y huyen en pequeños momentos en donde abren sus alas y pueden vivir sin reglas.
He visto la felicidad que en algunas personas produce la infidelidad, sobre todo la de las mujeres, es su pequeña batalla ganada, su pequeño momento de reivindicación y también la de algunos hombres que viven sometidos al reglaje constante de mujeres que creen que aprisionarlos y colocarles un GPS es la forma de vivir en pareja.
También he visto la felicidad y tranquilidad de mujeres que disfrutan de las infidelidades de sus parejas que solo así dejan de someterlas y ellas de pronto se sienten libres, y toman esos momentos en los que él cree que las engaña para volver a ser seres individuales, dejar de servir y cuidar, hacer algo por ellas y tal vez, ser infieles también.
Los análisis políticos sobre la conducta moral de la infidelidad deben de despercudirse de “moralina” y si van a decir que lo personal es político, que se hable de la monogamia impuesta, de la erradicación de la vida comunitaria como acto de sometimiento y ejercicio de poder, y no de esta como un acto que va en contra de la “moral y las buenas costumbres”.
La infidelidad sucede todo el tiempo y salvo la que se comete dentro de un contexto de sometimiento, las demás son solo una expresión humana que debe analizarse profundamente como actos humanos de seres que están obligados a cumplir normas que otros han inventado.