Nos llaman dramáticas, exageradas, ningunean nuestros miedos y, sépanlo, no es fácil confesar el miedo, expulsarlo, sacarlo, aunque con ello también se va nuestra aparente seguridad y sentimos más fuerte la vulnerabilidad con la que vivimos y sobrevivimos.
Yo tengo miedo de la calle, a la violencia que la habita. Y más que a los asaltos a mano armada, tengo un miedo que antes no sentía, sobre todo desde el 24 de abril de 2018 cuando Carlos Hualpa prendió fuego contra Eyvi Ágreda. El dolor y el terror de esas imágenes no se olvidan.
Sin embargo, ayer martes por la mañana nos asaltaron y no fue con un arma de fuego ni con gasolina, sino con un arma más potente que es el arma que se carga de valor simbólico. Al parecer, la imagen que acompaña estas palabras pertenece a un experimento social artístico.
En el hipotético caso que así sea y no se trate de un grupo de incels que han diseñado recursos gráficos para transmitir e incentivar su odio contra las mujeres en el espacio público, espero que se enteren lxs iluminadxs que están en un error si han pensado que el arte conceptual se puede sostener en generar “proyectos de impacto” como si se trataran de balas de salva tiradas al viento en forma de confeti. Proyectos como este están vacíos de sentido porque no sirven, carecen de análisis, de prevención de la violencia, de cuidado a la afectación a las víctimas, incluso de metáfora.
En acciones como estas no importa la sensibilidad social con la que vivimos y más pesan los likes y los comentarios, como el mío, que les servirán de sustento para su seudoanálisis, y en el caso de ser estudiantes, para argumentar su nota final. No nos sirven porque no se han enterado de que la realidad ya nos superó, pues hay días que ya no podemos más con las estadísticas de terror que nos hacen un país feminicida y violador. Para dar un solo dato, el Perú cerró el año 2018 con 146 mujeres asesinadas por razón de género, este año estamos llegando a las 130.
Ante esta violencia tengo que confesar: yo tengo miedo de una sociedad que relativiza el miedo de las mujeres de ser violentadas y acusadas por sentir, por no callar, por negarse, por denunciar o por querer que arda otro fuego, el fuego que nosotras transmutamos cuando decimos que #ArdaElPatriarcado.
Espero que las autoridades de la PUCP y la Policía Nacional del Perú se encuentren averiguando cómo se dejaron estos mensajes en el frontis de la universidad, ya que incentivar o hacer apología a la violencia es delito. Y a lxs responsables no queda más decirles que no nos vengan con el cuento de censura o de artistas incomprendidos, ni con un “¡bueno, pero es el impacto que queríamos generar!”, porque es verdad que las paredes deben de hablarnos y el arte debe interpelarnos, pero materia gris y corazón no pueden estar fuera de la construcción de un discurso. Las mujeres y diversidades no estamos para ser los conejillos de sus experimentos sociales.