Mano Alzada
Maritza Ortiz Arica, Opinión

Alan ha muerto en un hospital de segunda clase

El expresidente Alan García ha muerto, se ha suicidado con un disparo en la cabeza y los eventos que han acontecido alrededor del suceso me generan la necesidad de hacer una reflexión, pero no sobre sus delitos y las razones de su detención, sino sobre cómo el sistema de salud ha sido evidenciado en este lamentable caso. 

La primera reflexión que me parece pertinente hacer es sobre su salud mental. Siempre se ha especulado sobre una probable patología psiquiátrica e incluso se usaba constantemente el tema de un posible consumo de litio para desacreditarlo, nunca se tuvo la certeza, pero era un tema recurrente que generó especulación y ahora tras el suicidio se habla de una depresión que lo llevó a tomar esa determinación, por lo cual muchos de sus detractores han sido cuestionados por haberlo llamarlo cobarde, al suponerse que quiso evitar, a toda costa, incluso con su vida, el hecho de responder ante la justicia por sus delitos, debido a que las patologías mentales que llevan a las personas al suicidio no tienen nada que ver con actos de cobardía, sino con una situación que va mucho más allá de una simple voluntad, es una compleja enfermedad desatendida por el sistema de salud peruano y que no depende de las incapacidades personales, ya que son parte de las terribles situaciones que sufren las y los pacientes que la padecen.

Pero la reflexiones del psiquiatra Alonso Rodríguez nos muestran una opinión que vale la pena tomar en cuenta, porque sentenciar apresuradamente un estado de depresión por el acto cometido no sería lo correcto, para empezar no se puede afirmar el diagnóstico de depresión porque para ello se requiere de una evaluación y esta no ha sido hecha, por lo menos no por quienes lo suponen, así que el diagnóstico, salvo que haya existido, es solo especulativo; tampoco se puede descartar, pero lo que nos dice el especialista es que “…en días previos no daba ningún indicio de patología mental determinada, más parece un escape gatillado por algo concreto: las pruebas de sus delitos y la detención preliminar”.

Para quienes sufren de depresión y para las personas que han vivido de cerca este drama es claro que hay toda una serie de eventos que acompañan a esta decisión, hay todo un proceso, conductas adoptadas y pensamientos que la víctima tiene durante mucho tiempo, a veces años. No todas las decisiones de suicidio están directamente relacionadas con la depresión, aunque seguramente hay factores que tienen que ver con la salud mental, pero es importante considerar que también existe algo que tiene que ver con la personalidad y cómo aprendemos a enfrentar los problemas.

Al respecto, el especialista menciona que sobre el suicidio de García podrían haber otros factores no necesariamente relacionados con la depresión y que tendrían que ver más con esa personalidad que él poseía, de esta manera menciona que “juzgando los antecedentes de su conducta, al menos queda clara su poca tolerancia a la frustración e impulsividad…”, esto, al recordar, por ejemplo, aquel incidente en donde ejerció la violencia sobre un militante, al cual pateó de manera prepotente.

“También son evidentes sus marcados rasgos narcisistas que lo hacen incapaz de asumir responsabilidades y soportar la presión”. Este es un hecho evidente y conocido, pues el exmandatario poseía una peculiar forma de enfrentar las responsabilidades y esto se venía reflejando en muchas de sus respuestas ante los cuestionamientos sobre sus vínculos con la corrupción, la conocida frase “demuéstrenlo pues, imbéciles” que terminó siendo usada para memes, convirtiéndolo en un personaje risible y caricaturizable, nos muestra esa conducta.

Lo cierto es que justificar la decisión que tuvo Alan García de suicidarse por un cuadro depresivo no sería del todo precisa, vivimos en un país con una alta tasa de enfermedades mentales en donde la depresión encabeza el listado y es la causa no solo de muchos suicidios, sino también de discapacidades, pero los pacientes que la padecen no se encuentran huyendo de la justicia, o carecen de incapacidad de enfrentar responsabilidades sobre errores o específicamente, delitos; muchos paciente son personas honestas que por diversos motivos sufren de esta dolencia que no les permite ser felices y conectarse con las emociones que la vida produce y esto se agudiza dentro de una sociedad como la nuestra que replica patrones de violencia en todos los niveles de interacción social.

Estigmatizar a los pacientes que sufren depresión como sujetos que no se hacen cargo de sus responsabilidades o que han cometido delitos es un error que pudiéramos estar cometiendo; sin embargo, eso no descarta que García haya padecido de un cuadro depresivo, y su muerte no debe cegarnos en que es evidente que se trata de una persona incapaz de enfrentar a la justicia y hacerse cargo de sus delitos. 

Por otro lado, hay una situación sobre la que SUSALUD se ha pronunciado: las imágenes difundidas a través de todos los grupos de conversación de celular, tanto las fotos de un paciente que supuestamente era él, como la imágenes de la tomografía e incluso su hoja de historia clínica de ingreso. Esto ha sido, incluso para mí que estoy acostumbrada a ver día a día ese tipo de escenas, bastante duro. No se sabe aún si la foto corresponde al expresidente, pero lo que sí es verdad es que se trata de un ser humano que fue fotografiado por un servidor de salud y compartido en otros espacios, algo que sucede todo el tiempo, solo que se trata de ciudadanos comunes, de ciudadanos de “segunda clase” y no hay una instancia que haga un comunicado sobre la defensa de la intimidad de este tipo de personas.

Señalan que es una práctica común con fines pedagógicos, no es morbo cuando lo hacen los médicos dicen, pero tal vez sería un buen motivo para empezar a dejar de utilizar este tipo de prácticas que de pedagógicas no tienen nada, porque terminamos usando el privilegio de la información de primera mano para alimentar el morbo, el mismo que existe cuando se comparte fotos o videos de mujeres, porque de pronto estas fotos son alternadas y compartidas en la misma conversación, sin tener el más mínimo cuidado de proteger la identidad, el dolor y la tragedia de una persona que no tiene un partido político ni instituciones que le digan a quien lo hace que eso no está bien y que ese paciente herido tiene el derecho, aunque esté muerto, a no ser expuesto para la satisfacción de las miradas de los otros.

Finalmente quiero describir otra situación que me ha parecido también importante de analizar: toda la movilización que se generó con el traslado de García a la emergencia del hospital Casimiro Ulloa, lo primero que escuché a través de los medios de comunicación es que los pacientes que se encontraban en la sala de Trauma Shock habían sido ubicados en otro espacio, que las puertas de la emergencia habían sido cerradas y que no se permitía el ingreso de personas, así como también pudimos ver el cierre de la calle por miembros de la policía en ambos sentidos, por motivos de seguridad. Se comenta además que hubo algo de 27 profesionales de la salud a cargo de su atención y pudimos ver incluso a la ministra de Salud hacerse presente en la escena. Nada de eso estuvo mal, se trataba de un expresidente, además de ser un suceso que tuvo lugar dentro del marco de su detención por sus vínculos con la corrupción; sin embargo, la naturaleza de mi trabajo me hizo cuestionarme una serie de situaciones a la que me enfrento cuando cumplo con mi labor.

El Hospital Casimiro Ulloa es, quizás, el único que se encuentra en esa zona, ya que la mayoría de hospitales del MINSA están ubicados en el centro y en los conos. Recordemos que los hospitales son lugares a donde acuden las personas pobres, que tienen SIS o ningún tipo de seguro, el cierre de un hospital con esa ubicación es realmente peligroso porque de haber sucedido un accidente o algún evento de gravedad a un ciudadano de “segunda clase”, este no hubiera podido ser trasladado ahí, siendo el otro hospital más cercano el María Auxiliadora, y de tratarse de una emergencia esta no habría podido ser resuelta a tiempo.

No tengo la certeza de algún caso ese día, pero quizá no lo sabremos, pues lo que le sucede a los pobres nunca se ve, ellos mueren en silencio, ellos mueren a oscuras.

Otra cosa que me perturbó fue el despliegue de tantos profesionales atendiendo una sola persona, sé que era una prioridad por la situación clara de su estado, pero cuántas veces he trasladado pacientes en situaciones similares y en el mejor de los casos es recibido por el residente de la especialidad y casi nunca puedo encontrar al médico asistente en su lugar. Cuántas veces me he visto envuelta en discusiones acaloradas para exigir que mis pacientes sean atendidos con la premura que el caso requiere y cuántas he visto llegar a la muerte sin que nadie haya hecho algo por intentar que por lo menos esta no se acerque.

Esto no se trata de García, porque es muy común que las prioridades de atención son el cargo, el nombre, el apellido, la relación con algún personaje influyente, casi siempre eso pesa más que la cantidad de sangre que se pierde por alguna herida, es muy común tener “servicios especiales” y que la emergencia se movilice con agilidad ante el dolor de un paciente, a veces parece que el dolor de quien tiene un privilegio duele más que el del pobre, es que la hemorragia de un rico es más importante que la de ser común y así es como lamentablemente se mueve este sistema.

Finalmente, Alan García terminó siendo atendido dentro de un sistema que él mismo construyó, con las carencias y dificultades que son casi toda su responsabilidad, desde las posibles razones de su muerte, al no haber un sistema preventivo de salud mental, hasta las dificultades y carencias de un sistema público de atención que hace lo que puede con instrumental en mal estado y carencia de medicinas.

Al margen de la situación específica de quien nos tuvo expectantes, razón por la cual se debatía en todos los espacios lo inhumano y antiético que era alegrarse o reírse de su inminente detención y su posterior muerte, este hecho nos ha evidenciado las miserias de un sistema que día a día recibe a los “ciudadanos de segunda clase” y no tiene la capacidad de salvarles la vida porque en este país la salud y los derechos son para quienes tienen dinero para pagar por ellos.

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