Ser mujer en el país es aprender a sobrevivir en una jungla, implica construir una coraza para enfrentarnos al mundo. Un mundo que normaliza el acoso, la violencia, el machismo y en el cual la culpa siempre es de las mujeres.

La culpa es un elemento de dominación. Las mujeres siempre hemos vivido con culpa. Recuerdo que desde pequeña me enseñaron a ponerme la falda debajo de la rodilla para no provocar, a ser “recatada” para que los chicos me prefieran, a vestirme hermosa para que me vean, a ser “virgen” porque a ningún hombre le gustan las mujeres “usadas”, a hacerme la difícil porque a nadie le gusta una mujer directa. En las escuelas nos enseñan más sobre ropa recatada que sobre violencia.

Luego crecemos y seguimos viviendo con la culpa. Cuando denunciamos violencia, es nuestra culpa por haberlo llevado al límite; cuando nos acosan, es nuestra culpa porque seguro teníamos ropa muy pequeña; si nos violan, es porque andábamos muy de noche; si tenemos un avance en el trabajo, seguramente es porque nos acostamos con alguien.

Ser mujer implica una desventaja ante distintas situaciones. Porque en lo privado o somos “sociables” o somos “santas”. Para nosotras no hay punto medio. Porque mientras nosotras somos juzgadas por la cantidad de parejas, ellos son alabados por sus hazañas. Porque en lo público tenemos que “ganarnos” el respeto y demostrar que somos más que una cara bonita; mientras que ellos, ya gozan de respeto por el hecho de ser hombres. Porque se espera que seamos perfectas mujeres, perfectas madres, perfectas profesionales y encima de eso, hay que ser hermosas. Porque las mujeres siempre estamos en el constante escrutinio y nunca hay espacio para la equivocación. Porque nunca se nos juzga con la misma vara.

Porque hemos sido permanentemente socializadas con la culpa. Culpa para todo: culpa por hablar fuerte, culpa por vestir distinto, culpa por no sostener un matrimonio, culpa por no ser amadas como quisiéramos porque pensamos que no lo merecemos, culpa por criar, culpa por enamorarnos, culpa por ser libres.

Hoy, en el mes de la eliminación contra la violencia hacia la mujer, reivindico mi derecho a vivir sin culpas: a defender las causas en las que creo, a vestirme como deseo, a responder fuerte a quienes quieran pisotear mis derechos. En un mundo donde a las mujeres se nos exige perfección para demostrar nuestro valor, saber que no tenemos que cumplir siempre los estándares, es para mí algo liberador.