La designación de Martin Ruggiero como nuevo ministro de Trabajo ha sido ampliamente cuestionada, y en medio de las críticas de la ciudadanía estuvo circulando mediante redes una presunta conversación en donde el señor se referiría de manera discriminatoria, racista y despectiva que debía ir a Huancayo a una audiencia por culpa de una “chola de mierda” que no firmó documento alguno y que volverá oliendo a queso, lo cual va acompañado de risas burdas como todo acto naturalizado de discriminación cuando suele suscitarse.
El hecho provocó molestia en la comunidad y mujeres huancaínas, quienes realizaron acciones sociales para pedir el esclarecimiento, tal es así que el actual ministro indicó mediante su Twitter que esta conversación era falsa. Sin embargo, este hecho puso en el tapete de la opinión pública la realidad existente respecto a la discriminación hacia la mujer andina y sobre esto es importante hacer la reflexión.
Las ofensas y comentarios despectivos respecto a las mujeres serranas configuran actos que indignan y generan una actitud de profundo rechazo, especialmente para quienes nos sentimos directamente afectadas con el hecho, pues nos evoca a todas esas vivencias que hemos tenido las cholas, en este caso las huancaínas, y en las cuales hemos sufrido discriminación de algún tipo, algunas en mayor medida, otras aún sin querer reconocerlo por no asumirse cholas y otras que van identificando en el transcurso del tiempo que eso que vivieron no estaba bien y era un atentado contra su dignidad y configuraba discriminación.
Denunciar de manera contundente la discriminación racista no es una exageración, no es un complejo, ni un acto superfluo, se trata de lo mínimo que podemos hacer cuando se evidencia un acto que atenta contra lo esencial del ser humano: su dignidad. Sin embargo, se comprende perfectamente, cuando existen personas que promulgan mensajes de burla hacia quienes denunciamos estas conductas y que a su vez forman parte del sector vulnerado, pues se trata de quienes siempre evitarán asumirse como algo que no quieren ser y les han enseñado que no deben ser.
Ser chola en un esquema mental racista, clasista y machista es plausible de ser considerado como insulto y sobre eso la gente discriminadora suele acompañarlo con otros adjetivos adicionales, pues bien hemos leído u oído decir chola cochina, chola igualada y un largo etcétera que han difundido con total impunidad.
Por esa razón, denunciar la discriminación y racismo es sumamente doloroso, porque parte de la premisa de aceptar que eres eso que siempre la sociedad occidentalizada te enseña que no debes ser y que es visto con rechazo, burla e intimidación. Ser chola en el Perú discriminador siempre ha sido motivo de humillación, de desprecio, de risas, de burla, hasta de asco y desprecio, ideal dañino que ha sido ampliamente fortalecido por ejemplo con personajes como “La Paisana Jacinta” y es por esa razón que, sin una estructura sólida en reconocimiento de la identidad, así no más nadie quiere saberse chola.
No obstante, la historia cambia, nuestra presencia se hace más fuerte y vamos creciendo en nuestras dignidades, consolidando nuestra identidad chola con la frente en alto como actos de resistencia y reivindicación. Estamos retomando palabras que eran usadas para lastimarnos y las transformamos para revalorar y devolver la dignidad que históricamente han intentado sabotear desde nuestras ancestras. Por esa razón, cuando alguien pretende en estas épocas consignar la palabra chola como un acto de insulto y menosprecio, saldremos las cholas de manera frontal a defendernos.
Por todo esto es que en lo personal, cuando leí esas supuestas conversaciones difundidas, no reaccioné de manera inmediata para promulgar y denunciar el posible acto discriminatorio, porque me dolió, porque eso hace la discriminación, golpea y atenta contra la dignidad y debilita el autoestima, pero a diferencia de otras épocas de la historia en donde el dolor lo manteníamos en silencio y oculto, ahora fundadas en profunda rebeldía y fuerza feminista que empodera, decidimos convertir ese dolor en rabia organizada y en impulsora de una manifestación ciudadana para exigir respeto ante cualquier conducta discriminatoria racista que merezca ser sancionada con toda la dureza de la ley.
A todo esto es importante añadir sobre lo que es ser chola huancaína, y es que la población huanca es conocida por su fuerza pujante, por su rebeldía que la hace denominarse como ciudad incontrastable por nunca llegar siquiera a someterse al imperio incaico, y desde siempre se nos ha cuestionado incluso por ser “cholos/as igualados/as”, por no agachar la cabeza, por tener la “osadía” de mirar de frente y no intimidarnos con blancos/as o blancomestizos/as que quieren someternos a sus conductas racistas y discriminadoras. Esa conducta confrontacional de la persona wanka es la que muchas veces ha generado desconcierto en quienes confían que pueden maltratar a la población serrana y andina con total impunidad y descaro, por lo que no les cabe en su esquema mental que alguien a quien ven por encima de los hombros haya tenido el “atrevimiento” de hablarles o tratarles como si fueran sus iguales.
Esta sociedad racista nos ha querido obligar desde siempre a negarnos como cholas, como serranas, como huancaínas, incluso hay estrategias de autocuidado de nuestras paisanas predecesoras que cuando migramos nos dicen: “Ya has salido de allá, ya no necesitas decir que eres de Huancayo”, “mejor no digas que eres serrana para que no te fastidien”, “di que viviste allá, pero que eres de Lima”, cuando estudiamos nos dicen: “Ya eres profesional, no te insultes diciéndote serrana” y un sinfín de consejos de quienes han sido duramente golpeadas por la discriminación y con sus mejores intenciones nos dan recomendaciones para no sufrir lo que a ellas les tocó vivir. Pero ahora los tiempos cambian y la lucha por el respeto de nuestra identidad se construye cada vez más fuerte y firme.
Ser chola es sinónimo de resistencia, de fortaleza, de identidad andina resiliente en una sociedad que intenta hacernos olvidar nuestras raíces y nuestro origen. Ser chola es más que poseer la hermosa piel marrón, ser chola es asumir con orgullo nuestra forma de vida, nuestra cultura, nuestras tradiciones, nuestra cosmovisión, nuestra conexión en reciprocidad con las y los demás, nuestra vinculación con la naturaleza, nuestra relación con nuestros pueblos, nuestros antepasados y demás.
Por ese motivo, resulta imperante que ante cualquier suceso en donde se identifique un acto racista y discriminador se denuncie con total contundencia de manera inmediata, porque en una sociedad democrática resulta intolerable la presencia de personas aferradas a conductas discriminatorias, peor aún si estas se encuentran en espacios de poder público.
Somos cholas, seámoslo siempre.