A los 54 años, el actor Diego Bertie decidió contar abiertamente un secreto a voces, que tuvo una relación sentimental con el conductor Jaime Bayly y que es gay.
Ambos personajes televisivos se conocieron jóvenes, a sus veintes, en lo más alto de su popularidad y en una Lima profundamente conservadora, situación que luego fuera ficcionalizada por Bayly en su novela No se lo digas a nadie, publicada varios años después de que ellos terminaran, en 1994, cuando ambos ya se habían casado con mujeres y se convirtían en padres.
Bayly utilizó el breve, pero intenso romance que mantuvieron, en su novela, lo que originó una serie de rumores sobre la sexualidad del actor, que este, con todo derecho, nunca quiso aclarar, hasta ahora, que decidió hablar abiertamente del tema.
Ambos siguieron haciendo sus vidas, pero Bayly nunca dejaba de contar esta historia idealizada que llevaba como un recuerdo permanente, algo que ahora Bertie ha colocado, varios años después, en paños fríos, haciendo hincapié, sobre todo, en lo poco relevante de la relación y en el perjuicio que le causó laboral y familiarmente haber sido sacado del clóset de forma intempestiva y no por un buen motivo, sino para generar más morbo y ganancias a las publicaciones de Bayly.
Más allá de las malas intenciones de uno, y la injusta forma en la que fue sacado del clóset el otro, queda en el aire una lastimosa realidad: el clóset, en donde nos escondemos prácticamente todas las personas con una orientación no heterosexual para no sufrir el menosprecio de la familia y los amigos, en la forma más leve, hasta la expulsión o la muerte, en los casos más graves.
En los 90, seguíamos enfrascados en la guerra interna, viviendo a punta de apagones, cochebombas, paros y secuestros en Lima, con unos medios de comunicación que seguían reproduciendo estereotipos de gays promiscuos, amanerados y cobardes, ya sea en las noticias o en los programas cómicos. Las lesbianas no existían y las personas trans eran un fenómeno ininteligible para muchos. La televisión era pacata y el ambiente cultural, a pesar de que tenía una gran participación de gente gay, no se atrevía a decirlo abiertamente. El Movimiento Homosexual de Lima venía luchando por visibilizar los asesinatos de personas trans y gays a manos de grupos subversivos y de los militares, las discotecas de ambiente eran caletas y ocultas, no existían Marchas del Orgullo ni las empresas se animaban a celebrar el mes de junio cubriéndose de arcoíris.
En ese contexto, que Bayly y Bertie hubieran hecho público su amor era impensable, la opinión pública los hubiera destrozado y sus carreras se hubieran truncado (más), víctimas del oprobio y rechazo de una sociedad profundamente homofóbica. Frente a ello, optaron por casarse y vivir una vida que no querían, para aparentar ser heterosexuales, y no perder a sus familias, sus trabajos ni sus sueños. Aunque años después, Bayly se divorciara y tirara los miedos por la borda al publicar la que sería la novela gay icono de nuestro tiempo.
En tiempos en donde desde el Congreso se busca frenar la Educación Sexual Integral a través de proyectos de ley que censuran hablar de estos temas en los colegios, se hace más imperante visibilizar estas historias, que nos demuestran el fracaso del silencio, la censura y la represión de la homosexualidad, la bisexualidad y la transexualidad, y que la heterosexualidad obligatoria sigue siendo una imposición de fanáticos religiosos y de ultraderecha.
Nadie tiene derecho a mutilar los afectos juveniles ni el deseo por los otros, ni la sociedad más conservadora puede acabar con las personas LGTBI, pero sí pueden causar mucho sufrimiento, sigamos hablando de estos temas y luchando para que ningún niño, niña o niñe se sienta solo frente al mundo.