La clase impartida por el programa educativo “Aprendo en casa”, que curiosamente ha tocado la sensibilidad de las y los discriminadores, no dice nada que las y los cholos no sepamos, de que la forma de nuestra habla, con sus distintas particularidades dependiendo de nuestro lugar de origen y demás factores, es causal de discriminación. El programa no miente en absoluto, no dice ninguna falsedad, ni ningún contenido con carga obscurantista detrás, solo dice la verdad, solo dice lo que el Perú entero sabe, pero que por la hipocresía moral en la que vivimos, en donde fingimos ser buenos y buenas, nos negamos a aceptar.
A todos y todas nos enseñan a cholear, nos educan bajo esos paradigmas, pues por más que la teoría diga lo contrario, en realidad nos meten en la cabeza que no somos iguales y que dentro de todos esos estratos y jerarquías humanas las y los cholos estamos muy por debajo. De hecho, a las cholas y los cholos también nos enseñan a cholear, nos enseñan a reírnos y burlarnos de manera discriminadora de las expresiones culturales de quienes, por el racismo, están considerados en una jerarquía humana aún menor y la regla se replica y se sigue replicando.
Una de las formas usuales de discriminación naturalizada es por el lenguaje y la forma en como las y los cholos nos expresamos, en donde, mientras más andino sea tu castellano, mientras más “mote” tengas, será peor. No importa lo que digas, no interesa si el contenido de la información es valioso, mientras exista el dejo, la entonación, el estilo del habla serrano ya será motivo de risas o burlas, peor aún si en medio del habla se identifica la alternancia vocálica (o por u o viceversa y e por i o viceversa) o la r asibilada (rsh), tu vida se condena a ser sujeta de risas y menosprecio.
La choledad en sí misma es motivo de discriminación y muchas veces sin pensarla y de manera inconsciente las propias personas, como mecanismo de defensa, buscan estrategias para descholificarse. Sin darse cuenta pueden cambiar los estilos del habla, por ejemplo, porque hablar como serrano es motivo de sanción social; sin embargo, la reivindicación de nuestra identidad se va haciendo poco a poco más sólida. Y esto porque nos enseñan erróneamente que hablar como cholos “está mal”.
Ser serrana/o en Lima implica para muchos adaptarse y “alimeñarse” o ser confrontacional con la choledad, porque sabemos que como mínimo va a traer burlas definitivamente o la peor opción es la de vivir sometido a la discriminación y sufrir tratos injustos, bajando la cabeza como a las y los discriminadores les gusta. Siempre queda claro que una/o nunca se libera del estereotipo prejuicioso discriminador con el que se nos ve a quienes evidenciamos nuestra choledad, siendo una de las formas nuestro lenguaje, el cómo hablamos.
Cuando escuchaba a ciertos mequetrefes personajes de la prensa peruana y al dueño de una universidad cuestionar la clase educativa sobre la discriminación lingüística difundida a nivel nacional, sentí profunda indignación como la que sintieron miles de peruanos y peruanas que se han expresado al respecto y también me puse a pensar en mi realidad.
Soy huancaína, serrana y crecí en el Valle del Mantaro conociendo muchas diversidades culturales y del habla, y en todas ellas siempre existimos las y los cholos que cholean y que a su vez somos choleados, todos y todas hablábamos como serranos/as, claro pues, si lo éramos no había otra forma de hablar, hay de quienes prefieren “limpiarse” de cualquier vínculo cholístico, pero por lo general siempre nos tocaba estar en cualquiera de los dos lados, ser los/as promotores/as de la risa o ser víctima de ella. Todo bien, hasta que me tocó migrar a Lima y sentir que ya solo iba a estar de uno de los lados, el de la risa por mi forma de ser o hablar. Y claro pues, hablamos muy distinto, aquí van algunos ejemplos:
- Las y los cholos no decimos “estoy cansado”, pues decimos “cansado/a estoy”.
- Las y los cholos no decimos “a ver fíjate qué pasa”, pues decimos “anda aguaita”.
- Las y los cholos no decimos “por favor, pásame el vaso”, pues decimos “ese vasito pásame por favor”.
- Las y los cholos no decimos “la ubicación es bastante cerca”, pues decimos “está acasito no más”.
- Las y los cholos no decimos “¡Qué frío!, ¡qué dolor!, ¡qué calor! ¡qué picazón!, ¡qué hermosura!”, pues decimos “alalau”, “achachau”, “acacau”, “atatau”, “añañau”, y un sinfín de ejemplos con sus diferentes matices.
Sin perjuicio de haber crecido con un papá orgullosamente cholo, que además siendo antropólogo nos enseñó a reafirmar nuestra identidad, nunca nada es suficiente cuando se trata de tener herramientas de cómo enfrentar la discriminación que sabes existe y de manera expectante planeas cómo afrontar. Fue entonces cuando en la vida universitaria, con el curso electivo de lingüística dictado por la increíble Paola Cépeda, aprendí una tremenda lección sobre lo que era el castellano andino y la discriminación lingüística.
De pronto veía cómo algo tan usual para mí era motivo de estudio, desde la perspectiva más académica y bonita, sintiendo que nada está mal, porque si el lenguaje se entiende y cumple su finalidad, todo cuenta, con lo que empecé a ver con ojos de mayor justicia y amor estas lecciones que significaban mucho para mí. Todo lo leía y todo lo estudiaba con el mayor interés.
Se nos encomendó un trabajo de investigación que tendría una fuerte ponderación en la nota final y que duró casi todo el ciclo. Primero debíamos buscar a una persona que hable con castellano andino, en donde se pueda identificar la alternancia vocálica o la r asibilada, había que escoger una de las características y mientras algunos compañeros se rompían la cabeza respecto a “dónde” iban a encontrar a alguien que hable “así”, yo tenía para escoger, y es así como una de mis tías más queridas de Huancayo decidió participar de lo más contenta y gustosa. Hicimos la grabación en donde ella aprovechó para contar su experiencia de migrante en la capital.
El trabajo no fue solo el cumplimiento de un deber académico, me lo tomé de manera personalísima y puse todo de mí, esto no se trataba de la nota, se trataba de un tema de reivindicación a mi identidad y de sentir que había que cambiar en adelante. El trabajo fue hecho junto a una compañera norteña hija de cajacho con quien hicimos un excelente equipo.
Precisamente este trabajo tenía como propósito demostrarnos la discriminación lingüística existente y que todos y todas los que estábamos en este curso entendamos que no hay un mejor o peor castellano, que existen variantes y que ninguna merece que quien lo hable sea tratado con desprecio. La pregunta constante era: ¿Se entendió? Sí, entonces ¿Cuál es el problema si el objetivo del lenguaje es comunicarnos? No todos ni todas comprendían el tema, se reían, se burlaban cada que escuchábamos o leíamos ejemplos, como una chica, cuyo apellido lleno de consonantes medio impronunciable que no recuerdo, que cuestionaba el porqué de todo esto, pero en mi caso, mi condición de chola me hacía ver y sentir las clases de manera muy distinta. Para muchos y muchas, sus privilegios y una sola forma de ver el mundo les ha hecho creer que no se les puede decir que lo que han venido haciendo no ha sido precisamente lo más correcto y justo en este país lleno de diversidades culturales. Y cuando de pronto te enseñan algo que encaja con lo que eres, con una visión cholística, resulta realmente gratificante.
En la presentación final, contaban las “hazañas” que habían realizado para encontrar a la persona que hable con castellano andino y no voy a mentir que me daba una tremenda risa interna verlos tan inútiles y sin contacto con la realidad peruana. Algunas fueron a mercados de “distritos más aserranados” con lo cual salían de su burbuja natural y comentaban la “travesía” realizada que fue “alucinante”, otros acudieron a la trabajadora del hogar de su casa, con quien tenían confianza al menos, entre más anécdotas de chicas y chicos limeños que no eran capaces de ver a su alrededor, pues asumieron que las y los cholos no estamos en todo lugar y no se daban cuenta que el ejemplo lo podían tener incluso con compañeros de la misma universidad, pero ya venían con el estereotipo encarnado en donde asumían que las y los cholos con castellano andino no estaban en su entorno cercano.
El resultado conjunto de los trabajos de campo, que consistió en encuestar a un sector poblacional que escucharía los audios de cada grupo y sobre esto tendrían que decirnos la percepción de las características físicas y de la personalidad de la persona a quien oían, fue sumamente doloroso, al menos, yo lo sentí así. Para la mayoría de los oyentes la persona detrás de cada audio era descuidada, cochina, fea, pobre (como si fuera pecado), sin dientes, bruta, torpe, ociosa, analfabeta (dicho de manera despectiva), sin estudios, tonta, alcohólica y más comentarios totalmente peyorativos, que me dolían más y más, todo estaba mal. Esto, solo al escuchar su voz, al escuchar su castellano andino. Después de estos resultados se daba a conocer quién estaba detrás de esa voz con todas las maravillosas características positivas de la persona, nada coincidentes a las descripciones y así convocar a la reflexión de cómo opera la discriminación en el Perú, en donde los prejuicios y el maltrato surgen desde la propia expresión lingüística.
Cuando me tocó exponer podía ver la cara de sorpresa de algunos y algunas cuando daba a conocer con total orgullo que quien estaba detrás del audio de mi trabajo, que desprendió los sentimientos más cochinos que la discriminación genera, no era una persona ajena a mí, era mi tía, mi tía querida, la que me cargó en brazos cuando era bebé y la que cada vez que la visitaba en Lima me hacía sentir feliz con ese calorcito wanka que siempre se necesita cuando estás lejos de casa, la que siempre me dijo y me dice con ternura “me moñequita”. Por eso mismo, cuando abordé los resultados de mi investigación lo hice con total sentir, con dolor e indignación transformados en fortaleza de lucha contra la discriminación, pues todas esas agresiones y rechazo de la cual fue víctima mi tía solo por su forma de hablar, también me golpeó a mí. No solo me saqué una súper nota en el promedio final, sino que me saqué la mejor nota, 19 recuerdo, y no solo eso, sino que mi material de investigación fue muy bien valorado, por lo que con gusto firmé la cesión de derechos de los audios recopilados que me dijeron serían de mucho aporte para las investigaciones futuras de la universidad. En ese momento, mi choledad me hizo sentir orgullosa una vez más, pero con un valor agregado, porque a partir de ahí, gracias a esas clases, supe que con el castellano andino también se lucha.
Llevar una lección de análisis y cuestionamiento de la discriminación lingüística siendo cholos y cholas residentes de una sociedad podrida en discriminación es como enseñarle artes marciales a un niño o niña que tiene todas las posibilidades de ser víctima de bullying. Es potenciarnos en humanidad y es precisamente lo que ha buscado esta tan cuestionada clase del proyecto “Aprendo en Casa”.
Enseñarnos las desigualdades existentes en la sociedad como consecuencia del castellano andino a las cholas y los cholos, haciéndonos saber que no estamos equivocados y estamos bien no solo es reivindicativo, sino que es una poderosa arma de justicia social, es otorgar las herramientas cognitivas que siembran fortaleza en el autoestima e identidad para que nadie nos diga que nuestra habla es errada y dañe lo más profundo de nuestro ser. Asimismo, enseña a las personas desde la niñez que la discriminación lingüística daña y mucho y que se debe respetar la diversidad cultural.
No se trata de ideología alguna, se trata de dignidad, se trata de sentires, se trata de autoestima, identidad andina y demás elementos inherentes a los seres humanos, los que al ser golpeados de manera sistemática movilizan sentimientos de instatisfacción que ninguna persona debiera experimentar por hacer algo tan innato como lo es hablar.
Si todas las cholas y los cholos hubiéramos tenido ese conocimiento desde la niñez, en las escuelas, muchos prejuicios y maltratos hubieran sido eliminados con mayor facilidad, pero no, todavía prevalece la enseñanza desde la óptica blanca, en donde nos disfrazan una realidad en donde no todos ni todas encajamos y por eso sentimos que debemos moldearnos, y esto no es así. Es por ello que las enseñanzas del proyecto del Minedu son muy valiosas y deben continuar.
Cholos y cholas somos y no nos compadezcan.