Mientras la prensa bruta y achorada limeña está entusiasmada con el Ministro del Amor, que despechado despotrica contra su ex (empleador), el Instituto de Estudios Peruanos, por encargo de Oxfam, acaba de publicar unas cifras escalofriantes sobre la desigualdad en el Perú.
En esta encuesta, uno de los temas más alarmantes es que alrededor del 60% de peruanos y peruanas cree, con ciega fe, que un pobre puede llegar a ser rico «si trabaja duro». Esto solo puede ser resultado de una sistemática narrativa de la derecha emprendedurista malsana (y del neocapitalismo), que hace pensar fanáticamente aquello, y que en cambio el acceso y goce libre, igualitario y eficiente a los derechos humanos sin distinción de origen étnico, sexo o condición social no son necesarios.
Esta idea despolitiza a la ciudadanía y le quita responsabilidad a las autoridades (en su mayoría corruptas o ineptas), cuya función es proveer calidad de vida a través de la salud, la educación, el trabajo, etcétera, para que todos y todas logren realizarse.
El documento también devela que la discriminación en el Perú es peor de lo que estimábamos, pues los mismos encuestados están convencidos de que para tener una buena posición económica hay que «hablar bien el castellano». Eso quiere decir que vivimos en un país que ha logrado avergonzarnos e imponer una hegemonía occidental que excluye a quien se expresa en su propia lengua o dialecto.
Si estos, entre otros resultados conmovedores, no hacen reaccionar y entender al gobierno nacional, regional y local, al Congrezoo, al Poder Judicial, a los medios de comunicación, a las universidades, a las empresas y la ciudadanía en general que lo más importante es cambiar nuestra cultura (nuestros modos de pensar, hacer, sentir), no merecemos llamarnos «país», sino un gran feudo donde unos continúan sometiendo a otros bajo su propia voluntad, la cual es la peor forma de esclavitud.