Mano Alzada
LGTBIQ+, Opinión

La resistencia marica frente al sistema. Un tributo a la transgresión de Ana Paula

Hace unas semanas atrás, de pura casualidad, leí un post que se refería al trabajo de una querida amiga, colega, compañera, hermana que partió prontamente, ella es Paul Flores, o Ana Paula como la conocíamos. Conocí a Paúl cuando aún yo estudiaba mis últimos años de facultad. Nos convocó el activismo y siempre admiré su fuerza, su brillantez y el nivel de crítica que poseía. Me encantó su irreverencia y ese olfato innato para identificar las inequidades, lo subyugado, lo invisible y las desigualdades de poder. Esa capacidad me fascinó, y aunque no coincidimos en todo, podíamos dialogar, discutir con mucho respeto, mucha alegría y siempre con algunas copas de licor.

Esta nota tiene origen en la reflexión a partir de ese post que leí. Ella decía algo como “lo necesario que es recopilar académicamente el aporte de Paul al activismo LTGB del país”. Me gustaría colocar el énfasis en la palabra academia, ¿qué significa la academia en nuestro medio? ¿Por qué se espera y se desea llevar el aporte de mi amiga Ana Paula a ser recopilada, seguramente codificada y decodificada en la academia? ¿Por qué se requiere a la academia en ese proceso de recuperación de su legado? ¿Y de qué tipo de academia hablamos?

En mi opinión, considero que en un contexto global capitalista, la academia no es sino otro espacio y sistema que sirve para el posicionamiento de aquel, basado en una relación de explotación (de información/conocimiento) de los eternos subalternos y de validación de dicha información, pero bajo los intereses de dicho sistema. En la academia se establecen estructuras conceptuales y epistemológicas, las cuales hacen exigibles cierto estilo y que colocan como estándares a priori alcances, premisas y teorías de académicxs ya reconocidos. Es decir, existe una institucionalización de normas de estilo y expectativas bibliográficas, que se hacen exigibles, las cuales al ser incumplidas ocasionan un estado de suspicacia, inverosimilitud y hasta locura en algunas ocasiones. El poder logrado por cierto tipo de academia –la que sirve al sistema claro está –hará que la suspicacia encuentre su destino hacia lo marginal; y lo que le sirve lo asimilará, lo re-convertirá, y lo empaquetará como un producto comercializable, consumible.

Regresando al trabajo de Ana Paula y recordando sus ideas, recuerdo que compartíamos una mirada crítica hacia la academia, la que servía al sistema claro está, la que alentaba la relación vertical sujeto-objeto, la que no tenía un trasfondo de búsqueda de transformación real de situaciones de vulneración, y la que se asociaba a posiciones de privilegio. Teníamos ideas claras y compartimos el interés de observar, analizar, deconstruir y volver a construir, pero bajo ideales y valores de equidad, democracia, y para ello confiamos enteramente en la horizontalidad. Esta última era clave para nosotras -y en general para quienes en este momento éramos parte de las chalcohólicas[1]– pues creíamos que sin horizontalidad como parte de la práctica social/cotidiana, profesional y académica no era posible construir empatía. Incluso, Ana Paula muchas veces fue mi interpeladora directa, cuando no visibilizaba mis propios argumentos o acciones sostenidas desde mis posiciones de privilegio, las cuales he ido progresivamente desechando.

Recuerdo que desde nuestras posturas e incluso desde las propias chalcohólicas teníamos el interés de cambiar la situación de vulnerabilidad de las maricas, las travestis y toda su diversidad, pues no creíamos en esencialismos, sino más bien en que las prácticas desbordan la enunciación narrativa identitaria, y quien mejor que los sujetos masculinos para demostrar ello. Teníamos también el interés de la reflexión, tratar de comprender, explicar y, por tanto, transformar todas esas situaciones de vulnerabilidad. Lo curioso era que no creíamos en el interés en necesariamente academizar dichas reflexiones, sino más bien de dejarlo, entregarlo y devolverlo a la propia comunidad de locas, maricas, travestis, de la cual sentíamos profundamente ser parte de manera irrenunciable. Podría decir incluso que en el grupo, antes de mostrar un interés en teorizar frente a algún académico y grupo de estos, nos preocupaba confabular, sacarle la vuelta al sistema (a la teoría e incluso a los propios proyectos en los que estábamos involucrados) y en cierta forma “contrabandear” esa información para entregarla a los/las compañeros/as.

Por ello, diría que nuestras incursiones medio etnográficas, medio de salidas prostituriles –así le decíamos a nuestras salidas, o la Madame bajo la voz “vamos a prostituirnos”– eran a los espacios de nuestros/as pares, de nuestros/as colegas: bares, chicheríos, conciertos de bandas y orquestas de cumbia –aún recuerdo a Ana Paula gritando y acabando totalmente sin voz por ello, Marisooollllllll–, antros, fiestas patronales, etc., todo espacio en el que podríamos ser felices y gozar de la horizontalidad de reconocimiento entre sujetos atravesados por la misma marginalidad. En dichos espacios alentamos y fortalecimos el compañerismo; nos sentíamos privilegiadas por tener la oportunidad de conocer de primera mano las interacciones, las vivencias, las historias, la memoria colectiva de nuestra comunidad, y no a través de los textos, esos que pretenden explicar o interpretar a las maricas y sus mundo, reíamos de ello último, pues nosotras no leíamos la historia, éramos parte de ella, formábamos y transitábamos con una fluidez envidiable, pero sin ninguna pretensión de por medio.

Por ello, considero que Ana Paula no necesita que la recopilen, que la codifiquen, que la traduzcan en esa academia que busca y se orienta a traficar con el conocimiento de las que son/somos consideradas marginales, exotizadas desde el poder colonial de la academia bajo sus no tan nuevas y nuevas categorías de queer, no binarios, etc, etc. Ana Paula hablaba por sí sola, no requería de intermediarios/mercenarios que ahora se dedican a explotar el legado de las muertitas, como ya ha sucedido con Campuzano, Lemebel, y que ahora están enfocando sus ojos en nuestra Ana Paula. Desearía que ella estuviera un instante entre nosotras para que con su poderosa voz y su potente discurso transgresor haga lo que mejor hacía: ejercer y dejar sentada su voz propia. Por supuesto que la imagino destruyendo todas las pretendidas interpretaciones que ahora se están buscando hacer de ella, y visibilizando las relaciones de poder y explotación de una academia que se acomoda y se sirve del capitalismo, en donde la experiencia, vivencia y la memoria nuestra entra en un proceso nocivo de commoditization, es decir, se reducen en bienes, en productos que son ofertados y ofrecidos para el posicionamiento personal. Imagino a Ana Paula gritándoles como el lema del pasibus “¡Fea! Tu envidia es mi progreso”. Definitivamente extraño la complicidad que existía con Ana Paula y por el llamado a esa fuerza que poseía es que considero que se debe tener cuidado sobre quiénes y qué academia busca interpretarla, sabiendo que ella era directa, firme, comprometida con la comunidad antes que con las instituciones, y sobre todo clara, sin necesidad de discursos barrocos o pretenciosos que buscan emular a otros teóricos que bien, o no pueden decir mucho o poco de nuestra realidad, de las maricas, de las locas, de las travestis, de las machonas en este lado del sur.



[1] Entre el 2008 y 2009 y a la fecha que Ana Paula partió teníamos un grupo principalmente para el divertimento, nos denominábamos las chalcohólicas, que deviene de alcohólica, pero hacia las chalas (miembros, penes, pichulas, etc.). Éramos un grupo como de cinco o seis locas, claro con participación de otras amigas de manera intermitente. Durante esa época, debido a que yo y otra compañera nos encontrábamos viviendo en Chiclayo por motivos de trabajo, nos reuníamos principalmente en el norte. Allí, las chalcohólicas tomaban posesión del chicherío de la Tía Julia en Puerto Etén y de otros más; de los conceirtos de Marisol en Picsi, Lambayeque, etc., que tanto Ana Paula adoraba; de los bares de mostaceros norteños; de las discotecas de ambiente y de heteros. Allí Ana Paula me ayudó a iniciar las ideas de mi actual investigación sobre el origen de la sexualidad masculina norteña, en pleno Museo de Tumbas Reales, a través de un ejercicio no académico, sino más bien basado en nuestra experiencia inmediata y de manera jocosa, cálida, divertida, en donde empezamos a mariconizar al Señor de Sipán, y no a “queering the…”, ello no se nos ocurría, lo nuestro era lo marica, lo rosquete, lo loca, lo traca. Fueron varios viajes de Ana Paula al norte, en diversos momentos, hasta el viaje a Iquitos en julio de 20XX, pues luego en diciembre de este mismo año ella partió.

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