Mano Alzada
Opinión

Mis recuerdos de Vargas Llosa y la Unión Civil

En 2013 empezó la lucha por la aprobación de la Unión Civil en el Perú. El Congreso había demorado un año en ponerlo en agenda, así que nos daba tiempo para hacer movilizaciones y diversas campañas publicitarias a favor, desde las propias hasta las promovidas por algunas figuras de esos tiempos. Recuerdo la felicidad de Gio Infante, cuando llegó al Movimiento Homosexual de Lima (en ese tiempo yo era directora y él era presidente, o al revés) con la noticia de que Mario Vargas Llosa iba a firmar nuestro pronunciamiento «Sí a la igualdad». Nosotros no parábamos de celebrar y abrazarnos, porque qué otro personaje podría estar en más alto rango que él para apoyar nuestras demandas. La mayoría de diarios nos cobró menos de lo habitual para publicar el pronunciamiento, pero «El Comercio» se negaba a publicarlo. A pesar de haber mostrado un relativo apoyo en algunas notas y columnas, su núcleo duro, los dueños, no veían con buenos ojos apoyar la Unión Civil, y para ellos apoyarla era dejar que nuestro pronunciamiento salga a página completa en su diario, por lo que mientras nosotros pedíamos rebaja ellos triplicaban el costo de la publicación, con el fin de que desistiéramos. Pero nada nos importaba en ese momento, teníamos la firma de Vargas Llosa y debíamos publicarla sí o sí en el medio más importante del país, no porque admiráramos ese periódico (siempre lo criticábamos), sino por su poder simbólico. Al final pudimos ver el pronunciamiento impreso en todos los diarios, y cuando se completó con el artículo, en abril del siguiente año, no cabíamos en la felicidad, porque Vargas Llosa comparaba nuestra situación con la vivida en tiempos del régimen nazi:

«El Perú comenzará a desagraviar a muchos millones de peruanos que, a lo largo de su historia, por ser homosexuales fueron escarnecidos y vilipendiados hasta extremos indescriptibles, encarcelados, despojados de sus derechos más elementales, expulsados de sus trabajos, sometidos a discriminación y a acoso en su vida profesional y privada y presentados como anormales y degenerados».

«Creer que lo normal es ser heterosexual y que los homosexuales son ‘anormales’ es una creencia prejuiciosa, desmentida por la ciencia y por el sentido común, y que sólo orienta la legislación discriminatoria en países atrasados e incultos, donde el fanatismo religioso y el machismo son fuente de atropellos y de la desgracia y sufrimiento de innumerables ciudadanos cuyo único delito es pertenecer a una minoría».

«Yo tengo la esperanza de que, contra lo que dicen ciertas encuestas, la ley de la Unión Civil, por la que se acaban de manifestar en las calles de Lima tantos millares de jóvenes y adultos, será aprobada y el Perú habrá avanzado algo más hacia esa sociedad libre, diversa, culta- desbarbarizada- que, estoy seguro, es el sueño que alienta la mayoría de peruanos».

Como bien sabrán, la historia de la Unión Civil no terminó bien, pero hubo un cambio trascendental en la sociedad peruana.

Es cierto que luego su deriva ultraderechista ensombreció muchos de sus principios democráticos, y que su apoyo a gobiernos de derecha solo nos mostraban qué camino no seguir y por quién no votar (y lo critiqué una y otra vez), pero en sus buenos tiempos ayudó a que el LUM se constituyera a pesar de Alan García; a que el Informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación saliera a la luz, a pesar de Toledo; a que Humala venciera a Keiko, a pesar de Humala; y creo que, posteriormente, a que Keiko perdiera al oponerse a Castillo, lo que nos daba más ánimos de votar por Castillo.

Sobre esto hace referencia su mejor amigo Armas Marcelo, quien dirigió la Cátedra Mario Vargas Llosa desde su creación en 2011 hasta 2020:

«Esa pérdida de facultades desembocó en lo que Armas Marcelo define como ‘una solemne estupidez’: cuando puso todo en manos de su hijo mayor Álvaro y de Gerardo Bongiovanni, director de la Fundación Internacional para la Libertad que presidía Vargas Llosa y en la que quedó integrada su cátedra en 2020, cuando salió de la misma Armas Marcelo. «Ahí no había nada más que poder y dinero», asegura. «No sé por qué a Mario le convencieron de aquello. Durante los primeros años tuvo su criterio y lo imponía, pero cuando él decae se lo comen. En la fundación había gente sensata, pero mezclada cada vez más con toda la escoria ultraderechista de América, y todo eso Mario ya no lo controlaba. Le hacen hablar en las elecciones peruanas nada menos que con Keiko Fujimori, lo cual era una traición a todo lo que Mario había representado en Perú y lo que había dicho durante 40 años, pero de eso ya no se le podía culpar a él. En algún momento de lucidez se daba cuenta, pero se callaba la boca».

Sobre su obra, no cabe duda de que fue magistral, creo que encarnó al hombre de su tiempo, y por eso tantos muchachos del ayer le rinden homenajes, le lloran y lamentan su partida, algunos hasta el nivel del patetismo, porque se han sentido representados o han querido aspirar a ser ese hombre o ese escritor, y, además, lo han sentido como un padre y un maestro y lo han querido como tal, incluso llegando a apoyar a varios de ellos en su carrera inicial. Personalmente, a pesar de reconocer su maestría en la creación de estos mundos literarios, no me he sentido cómoda con esa masculinidad que se desplegaba en algunas de sus obras ni con su mirada hacia las mujeres, a diferencia de otras lectoras, yo no he querido ser esos hombres ni amarlos.

Entiendo su miedo al feminismo, quién no le tendría miedo, si viene como una ola a cambiarlo todo (o casi), y machistas en la literatura abundan, que si nos ponemos a contarlos nos quedamos sin literatos. Pero me sorprendió que amara a Lizbeth Salander («el nuevo arquetipo de la heroína del siglo XXI», la llamó) tanto como la amo yo y escribiera un elogioso artículo sobre Stieg Larsson, el empeñoso periodista y escritor sueco que creó a Lizbeth, que perseguía nazis (de verdad) y que nos dio esa maravillosa trilogía de «Millenium», a diferencia de la maestra de la novela negra y policiaca, Donna Leon, madre de la saga del comisario Guido Brunetti, con más de 30 libros en su haber, que odió Millenium terriblemente. Es más, creo que su experiencia con Isabel Preysler lo curó de mujeres liberadas y con poder, para volver, como cantaría el Chavo, a su hogar y con quien le entregó su vida por más de 50 años.

Imagino que algunas amigas (y enemigas) dirán que por qué soy tan «suave» con él, y que mi «feminismo blanco», que debo despotricar incluso hasta el nivel de la mentira, como he visto por algunos lados, y que debo odiarlo de paso y amar solo a José María Arguedas, y enfrentarlos, pero para qué, qué de productivo hay en todo ello, lo que hizo nadie lo olvidará, lo que escribió nadie lo podrá borrar, a los que lo amaron leyendo sus libros nadie les quitará esa sensación, a los que se erotizaron leyendo esas aventuras sexuales nadie les quitaré la sensación de cringe al recordarlo muchos años después. Si quieren separar la obra del autor, perfecto, y si no pueden, mejor, porque si algo he aprendido con los años es que exigirle el cien por ciento de coherencia a las personas es de una soberbia absoluta, de una ceguera pasmosa y de una radicalidad que está mejor para otras cosas.

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