Mano Alzada
LGTBIQ+, Opinión

(Re)encontrando motivos: la celebración de la revuelta travesti de Stonewall

“Lo drag y lo queer han sido la lejía del corral al final del día

Carlos Jaramillo

Cuando Vero Ferrari me habló de la posibilidad de escribir un artículo en el marco de la conmemoración de los 50 años de los disturbios de Stonewall, se me abrió una serie de inquietudes. Me había enterado que algunas colegas asumieron una postura crítica porque Stonewall podía ser elegido como lema de la Marcha del Orgullo de este año en Lima. De entrada, tendría que estar de acuerdo con mis colegas que se anunciaron en contra de aquel lema, sea por la distancia, sea por el sentido de imposición y/o alienación, pues además llegaremos al Bicentenario sin derechos y aún sin reconocimientos plenos, entonces ¿qué celebrar?

En la tarea de hallar el hilo conductor entre los hechos ocurridos en Nueva York en 1969 y lo que acontece aún en nuestra realidad, considero que este radica en los sujetos que en dicho momento hicieron historia y marcaron un hito en lo que se refiere a la lucha de los derechos de las minorías sexuales, una lucha que aquí ha ido ganando iniciales más que derechos políticos efectivos, pero que evidencia experiencias e historias personales dignas de celebrar.

El bar sobre la Christopher Street era uno de los pocos lugares donde la diversidad sexual podía expresarse libremente, es decir, construir relaciones de (auto)reconocimiento, amicales, de soporte, etc. Además, los barrios aledaños a Greenwich Village se conformaban principalmente de personas pobres, racializadas y sumergidas en el trabajo sexual. La diversidad que se reunía en el bar era mayoritariamente maricas, travestis, latinas, negras, individuos marginalizados y que sufrían el acoso constante de la policía y que prácticamente había construido en dicho barrio un gueto, producto posiblemente de la represión de la cual sufrían por parte de las políticas de “limpieza” alentadas por la supremacía conservadora blanca (Anne Cath, 2017)[1].

Violenta represión a activistas en Christopher Street

Las figuras de Marsha P. Johnson y de Sylvia Rivera son cruciales para entender las revueltas de Stonewall, pues fueron ellas –una travesti negra y la otra latina– quienes dieron la cara y alentaron a los demás a decir basta a las redadas policiales. Posteriormente, Marsha y Sylvia fundaron STAR en 1970 (Street Transvestite Action Revolutionaries), y como vemos, el grupo STAR se definía travesti antes que trans.

Sylvia Rivera y Marsha P. Johnson

Interesante punto, teniendo en cuenta que la película Stonewall (2015) borra por completo el protagonismo de Marsha y Sylvia, lo cual se convierte en un claro ejemplo de “blanqueamiento” de la historia del movimiento, lo que además se ha convertido en una corriente mundial, que ha pretendido “homonormativizar” el movimiento y las vivencias de la diversidad, desde la política y la academia. Considero incluso que el término “queer” tiene una intención de higienización de las vivencias diversas, pues pretende neutralizar a los sujetos que sobre sí han llevado la carga y estigma social del maricón, rosquete, cabro, ñoco, loca, maricona, machona. Neutralizar dichas experiencias es invisibilizar y negar la subordinación y poder que se ha asentado sobre dichos sujetos.

Por tanto, una forma de lucha y resistencia es politizar nuestras propias experiencias, no desde la luz colonialista de la academia o de la política del norte global. Ello implica, claro está, un esfuerzo de construcción de un nuevo marco de entendimiento y comprensión de nuestra propia realidad, que rescate y politice nuestras vivencias cotidianas. Pues me atrevo a mencionar que la lucha y la resistencia en nuestro contexto se experimenta en el cotidiano, en microespacios, pero que poseen una carga innata que las hace desmerecedoras de atención para este perverso sistema ahora homonormativo: el escándalo de la identidad libre, transgresora, o como dice mi comadre Jaramillo: ¡La revolución será bagre, o no será! 

Tarapoto (Perú). Gays y travestis asesinadas por una facción del MRTA el 31 de mayo de 1989

Y digo ello, porque lo bagre es todo lo que no entra dentro de lo socialmente esperado; es decir, lo bagre vendría ser lo abyecto de lo ya considerado abyecto. En dicha categorización caen en su mayoría las compañeras travestis, las cuales en la mayoría de casos son consideradas desde la academia solo como objetos de estudio, bajo una perspectiva casi positivista, y en donde sus voces son intermediadas por los “expertos”, mayoritariamente hombres gays, hombres o mujeres heterosexuales. Este proceso es apañado por la academia y por la política.

Las existencias de las travestis nunca son sencillas; por ejemplo, Marsha desde pequeña fue reprimida por su identidad de género, y luego de graduarse de la secundaria se mudó a Greenwich, en donde estuvo sin hogar y tuvo que ejercer el trabajo sexual, y fue asesinada en 1992, encontrándose su cuerpo en el río Hudson[2]. Igualmente Sylvia enfrentó los golpes de su abuela por su feminidad, su padre la había abandonado y su madre se suicidó cuando era aún muy pequeña. A los 10 años dejó la casa y se dedicó al trabajo sexual[3]. Cuando las dos abrieron la casa de acogida para personas travestis pobres, como parte de las acciones de STAR, las ganancias que obtenían como trabajadoras sexuales eran orientadas para su manutención[4].

En nuestro país, actualmente las vidas de las travestis tampoco son fáciles. Este artículo busca compartir y celebrar las historias de tres compañeras, que constituyen luchas personales, cotidianas, y que así como Marsha y Sylvia, supieron hacerle frente a la adversidad, ellas también decidieron dar respuesta, desde el trabajo, la decisión personal y el compromiso social.

La historia de Cecybell muestra la experiencia promedio de la travesti peruana trabajadora sexual y migrante, que enfrenta la fatalidad por su condición y que la lleva a interactuar en situaciones muchas veces que colindan con la ilegalidad, como parte de sus estrategias de supervivencia. Natural de Chiclayo, comenzó a tener problemas en su familia por su feminidad. Su madre, al confirmar su orientación, le quita los estudios, estando en segundo de secundaria y con 16 años. Al año siguiente llega a Lima para trabajar con su hermano, pero al sentirse explotada decide hacer su vida sola. Se escapa y va al Parque Universitario, del cual ya había tenido referencias en Chiclayo por unas mariconas llamadas Pili y Mili. Allí comprobó que la mariconas hacían trabajo sexual transformadas, era ya el año 1971. En los tres años siguientes aprende a lidiar con el ambiente de los burdeles de la Floral, cerca al cerro San Cosme. Ella menciona que en dicho ambiente tuvo que aprender a ser fuerte, porque “aunque me cachetearon, después pagaron algunas, porque me convertí en una feroz”. Cecy juntaba de poco en poco sus ganancias de la peluquería, el trabajo sexual, y también lo que podía aprovechar de los chichis, arte en el cual se volvió muy astuta, según confiesa.

Cecybell (de blanco) con dos amigas en una reunión, Milán – Italia.

En 1990 hace su primer viaje a Europa. A los 36 años se anima a viajar luego que su amiga Crisbell le ofrece ayudarle con el pasaje. Cecy recuerda que tuvo que conseguir la bolsa de viaje de 500 dólares. Una vez en Europa, comienza a trabajar en el famoso Bois de Boulogne en París. Vivía en un hotel, y en esas fechas la policía inspeccionaba buscando inmigrantes, por lo que vivía con el temor constante a ser deportada. Luego de casi un año en París, y debido a algunas rencillas con otras compañeras, Cecy parte a Suiza, donde empezó a ejercer el trabajo sexual en un parque y en un cine porno en Berna. En ese periodo le va muy bien y regresa a Perú al año siguiente, “por la legal”, como dice. Luego de unos meses, ella decide regresar a Suiza. Pero, para mala suerte de ella, al mes y medio de estadía, es atrapada por la policía en un parque con un cliente, por lo que es deportada al comprobarse que ejercía el trabajo sexual. Durante el año 1992 en Perú, es contactada nuevamente por su amiga Crisbell, quien se encontraba en Italia, pidiéndole que viaje. Decide partir haciendo escala en Checoslovaquia, donde la esperaría una “pasadora” que debía llevarla hasta Suiza, cerca de la frontera. Cecy había viajado con Erika, y una vez llevadas a Lugano, y esperando a hacer acuerdo con los camioneros, son capturadas por la policía y frente a la explicación que iban para Italia, la policía les pide subir al auto. Ella pensaba que las iban a matar. Los policías se estacionan y les dicen que bajen, agudizando el temor de ambas. Bajan, reciben los pasaportes y les dicen que en frente esta Italia. Luego de caminar, ven un letrero que dice Como, Cecy en su memoria identifica que están ya en Italia, hacen una llamada a sus amigas y luego de pagar $100 por un taxi llegan a Milán. En Milán, permaneció hasta el año 2006, regresando a Chiclayo un 5 de agosto en medio de una gran fiesta, pues era única del barrio que había estado por Europa, y justo el día de cumpleaños de su madre, pero –como ella dice– ya cambiada, toda una travesti, pelo largo, siliconas. Cuando reflexiona de todos esos años, en lo que pudo lograr, piensa en el segundo piso de su casa, la ayuda a su familia, pero también en los 10 folios de expulsión que se ganó por su convivencia con ciertas prácticas que le valieron el regreso forzado al Perú. Cuando reviso las diferentes sesiones realizadas, me quedo con la siguiente frase de ella: “Me hice famosa, yo quería surgir, tener todo para ser diferente, para ayudar a mis padres, yo quería tener un trabajo, yo quería superarme, lo logré aunque con mala fama, mira que llegué hasta Europa”.

Juanacha, como es conocida en su barrio de Bocapán, Tumbes, acaba de cumplir 60 años. Es la tercera de cuatro hijos de una familia donde su madre –como ella lo menciona– era quien los crío, pues el padre tenía otro compromiso y solo los veía dos veces por semana. Juanacha es una persona que no calza en ninguna de las categorías de los LTGB, tampoco me atrevería a denominarla como “queer”, pues ello no existe en su esquema y hacer ello sería una acción de imposición injusta. Cuando agarramos confianza, Juanacha se hablaba a veces en femenino, incluso cuando me cuenta de su primer amor a los 14 años, ella se menciona “porque yo era un chiquillo desviado”. Aunque en su estadía en Chimbote vivió todo el tiempo de mujer, decía que era conocida como “la tumbesina”, consumió hormonas obesterol que le ayudaron a ser medida 40 y que luego le demoró 3 años en bajar. Actualmente no usa prendas femeninas, se dedica a su negocio y de vez cuando, como dice ella, tiene un caserito, pues no tendría pareja ni así fuese regalado.

Juanacha estudió hasta cuarto de media, pues los recursos económicos se acabaron, y a la edad de 17 años comenzó a trabajar en una fábrica donde fileteaba pescado. Tiene una trayectoria grande de oficios y trabajos, que han respondido a lo que ella considera como su política de vida: “No me he dejado morir de hambre, sé coser, sé cocinar, sé de repostería, también corto pelo”. A dicha edad comenzó también a trabajar en un restaurante como ayudante en la cocina. Siempre tuvo una gusto por la cocina y por lo visto este nació de la cercanía a su madre, “porque yo cuando estaba chico me gustaba acercarme donde mi mamá estaba cocinando y me decía quieres aprender a cocinar, ven, mírame cómo hago”. A los 21 años se mudó a Chimbote a trabajar también en cocina, y a la vez se puso a estudiar cosmetología –afición que le llamó la atención desde los 14 años–, para luego viajar a Tocache, donde trabajó preparando las comidas de los trabajadores de 60 hectáreas de plantación de hoja de coca. Un día la señora le dijo que no diera información alguna a la policía si esta en algún momento la detenía en la calle. Era la década de los 80 y Juanacha temía a los terroristas[5], por lo que decidió partir, cruzando el río Huallaga a las 3 am. De regreso en Tumbes se inicia en el trabajo de recolección de la larva de camarón, lo que alternaba con la costura, pues de todos los hijos, él fue quien aprendió a coser y por ello heredó la máquina de coser de su madre, que en la actualidad le ayuda también para hacer arreglos de prendas.

Es recién alrededor del año 1998 que se inicia en el negocio del restaurante, el cual comenzó solo con una mesa, vendiendo a los camioneros que pasaban por la carretera Panamericana, y que actualmente es un conocido restaurante. El carisma, al cual Juanacha atribuye buena parte de su éxito, le ayudó incluso a mejorar las relaciones con sus hermanos, pues al comienzo lo rechazaban y maltrataban por su condición. Me cuenta que su madre antes de fallecer les pidió a sus hermanos que no sean malos con él y que no le hagan sufrir, pedido que asumieron hasta la fecha.

Tonika está en sus cuarenta y algo, nació en Piura, y si bien se define como una persona trans, en los momentos que narra su biografía, aparecen en su discurso términos como traca, marica, lo que devela una construcción de identidad muy rica. Tonika menciona que jugaba con los niños de su barrio, como todo infante, aunque ya a los 6 años ella quería ser la mujer maravilla de los súper amigos. A los 14 años conoció a las que serían sus amigas de siempre, Vanesa, Fiorella y Tatiana, a las que reconoció como “mariquitas”. Tuvo igualmente una adolescencia difícil, sus hermanos la vigilaban y estaban atentos a sus juegos con otros niños y a la forma como se comportaba, vestía y se arreglaba. La situación se volvió más difícil cuando hizo la transición, a partir de los 15 años, la cual empezó con dejarse crecer el cabello, depilarse y sacar a escondidas la ropa de su hermana para cambiarse en la peluquería de Pedrito, estilista de la zona. A los 17 años se escapa de casa, debido a los conflictos con su familia, alejándose por tres meses y viviendo con una señora que se dedicaba al canto, regresando justo a vísperas de la Navidad y que fue el inicio de una mejora en las relaciones con su familia. Esta empezó a aceptarla, y Tonika comenzó lentamente ya un proceso de ser ella misma, a vestirse como quería. Estuvo estudiando para técnica en enfermería, pero le aburrió el acoso y discriminación que sufría y no llegó a terminar la carrera, no le interesó el trabajo sexual, aunque lo intentó, pero sin éxito. Como ella menciona: “No te duré ni una semana, no me gustaba y me dediqué a ser estilista”. A la par, Tonika quería ser reina. Logró dos reinados y comenzó también a organizarlos. Estos certámenes se empezaron a hacer en el local Las Gaviotas, un lugar rústico en San José, el cual fue uno de los primeros lugares donde la comunidad de concentraba. Con el pasar del tiempo Tonika llega a conquistar otros espacios, al igual que respeto en la ciudad, ya que empieza a haber mayor apertura para organizar dichas actividades en otros locales.

Es alrededor de los 20 o 21 años que Tonika inicia su labor en el activismo. Tonika me cuenta que como movimiento organizado les ha tocado enterrar a muchas compañeras, en donde tenían que hacer actividades para la compra del cajón y el nicho. Debido a ello, los reinados comenzaron a ser actividades de recaudación de fondos, la mitad era para el movimiento y la otra mitad para el grupo de ayuda mutua (GAM) Hosanna, conformado por personas que viven con VIH, en una época donde no existía tratamiento gratuito. En la actualidad, Tonika sigue apoyando diversas actividades de prevención, recaudando fondos para diversos fines, sea el apoyo a la navidad de los niños o de los damnificados del Niño Costero.

Tonika entregando un cuadro a la madre de la compañera fallecida Brenda Alayo, quien da nombre a la organización en la región Piura.

Estas tres historias son una respuesta al creciente movimiento de blanqueamiento, que busca una ‘higienización’ –y por tanto de despolitización- del movimiento social y de las agendas políticas LTGB. Buscan visibilizar esas ‘otras realidades’ que intentan encontrar un espacio desde el margen: las travestis, migrantes, empobrecidas, pero luchonas y que poseen una existencia de por sí irreverente, cruda y transgresora, y que nunca será políticamente correcta frente a la ojos de la sociedad, el Estado o la élite identitaria de poder LTGB.

Estas historias buscan responder a la supremacía gay blanca y de poder económico. Considero que debemos responder de una forma crítica a las categorías neutrales, vacías y asépticas de lo “queer”, e incluso lo trans, y digo ello porque dichos conceptos no han partido de la realidad cotidiana; sino que se han impuesto por un proceso de colonización lingüística, política y hasta económica. En la actualidad, muchos y muchas se nombran desde ellas, pues ha construido un territorio neutral. Lo “queer” brinda seguridad, porque se descentra de la estigmatizada territorialidad de lo marica o la loca, pero lamentablemente es un espacio infértil para la construcción de relaciones de identificación, reconocimiento, es decir, de identidad y comunidad, pues su posicionamiento –que parte más de la individualidad– está haciendo que diversas historias y experiencias queden olvidadas, desconocidas o, lo que es peor, silenciadas e invisibilizadas.

Finalmente, estas historias son una celebración de la diversidad, de cómo las acciones de estas tres colegas travestis constituyen acciones de cambio, si bien a nivel personal y micropolítico, pero que poseen fuerza de crítica, transformación y revolución. Además, considero que son estas microacciones las que generan resonancia y real impacto, pues transforma lo más inmediato de los sujetos: sus cotidianos, sus vidas presentes y futuras; por tanto, son dignas de celebración, son los diversos Stonewall personales que guarda ese fuerte hilo conductor con Marsha y Sylvia, en sus acciones personales y políticas, iniciadas 50 años atrás.


[1] De: https://afrofeminas.com/2017/07/06/stonewall-sobre-la-pelicula-y-la-verdad/

[2] En: Biography.com, ver:  https://www.biography.com/activist/marsha-p-johnson

[3]  Elyssa Goodman (2019), ver: https://www.them.us/story/sylvia-rivera

[4] Información accedida en: https://www.youtube.com/watch?v=YBn7UlYEv7o

[5] Recordemos que en los años 80 el MRTA tenía el objetivo de eliminar a los homosexuales, como parte de una política de “limpieza social”. Por ello, compañeros y compañeras de la amazonía eran capturados y eliminados. El caso del bar Las Gardenias en la región San Martín es un ejemplo de ello, sucedido el 31 de mayo de 1989, en donde 8 personas maricas y travestis fueron asesinadas.

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