Nuestro flamante presidente del Congreso, Pedro Olaechea, es el fiel reflejo de lo inconcluso que quedó el plan de gobierno de Juan Velasco Alvarado, cuando sostuvo que el patrón no comería más de la pobreza de los peruanos.
Olaechea nos demuestra cada día, que el patrón sigue comiendo de la mano de los más pobres y de los más vulnerables, no solo mediante la extracción de su fuerza de trabajo por miserables soles, sino también en el aparato simbólico, ese que hace creer mucho más profundamente que los pobres son pobres porque no se esfuerzan y porque no hacen los méritos necesarios para progresar.
Olaechea es el digno representante de los hacendados que cruzaban los ríos subidos a las espaldas de su servidumbre para no mojarse los pies, las ropas ni el alma. Que cree que los indígenas deben ganar menos porque son menos seres humanos, y que las mujeres están para servir a los hombres, porque son tontas y superficiales, porque no sirven más que para eso.
Y para creer todo eso no se necesita ninguna educación privilegiada, ningún master, ni ningún doctorado, se necesita ser fatuo, mezquino y poco inteligente, se necesita no esforzarse en pensar, sino en repetir lo que una cansina educación sentimental ha repetido constantemente a través de los roles que ocupaban los hombres y las mujeres en la familia, se necesita no mirar más allá de la punta de la nariz o mirarse al ombligo constantemente, para que las referencias de la vida de uno se conviertan en las de todos, se necesita tener una mezcla de mediocridad y patanería, herencias ancestrales de los que tienen el poder y el dinero para convertir al otro en menos que otro, en nada.
Olaechea pinta de cuerpo entero a su clase social, interesada solamente en servir a su propia casta, en fomentar la inferiorización, en mantener su hegemonía construida sobre la base del trabajo esclavo, la servidumbre, la explotación y la humillación. Una clase social desfasada, inamovible en su ceguera a pesar de todos los cambios que va atravesando el mundo.
Olaechea es un ente fantasmal que se enclava en su anacronismo para demostrarnos que sigue por ahí esa tara oligárquica, vivita y coleando, y sin posibilidad de cambio más que para la platea del twitter que se le escapa de las manos, pero que en el fondo mantienen su capital simbólico para seguir gobernando esta república ilusoria, con la fuerza de la religión y de las mafias políticas, porque siempre estuvieron juntas.
Tenemos un año para escuchar algunas otras barbaridades de nuestro presidente del Congreso, y para que nos siga demostrando que ni la educación más privilegiada, ni todas las oportunidades del mundo, ni todo el dinero que se puede heredar, forjan a un hombre.